Las facturas que pasa la bandera

Las facturas que pasa la bandera

Si el maniqueísmo buscase un patrono, ese debería ser Procusto. Este mítico bandido griego (alias Damastes, alias Polipemón) era un criminal sanguinario que asolaba el camino de Megara a Atenas (allí lo ubica Pierre Grimal en su Diccionario de mitología) y descuartizaba viajeros obligándolos a acostarse en una cama de hierro. Si a la víctima le sobresalía algo, la aserraba; si por el contrario no alcanzaba a cubrir toda la superficie, la estirada hasta desmembrarla. Ultimado por el héroe Teseo, Procusto tenía, en algunas versiones, no uno sino dos lechos: uno diminuto para la gente de gran talla y otro enorme para las personas de cuerpo pequeño. Considerado un antecesor de los vampiros, Procusto no toleraba la realidad de las personas y dedicó todo su horroroso esfuerzo a que ellas se ajustaran a sus moldes.

La mirada binaria que atraviesa la política argentina, y la empobrece, sigue la espantosa filosofía de Procusto con todas las aristas de la realidad social. El multitudinario “banderazo” del lunes es el ejemplo más reciente: armada de serruchos para amputar pluralidades, y de martillos para desarticular complejidades, la mediocridad bipolar quiere encasillarlo todo en una fórmula simplona: “Gobierno vs. Oposición”. Pese al esfuerzo reduccionista, hay mucho más en esa movilización popular. Mucho más amplio, más hondo y más de borde.


La forma

En el hecho de que haya habido una multiplicidad de consignas en las diferentes marchas replicadas en las principales ciudades argentinas, y en la circunstancia de que no hubiera líderes conduciendo el descontento, no hay un atenuante para el oficialismo en particular (como pretende la interpretación oficial que se intentó forzar) ni tampoco un alivio para la política en general, sino todo lo contrario. Hay, más bien, un inquietante hartazgo respecto del desgobierno de los sucesivos gobiernos.

Si no hubo un único objeto de repudio, es porque hay una cantidad masiva de argentinos protestando contra una forma de hacer las cosas en el plano de la cosa pública. Pero también es un maniqueísmo leer que la manifestación del lunes sólo se trata de “una protesta contra…”. Esa es sólo una cara de la bandera. Hay, primeramente, un reclamo de políticas en favor de los argentinos. Una porción muy importante de la sociedad se moviliza por una solución real para los problemas reales. Y buena parte de esos dramas derivan de la pobreza.

El reclamo de seguridad es un planteo contra la desigualdad: cuando más amplia es la brecha entre los que más tienen y los que menos poseen, más violento es el delito imperante en una sociedad. La demanda de que se termine la corrupción es un planteo contra los gobiernos que, a costa de enriquecer de manera delirante a algunos de sus miembros (desde funcionarios hasta secretarios privados), nada han hecho para revertir el empobrecimiento del país y de sus habitantes. El pedido de que se termine la impunidad es un planteo para que robarle al Estado (que equivale robar obras, servicios y oportunidades que saquen al pueblo de la pobreza) deje de ser un negocio. El delito también tiene su economía y si robar millones en un corto período tendrá como costo sólo un par de años de prisión preventiva, seguirá habiendo una legión para la cual la ecuación resulta conveniente. Si del otro lado del estrado hay miembros de la Justicia jubilándose con haberes superiores a los $ 800.000 mensuales a cambio de no hacer nada contra ese saqueo, hay un país sin otro porvenir más que la pobreza inconmensurable.


El porvenir

Puesto en términos materiales, Unicef presentó a principios de mes su última estimación sobre la pobreza en el país y la proyección indica que a fines de año, de todos los niños de Argentina será pobre el 62,9%. Es decir, 8,3 millones de pequeños compatriotas sumidos en el despojo. En diciembre pasado, los argentinitos pobres ya eran 7 millones: el 53% de los chicos. ¿Qué futuro estamos criando?

El peronismo, que desde el retorno de la democracia ha estado durante 23 años en el poder, no ha podido darle una solución a este problema. El radicalismo, durante sus dos presidencias terminadas con renuncias y tragedias económicas, tampoco. El macrismo, menos.

No puede la mirada opositora “estirar” el “banderazo”, leer que lo “capitaliza” de cabo a rabo, y “cubrir” sus fenomenales fracasos de celeste y blanco.

Muchísimo menos puede el oficialismo ensayar interpretaciones obtusas (casi una religión en vastos sectores) acerca de que se busca desestabilizar al Gobierno o (al borde del ACV político) de que hay una epidemia de irresponsabilidad de quienes buscan esparcir el coronavirus. Si todo el análisis del funcionario consiste en que “la gente que protesta es mala”, entonces la realidad (en lugar de ser la única verdad) es algo que está movilizado en las calles, mientras el Gobierno se encuentra en otra parte. Y, junto con él, los dirigentes que declaran “enemigos de la salud pública” a los que protestan, y los miembros del Ministerio Público Fiscal tucumano que proponen investigar a quienes fueron a la plaza Independencia el lunes. ¿Portación ilegal de banderas? Suerte que Alberdi legó una Constitución.


La fórmula

A mediados de junio, el tucumano Fernando Marengo, socio y economista jefe de Arriazu Macroanalistas, disertó en un ciclo organizado por ACDE y auspiciado por LA GACETA. Explicó que para reducir la pobreza en la Argentina a un 5% no se necesitaban más impuestos ni más planes sociales, sino (tan sólo y nada menos) un crecimiento económico del 4%, en promedio, durante 20 años. Jamás ocurrió cosa semejante en este país. Claro está, a lo largo del siglo XX los golpes de Estado ni siquiera permitieron 20 años continuados de gobiernos surgidos de las urnas, desde la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, Ley Sáenz Peña mediante. La culpa es de los militares golpistas. Pero desde 1983 ya no hay dictaduras, así que la responsabilidad es de quienes gobiernan en el nombre del pueblo.

Sólo con crecimiento económico se generan riqueza legítima y transferencia a los que menos tienen. El endeudamiento externo no lo logró. El default tampoco. El clientelismo no hizo retroceder a la pobreza, sino que sólo la financió. Y la actual emisión desenfrenada de pesos sólo genera inflación, que es una máquina de producir pobres por tonelada. Esa pobreza está bastardeando los cimientos de la sociedad. Y la está desintegrando oprobiosamente.


La reforma

La otra cara de la bandera es que, por supuesto, la del lunes fue también una protesta contra la gestión de Alberto Fernández. Una manifestación de descontento trascendente. Y ni siquiera la primera. El 20 de junio fue la marcha embanderada para protestar contra ese papelón institucional que resultó la fallida intervención de Vicentin, la agroexportadora que ya estaba en concurso de acreedores y, por tanto, bajo supervisión judicial. Con independencia de desvergüenzas como clamar “soberanía alimentaria” o apelar a una figura de la Ley de Expropiaciones introducida por Jorge Rafael Videla durante el proceso de genocidio nacional, la Casa Rosada se llevó por delante la Constitución al arrogarse la potestad de entender en causas judiciales mediante un DNU desprovisto de necesidad y de urgencia.

Ahora, aunque hay una pléyade de demandas, el catalizador que terminó por empujar a millones de argentinos a las calles fue el proyecto de reforma judicial del oficialismo. En primer lugar: una modificación del Poder Judicial (desde los jueces hasta el funcionamiento y el número de miembros de la Corte, pasando por la estructura del Consejo de la Magistratura) que no surge del debate y del consenso con todo el arco político ni con los propios miembros de la Justicia, no es una reforma: es un manoseo.

En segundo lugar, si hubiera normas ISO para la falta de oportunidad política, el “albertismo” se llevaría todas las certificaciones. El coronavirus está estallando como una piñata en todo el país, todos los indicadores macroeconómicos, microeconómicos y socioeconómicos están en terapia intensiva, y el Gobierno que dispuso una cuarentena económica que fulminó empresas y comercios en nombre de conjurar una pandemia que empeora día a día decide que ¿es momento de transformar los Tribunales? ¿Esos que estuvieron largamente cerrados en la cuarentena pero ahora, de repente, son la necesidad quemante del pueblo?

En tercer lugar, lejos de avizorarse los beneficios de la reforma, viene quedando claro que sólo se duplicarán los despachos, para llenarlos de jueces amigos, todos ellos en la precariedad de la subrogancia. A esa película ya la dieron y el lunes se observó que hay millones de argentinos que no quieren volver a verla.

En cuarto lugar, el diagnóstico de que la calidad institucional le importa poco a la sociedad y que sólo es una cantinela de la derecha se quedó en el tiempo. Hay intendentes tucumanos realizando sondeos de opinión en los que la “corrupción” aparece como uno de los “problemas” que percibe con preocupación la sociedad tucumana. Pero no en último lugar, sino debajo de la inseguridad, pero arriba del desempleo y de la inflación.

El Presidente quiere barajar y dar de nuevo el Poder Judicial teniendo a la Vicepresidenta denunciada en una veintena de causas y procesada en media docena de ellas, contando como uno de sus asesores al abogado de ella. Así que el letrado que ha interpuesto cinco planteos en la Corte para frenar esos procesos va a decir cómo debería ser la futura Corte. Esa receta para juntar a todos los adversarios es infalible. El plato se llama “el kirchnerismo pierde la calle”.


El viento

El viento que hace flamear los “banderazos” sopla desde un tiempo político en el que, aunque la dirigencia se empecine en “la grieta”, una parte sustancial de la sociedad parece dispuesta a llevar el péndulo de los gobiernos lejos de los extremos. Después de ocho años de “cristinismo” atropellador, en 2015 los argentinos eligieron lo contrario. Y tras cuatro años de “macrismo” de tarifazos e inflación galopante, eligieron un peronismo inédito: un peronismo de coalición. Uno que contiene cristinismo y en una porción sustancial, pero que debía ser algo distinto. Un peronismo que debía encarnar la gran promesa de Alberto: “moderación”.

Cada vez que el Presidente incurrió este año en “cristinismos” desembozados, millones de argentinos salieron a la calle, aún a pesar de la pandemia. Muchos votaron a Alberto el año pasado. Muchos otros, como garantía contra los desbordes, consagraron una oposición que tiene el 41% de los votos. Unos y otros le están recordando al Presidente que para gobernar lo eligieron a él. No a otro. Ni a otra. Y la factura que están pasando tiene la forma y los colores de la Bandera Nacional. La estiren como la estiren. Y la corten como la corten.

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