Desgaste contagioso

Alberto Fernández se ha convertido en el talón de Aquiles de Juan Manzur. El presente de aparente debilidad del Presidente, por efecto contagio, puede arrastrarlo y complicar su futuro político por estas tierras. Sin embargo, el tucumano no puede aislarse ni distanciarse de su compañero de ruta, debe dar la cara políticamente por el jefe de Estado. Tiene que esforzarse a 1.200 kilómetros de la Casa Rosada para que a Fernández no lo dañen los flechazos que no sólo son lanzados de la oposición -la ala dura macrista y la ala moderada larretista-, sino también desde el propio espacio oficialista, donde afloran los tironeos internos debido a la conformación heterogénea de la coalición electoral. Sólo así pueden entenderse tantos viajes de Manzur a la Capital Federal para reunirse con el mandatario, ya sea para ofrecerle el respaldo explícito, bien para analizar la suerte de ambos o definir estrategias de poder que los fortalezca mutuamente frente a una realidad económica y social complicada, y que puede llevarlos puestos. Los correveidiles deslizan que el tucumano se traslada para gestionar recursos para atender la planilla salarial de los estatales, otros dicen que reclama fondos para encarar obras pospandemia, también se dice que un tiene papel protagónico en la mesa chica de Alberto por sus buenas relaciones con empresarios, sindicalistas y gobernadores. Sus opiniones e influencias tendrían peso para el Presidente, por eso tantas juntadas con barbijos.

Manzur pretende, en ese panorama, que Alberto se convierta en presidente del PJ a nivel nacional para adquirir un poco de autoridad en el peronismo, por o menos, ya que en el frente político está a la sombra de Cristina. Ella lo opaca, por más empeño que ponga el Presidente en emerger como una figura central en la escena nacional. ¡Cómo va a desaprovechar la oposición la oportunidad de dispararle dardos, si el propio espacio lo desacredita y lo expone en situación de fragilidad! Frente a este esquema, el Presidente debe recostarse en Manzur y en el resto de los gobernadores justicialistas para aguantar y sortear tantos frentes abiertos. Es pesada la carga. Para contrarrestar el desgaste y los embates, el Gobierno debe mostrar que tiene gestión, que no lo intimida la situación; la única forma por cierto que tienen todos los oficialismos de turno de sortear el castigo de las urnas. Si no muestra resultados la simpatía de la ciudadanía muta y busca alternativas. Es clave entonces el manejo de la cosa pública, donde no hay que enredarse en una competencia por imponer relatos sobre realidades sesgadas sólo para dividir a la sociedad entre buenos y malos, demócratas o autoritarios, útiles o inútiles, República o anarquía, o como prefieran identificarse de un lado y del otro de la grieta, funcional a sus propósitos. El objetivo mutuo, al margen de la gestión, es desgastar, cualquier cosa sirve para confrontar, hasta lo nimio. Por fortuna el país aguanta, vino soportando discordias sangrientas a lo largo de su historia, y aún sigue de pie.

En el medio de la crisis, los más preocupados del oficialismo entienden que no sólo está en juego la suerte del Gobierno sino la continuidad del peronismo en el poder, pese a que llevan sólo diez meses de gestión; se alarman cuando escuchan a los que osan decirle De la Rúa al mandatario nacional por las implicancias negativas que acarrea tal comparación. La situación de fragilidad que expone frente a tantas circunstancias adversas permite todo, que se le animen, que le falten el respeto y que hasta sugieran que tal vez no termine su mandato. Desestabilizadores y agitadores hubo siempre, a no extrañarse. Se entiende entonces que reaccione de manera iracunda o violenta desde lo discursivo. O que haya chicanas al por mayor desde todos los frentes. De ambos lados se ahonda la división, es el método elegido por la dirigencia del tercer milenio para atacar al adversario.

Albertista

En ese clima, Manzur no sale a golpear, evita la confrontación abierta, él sólo se jugó en la campaña electoral por el ex jefe de Gabinete y se inclina decididamente en defensa de la gestión del amigo Presidente en el marco del Frente de Todos. Allí el tucumano es albertista, aunque todavía debe dilucidar si esa decisión fue un acierto estratégico o un pecado que le provocará algún contratiempo político. Observa que Fernández atraviesa su peor momento, que este recurre a la vieja receta del cepo al dólar y que no recibe un aval masivo en su propio espacio, no hay expresiones fervorosas en su defensa ni siquiera de su mentora, Cristina, que supo aplicar este esquema. Una muestra de que carece de compañía fiel, o de socios. No puede construir poder. La pandemia empeora y él delega responsabilidades en las autoridades de distritos; trata de imponer una agenda nueva, pero la crisis, la oposición y la calle la devora rápidamente. Parece solo, necesita de Manzur.

El Frente de Todos parece unido en la crisis, pero no, cada grupo interno cumple su papel para salvar las ropas o para atender sus intereses; vaya por caso las maniobras de la vicepresidenta en el Senado, manejando a su antojo la mayoría propia. La independencia de acción de Cristina sirven para horadar la autoridad presidencial, por más que el mandatario diga que acompaña en todo las iniciativas de su compañera de fórmula o bien que entre ellos acuerdan en conjunto. Parece un intento por disimular su menor estatura frente a su creadora. Es inevitable ese análisis, porque ella no necesita de la aprobación del jefe de Estado para imponer su agenda personal. Alberto está entrampado, no puede salir a justificar que todo está consensuado, que es su idea, porque esos actos lo descubren en un plano secundario en esa sociedad. Si corre de atrás, menos puede romper el binomio. No es la hora, ni siquiera Manzur se animaría a avalar tamaña osadía, y frente a semejante crisis económica y social. Sería el sueño macrista.

Por eso los compañeros están resignados a mantenerse unidos, aunque el enemigo duerma en casa y provoque trastornos internos. Baste mencionar una anécdota bonaerense generada posiblemente por una picardía del macrismo para pintar las desavenencias: el diputado de Buenos Aires Mauricio Viviani -que responde a Jorge Macri- pidió un homenaje a José Ignacio Rucci a 47 años de su muerte, pero increíblemente no consiguió el aval del Frente de Todos. No hubo apoyo del kirchnerismo. El apellido Rucci es parte de la historia trágica del peronismo, mencionar al sindicalista es hablar de uno de los hombres más leales a Perón. “No sorprende. Dentro del Frente de Todos los peronistas están obligados a disimular su identidad. Hegemoniza el cristinismo y acompañan -dócilmente- muchos peronistas que pasaron a la clandestinidad. El cristinismo se asume como la continuidad histórica de quienes lo asesinaron”, dijo Claudia Rucci, hija del metalúrgico. Duro. No hace falta agregar nada para entender que dentro del movimiento subyacen las diferencias ideológicas de otrora; y que afloran en el peor momento. Hay que provocar una chispa, para que estalle el pasado. Este episodio que revela un rostro de la interna en el oficialismo nacional, sugiere que a tantos años de las disputas, en el justicialismo permanecen vivos antiguos rencores.

En ese clima, acosado por el frente externo, por las dificultades propias de la gestión, y por las diferencias en el seno de la coalición, Manzur tiene que hacer equilibrio desde Tucumán y salir en auxilio del Presidente, a respaldarlo, a tirar de la misma soga para que la crisis no los devore, porque si aquel se debilita, él se contagia por proximidad, por contacto. Tiene que fortalecerlo para fortalecerse, porque los efectos políticos del desgaste irradiarán y se observarán fundamentalmente en los comicios próximos. Si el Gobierno nacional fracasa en las urnas, por errores propios o porque la oposición hizo un buen trabajo y encumbró un líder que los conduzca -tanto a nivel nacional como provincial-, el gobernador puede ser arrastrado por la corriente. Un traspié en las urnas en 2021 puede sepultar sueños de caudillos, de perpetuidad, y obligar a tener que armar un delfín a las apuradas para presentar en el 2023, tal como él lo fue de Alperovich. Claro, si es que no quiere que sea Jaldo quien lo reemplace en el sillón de Lucas Córdoba. El tranqueño está en la gatera.

Inventando candidato

El titular del Ejecutivo debe preparase para tal eventualidad frente a lo complicado de la situación social e ir pensando en la posibilidad de que tenga que retocar o renovar el gabinete para instalar allí a ese posible sucesor. O bien adelantarse a los hechos y presentar esa posible figura de reemplazo en la elección de medio término. ¿Quién puede ser ese tapadito? Los que peinan canas en el PJ suelen tener una frase de ocasión para este tipo de casos: si no está se lo inventa, el peronismo después acompaña. Sin embargo, en medio de la pandemia es imposible que avance con modificaciones en la estructura de sus colaboradores, pese a la creciente disconformidad social -por ejemplo- con el ministro de Seguridad, sobre quien llueven los pedidos de remoción desde la oposición y al que en el seno del oficialismo tucumano también han comenzado a observar con desconfianza. No le hace bien al peronismo.

La inseguridad se ha convertido en un tema clave de la sociedad, el descontento que crece ha convertido a esa área en la más floja del Gobierno de cara al escrutinio público. Manzur no está dispuesto todavía a sacrificar a Maley, sin embargo algún conejo tendrá que sacar de la galera en materia de política de seguridad, porque allí está el punto más débil de su gestión, al margen de las inversiones millonarias que se anuncian para reforzar la fuerza policial. No parece haber piezas de recambio para esa área, por más que las miradas se desvíen hacia algún integrante de la Legislatura. La pandemia frena cualquier cambio, no es tiempo aconsejable para impulsar modificaciones. En ese marco, Manzur tiene que demostrar que le da el cuero para sacar la provincia adelante con los jugadores que cuenta, que por cierto ya han sufrido un tremendo desgaste, pero por sobre todo porque la elección de diputados y senadores está a la vuelta de la esquina, a pocas hojas del calendario. Va a plebiscitar su gestión, a exponerse a la opinión ciudadana. Aprobación o desaprobación.

Doble reto: atender su gobierno para no perder y tratar de que su amigo Alberto no se termine hundiendo por el peso de la crisis, porque si eso sucede, lo llevará consigo, lo mismo que a la coalición gobernante. Respaldar a Alberto, para Manzur implica principalmente fortalecerse.

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