La marcha, el virus y el miedo

-¿Qué es lo que empuja a la gente a analizarse?

-El miedo. Cuando al hombre le llegan las cosas, incluso las cosas que ha querido, que no comprende, tiene miedo. Sufre de no comprender y poco a poco entra en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica el cuerpo deviene enfermo del miedo de estar enfermo sin estarlo realmente. En la neurosis obsesiva el miedo pone cosas bizarras en la cabeza ... pensamientos que no se pueden controlar, fobias en las cuales formas y objetos adquieren significaciones diversas y espantosas. (Fragmento de la entrevista a Jacques Lacan por la revista romana “Panorama” a el 21 de diciembre de 1974)

La sociedad argentina se merece un profundo análisis sobre sus miedos y la transformación de ellos en acciones torpes y contradictorias. La denominada “Caravana por la República” mostró una conjunción de temores derivados de acciones desafortunadas, instituciones débiles, manipulación discursiva y hartazgo social. Si pudiésemos tomar a la sociedad como a un sujeto, se podría decir que es bipolar, con tendencia a la autodestrucción. Particularizando, es posible hallar matices y distintos tipos de temblores que llevan a diferentes actores sociales a la acción.

El Gobierno nacional, en palabras del politólogo Andrés Malamud, convocó a la marcha del día de San Martín. Lo hizo porque persiste en su afán de llevar al límite la capacidad de paciencia -o de esperanza- de ese amplio sector social que oscila entre las dos puntas de la grieta política. Con el caso Vicentín esa masa crítica ya había avisado que no quería avasallamientos ni el regreso de los malos modos del kirchnerismo acérrimo. Con la reforma judicial, la respuesta fue más fuerte. Alberto Fernández -o quizás Cristina, o ambos- parece no comprender el mensaje de las urnas cuando consagraron a Mauricio Macri presidente ni el que le dio la ciudadanía eligiéndolo a él mismo jefe de Estado. Esa porción de argentinidad que define las elecciones lejos de los extremos se cansó de las crisis, los “relatos” vacíos, la pobreza, el desempleo y la inseguridad como características ya intrínsecas del país. Pero, en especial, se cansó del maltrato y del avasallamiento. Quiere que se respeten las instituciones y poder confiar en que no seremos ni Venezuela ni Estados Unidos. Quiere que seamos Argentina.

La propia ex presidenta tomó nota de esa lección al dar un paso al costado y ungir al “moderado” Alberto como candidato. Sabía que ella o alguno de sus adláteres caminaban a la derrota. Sin embargo, pandemia de por medio, avanza con ese escudo de la tensión social ante el coronavirus para acomodar su tropa y arremeter con todo según sus intereses. Cristina no habla de la enfermedad que golpea al mundo. No dice ni una palabra ni siquiera para alentar o tranquilizar o para regañar a los millones de argentinos que la adoran más allá de cualquier límite racional. Es la vicepresidenta de la Nación y jamás pareció ocupada o preocupada por el virus. Sí habla de la Justicia, de las persecuciones y de todo lo bueno que supo hacer su gobierno y destruyó el que le siguió. El mundo gira alrededor suyo y el Presidente parece estar en esa calesita. Ya cada vez menos dirigentes piensan que puede ser aquel “bravucón” que supo darle la espalda a una poderosa Cristina. El Presidente avanza con lo que dijo que no tocaría y se desdice respecto del Poder Judicial.

A ambos los mueve el miedo. A la ex, de caer presa o de perder poder. Al actual, de terminar devorado por las huestes de su madrina presidencial. Ese temor los pone ante el escándalo de marchas multitudinarias recordándoles que ya nada es como fue aquel nefasto comienzo de milenio para la sociedad. Los límites de acción de oficialistas y opositores están más acotados ahora por argentinos en estado de crispación permanente.

El miedo al virus paralizó a gran parte de la sociedad durante 150 días exactos. El temor a la violación de las libertades individuales y de la Justicia fue más fuerte que el terror al coronavirus y de a miles salieron a decir basta. Hasta hubo quienes dijeron que la pandemia era un invento, como si los miles de muertos fueran un dolor ocultable.

Esa porción de la clase media que se paró en la calle para protestar desafiando la enfermedad, la Constitución y hasta los derechos de sus propios pares, de preservar su salud, es la misma que denigra a los que se amontonan en las colas de los bancos para cobrar planes sociales o en El Bajo para comprar juguetes. O, como dijo un comentarista de LA GACETA, que justifica la marcha contra el Gobierno nacional “porque (Hugo Moyano) hace lo mismo y ustedes (la prensa) no dicen nada”. En esa sociedad contradictoria y de reglas “para los otros” nos encontramos inmersos, jugando en las fronteras de la razón. “Todo lo que pienso y hago yo está bien, pero lo que hace el otro, aunque sea lo mismo, no lo está”, pareciera ser el eslogan del argentino promedio, que se expande del kirchnerismo al macrismo y de un extremo al otro de nuestra sociedad. Como dijo el ensayista David Rieff en la entrevista de Irene Benito publicada el domingo en LA GACETA, somos un pueblo obsesionado consigo mismo.

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