Clases en pandemia: la dificultad de enseñar a distancia

Clases en pandemia: la dificultad de enseñar a distancia

Sin comunicación no verbal se dificulta la tarea docente. Por más que se intente, las pantallas no reemplazan al aula, al menos no todavía.

08 Septiembre 2020

Las instituciones educativas están atravesando el séptimo mes con clases virtuales y, aunque pasa el tiempo, los actores principales de esta nueva modalidad, profesores y alumnos, aún no terminan de adaptarse. “¿Entendieron?”, pregunta el profesor, que recibe como respuesta un escueto “sí” de una fría voz sin cara ni cuerpo que parte de la pantalla. El profesor no ve quién responde ni la cara de sus alumnos luego de la explicación; debe conformarse con pensar que sí están siguiendo el hilo de la clase. Estimular a los estudiantes a que participen y usar las herramientas que ofrece la virtualidad en su favor es fundamental para quienes enseñan.

“Sirve mucho verles las caras a los alumnos para saber si de verdad están entendiendo. Cuando les pregunto algo hago un recorrido por los rostros y así me doy cuenta si están siguiendo la clase o no”, cuenta Carolina Gallo, docente y experta en comunicación, que obliga a sus alumnos a prender las cámaras durante sus clases. “Eso sirve para que se den cuenta de que hay un compromiso de mi parte, entonces ya todos están con la cámara prendida, todos participan. Además, a mí me sirve porque siento que tengo que verles las caras para entenderlos; es una situación muy nueva y dar una clase con la cámara apagada es muy difícil”.

Este nuevo modo de enseñar también expone de una manera diferente a los docentes, que deben “abrir las puertas” de su casa para recibir al alumnado. “Me siento invadida con esta modalidad. Se rompió el límite entre el espacio laboral y el privado, y eso es perturbador tanto para los docentes como para la familia de los estudiantes”, asegura Priscila Hill, docente del secundario de una escuela de Yerba Buena.

Para Hill, además, el lenguaje corporal en las prácticas educativas juega un rol fundamental. “Hay muchas cosas que dependen de eso y en la virtualidad ni siquiera nos vemos las caras. La mayoría de los chicos no tienen acceso a las cámaras o les da vergüenza, lo que es lógico porque una persona no se siente cómoda en la pantalla de un día para el otro”.

En este sentido, la docente cree que esto podría tener efectos psicoemocionales y sociales ya que considera que para educar es necesario el encuentro, no solo físico, sino también en un espacio común en el que ambas partes (profesores y alumnos) se sientan cómodos, seguros. “Dar clases con las familias atrás implica que el rol estudiantil no es el mismo que si está en el espacio de pertenencia con sus pares y la única autoridad es el docente, necesitamos que ellos se sientan en ese espacio de clases”, agrega Hill.

Leandro Vitulli, estudiante de Geología, piensa en la comodidad de estar en su casa cada vez que tiene clase. “Puedo levantarme y hacerme un café cuando quiera, en ese sentido está buenísimo. Pero también está la necesidad, por lo menos en mi carrera, de tener clases prácticas en las que vemos microscopios o salimos al campo y con la virtualidad es imposible”.

Ante la importancia que tiene para los docentes verse frente a frente con los alumnos, ver cómo alguno asiente con la cabeza lo que está diciendo u otro mira con cara de duda, Vitulli cree que hay una forma sencilla de ayudar a los profesores: prender la cámara y participar en clase. “Se nota cuando uno lo hace. Ellos mismos dicen que les resulta muy difícil dar clases si nadie contesta o nadie tiene la cámara prendida”.

Qué hacer

“Lo no verbal puede ser también lo escrito o lo textual. Entonces otras cosas vienen a llenar todos esos vacíos que ahora existen y que antes no sabíamos que podían existir”, plantea Gallo.

En su caso, la docente pone énfasis en esas otras vías de comunicación y le da a sus alumnos la posibilidad de hacerles consulta por celular o mail, con el objetivo de aprovechar la forma de expresión escrita.

“En mis clases trato de generar estímulos cada dos o tres minutos. Levanto la voz, les hago preguntas, hago que alguno hable, etcétera. Así mantengo a los chicos atentos”, señala Gallo, quien advierte que el tiempo de atención de las personas se redujo por el uso del celular y que esperan todo más rápido que en otra época.

Hugo Lescano, director del Laboratorio de Investigación de Comunicación No Verbal, afirma que en toda comunicación es necesario verificar las emociones de las personas que escuchan, y las clases no son la excepción. “Las clases han mutado a una especie de programa radial, en el que uno habla pero no sabe quién está del otro lado ni cómo está reaccionando. En otros casos se parece a la actividad de un youtuber, que puede ver comentarios o preguntas, pero no las reacciones de los oyentes”.

Esta situación obliga a adaptarse a sabiendas de que el feedback no será el mismo por más medidas que se implementen, pues tener el rostro, las expresiones y los movimientos en vivo de los estudiantes, sin delay y sin píxeles, no se puede lograr a través de una pantalla, más allá de la calidad en la definición que esta pueda tener.

“Esto podría reemplazarse, de manera precaria, con un espacio de preguntas y respuestas para que los alumnos puedan comentar algo sobre la clase, pero siempre queda ese vacío en la comunicación que no permite identificar la situación emocional en el momento mismo de la clase, en tiempo real”, sugiere el experto en una conversación con LA GACETA.

(Producción periodística: Homero Terán Nougués)

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