Con 82 años, se deja llevar donde la lleva el viento

Con 82 años, se deja llevar donde la lleva el viento

La increíble vida de Sara Vallejo, una mujer que a los 79 años vendió su única casa para comprar una casa rodante, y vivir el resto de su vida en permanente viaje por el mundo.

Con 82 años, se deja llevar donde la lleva el viento LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO

De Guille a su mamá, Sara Vallejo, vía WhatsApp: “tal como te comenté, hoy recibí la confirmación de K-line USA, que el buque Orion Highway partió del puerto de Galveston con el motorhome a bordo, rumbo a Montevideo”. Respuesta: “Ya aprendí a buscarlo en la pantalla de mi computadora y a localizar su posición satelital. Yo lo veo al Orion en Veracruz”. Sara vuela con la tecnología. Vuela con todo. Vuela.

Sus hijos y nietos tratan de ayudarla, pero ella va 10 pasos adelante.

Resuelve que estaba aburrida, que ya ha cumplido con todo lo que se esperaba de ella: casarse, tener hijos, ser profesional… ahora siente que la vida le sobra y que se merece un derroche de libertad. Cuando cumple los 70 se tira de parapente desde los cerros de Tucumán, donde vive hace 50 años. No le basta. Quiere más. “¿Qué puedo hacer? Ya sé. Me gusta manejar y me gusta viajar. Allá voy”, se dijo a los 79 años, cuando diseñaba cómo sería su vida a los 80. Una viejita con rodete y tejido no.

EN EL MOTORHOME. Su hogar, donde cada vez necesita menos cosas. EN EL MOTORHOME. Su hogar, donde cada vez necesita menos cosas.

Fue entonces cuando vendió su única casa y se compró un motorhome por internet. Lo hizo traer de Texas, Estados Unidos, hasta Montevideo, Uruguay, donde empezaría su aventura. El gran día fue el 8 de agosto de 2017. Desde entonces ni sus tres hijos, ni sus tres nietos ni sus tres bisnietos la sacan del volante. Ni quieren tampoco; saben que ella es feliz volando “adonde la lleve el viento”. Sólo la pandemia logró frenar a Sara, pero después de 75.000 kilómetros por Uruguay, Brasil, bordeando la costa atlántica, cruce por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, para volver por el Pacífico. Dos años y medio de viaje.

Sara aprovechó la cuarentena para juntar sus apuntes de viaje y con la ayuda de su “clan” familiar dio a luz “80 años no son nada: adonde me lleve el viento”, libro editado por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo y la Comunicación Participativa (Cedesco) que se presentará hoy a las 19 en transmisión en vivo por Facebook, donde ella tiene más de 60.000 seguidores. Son crónicas de ruta, ágiles y divertidas, llenas de anécdotas y salpicadas de recursos tecnológicos como los códigos QR.

AL VOLANTE. Con el libro que presentará hoy y que resume sus aventuras. AL VOLANTE. Con el libro que presentará hoy y que resume sus aventuras. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO

- ¿Qué significa para vos (no le gusta que la traten de usted) este libro?

- Para mí es una etapa más de mi vida. La pandemia me dio la oportunidad de hacerlo porque en viaje no sé si hubiera podido. Hay que buscar fotografías, recuerdos, bucear en la memoria, que a veces no alcanza, y pedirles a los amigos que han compartido el viaje que ayuden: cómo se llamaba esto, cuál era este lugar donde nos encontramos con fulano o mengano...

- Vamos más atrás. ¿Cómo empezó esta historia?

- Yo tenía 79 años y había recorrido todos los caminitos que te marca la sociedad y la vida te presenta: casarse, tener hijos, acompañarlos… Ya todo lo había hecho y más porque a los 44 años cuando ya los chicos estaban en la universidad decidí estudiar una carrera y me metí en el profesorado de inglés de la Escuela Normal. Cursé cuatro años y me recibí. Trabajé como profesora hasta que me jubilé. Mientras tanto seguía haciendo cosas en casa, tenía restaurante, repartía comida a domicilio y hasta hice de taximetrera (ríe).

Siempre inquieta hasta que la vida ya no me ofrecía ninguna recompensa y entonces cambiaba. Me separé de mi marido, después de 45 años. Y me volví a enamorar, pero a los cuatro años este segundo compañero no tuvo mejor idea que morirse, y otra vez la vida vacía y sin proyectos. No me quedaba más que pensar qué iba a ser. Yo creo que siempre hay que tener un proyecto y cumplirlo. Entonces me dije ¿qué sé hacer? ¿Qué quiero hacer? Manejar, viajar. Y así surgió esta aventura de andar sola por el mundo y libre conduciendo mi propia casa y mi propio destino.

- ¿Cómo lo concretaste?

- El primer paso era deshacerme de la casa, ¿para qué iba a tener dos? Dije vendo la que está quieta y me compro una que camina, y así fue.

Después del primer pasito, viene el segundo, y en el tercero ya estás en la ruta. Hice una venta de garage y vendí todo lo que tenía la casa y deje únicamente lo que me servía para el motorhome, que era muy poco.

- ¿Cómo se logra ese nivel de desapego por las cosas y los recuerdos de tantos años que guarda una casa?

- Yo pienso que las cosas están a nuestro servicio. No son más que cosas, inclusive el dinero, está a nuestro servicio, para hacernos felices. Si pueden convertirse en otro tipo de cosas que te dan felicidad, como la que yo necesitaba en ese momento ¿para qué las quiero? Y ojo que no estoy huyendo de nada, ¿no? Porque muchas veces me preguntan eso, y yo no huía de nada, buscaba otras cosas que no tenía: el mar, gente distinta, de otra cultura, otros paisajes, otros atardeceres. Cada lugar es espectacularmente bello de acuerdo con la mirada que le ponés. El desapego lo fui construyendo de a poco. En cada viaje necesito menos cosas, menos ropa, menos utensilios de cocina, menos adornos, menos todo. Todo lo voy cargando en mi interior, todo lo llevo conmigo.

- ¿Alguna vez habías manejado un vehículo tan grande y pesado?

- (Ríe) No. Pasé de un Corsa chico a este motorhome de seis ruedas, que pesa 8.000 kilos y tiene caja automática. Me senté al volante y salí manejando aunque a los pocos kilómetros mi hijo y mi hermano se pegaron un susto porque me adelanté y pasé un camión. Ellos manejaron un poco pero después se aburrieron y seguí yo. Fui cambiando de compañeros de viaje y aterricé en Tucumán justito antes de la cuarentena.

- ¿Y ahora? ¿Cuál es tu próximo proyecto?

- No sé, como siempre digo, tengo toda una vida por delante. Apenas tenga la posibilidad seguiré viajando, viviendo. Cuando tenga el permiso para salir seguiré andando, no cruzando fronteras, pero sí dentro del país, visitando tantos pueblos que no conozco. Me pararé en cada plaza a vender mis libros hasta que se acaben y seguiré compartiendo la vida con la gente que me acompañe en el motorhome y viviendo experiencias maravillosas, compartiendo con la gente de cada lugar.

- Como maestra del desapego, ¿qué mensaje nos dejás en este tiempo de tantas pérdidas?.

- No sabemos cuándo termina la pandemia, pero que no nos paralice, busquemos cosas para hacer, no hay que perder ni un minuto, porque la vida es muy finita, es más corta de lo que uno piensa, en cualquier momentos se apaga la luz. Cada minuto hay que vivirlo plenamente, con lo que uno pueda, con cosas simples, por ahora. Y algo importante: no descartar los sueños, porque los sueños no son expedientes que uno los puede guardar y esperar a que pasen años hasta que se resuelvan. No hay que dejarlos dormir, hay que cumplirlos, a veces, a costa de perder otras cosas, yo he perdido mi casa, mi auto, la cercanía de mi familia, pero se ganan otras tan maravillosas que compensás. Hemos venido a vivir la vida, no a perdurar.

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