El nocaut que se viene, llega, y duele

El nocaut que se viene, llega, y duele

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Difícil de imaginar, pero en Barcelona, si Lionel Messi sigue, la posible solución sería mirar qué sucedió con la Argentina. En la Selección, tras la eliminación en Rusia, “Leo” se sumó como líder, claro, pero a un nuevo equipo que el DT Lionel Scaloni armó sin él. Digo difícil de imaginar porque la historia era casi siempre al revés. Nosotros en Argentina preguntándonos por qué la Selección no podía ofrecerle el menú que “Leo” sí tenía en el Barça. En la nueva selección de Scaloni, Messi quiso y quiere seguir. En “Barça”, la nueva herida está muy cerca. Todavía no lo sabemos. Y, si sigue, “Barça” se pregunta hoy si Leo estaría dispuesto a hacerlo como lo está haciendo con Argentina. Con un nuevo esquema que, para decirlo sencillo, quitaría poder al vestuario y se lo daría al nuevo DT y a su equipo de colaboradores. ¿El verdadero intento de reconstrucción -se pregunta “Barça”- debería ser liderado por el símbolo o es mejor que el símbolo dé las hurras y el cambio sea entonces más profundo ya sin él? Nunca es fácil que club e ídolo coincidan en que es hora de separarse. Y menos aún cuando el ídolo es Messi, uno de los mejores jugadores en todos los tiempos de la historia del fútbol. El crack que fue clave para encumbrar al “Barça” acaso como el mejor equipo de todos los tiempos.

Hace algunas semanas, antes del 8-2 del viernes de Bayern Munich, escribí en este espacio que pensaba por primera vez que, si Messi quiere seguir ganando alguna Champions, este Barcelona ya no tenía mucho que ofrecerle. Que había llegado la hora de irse. Nunca imaginé, eso sí, que la debacle sería tan pesada. Todos sabíamos que Bayern Munich estaba como equipo dos goles arriba de Barcelona. Pero decíamos también que fútbol es fútbol y que Messi es Messi. El partido de Lisboa pareció una ruleta en los primeros quince minutos. Si Barcelona hubiese estado más fino podría haberse puesto 3-1. Pero el cotejo dejó de ser una ruleta y terminó siendo un robo. Un amigo me decía “parece el 4-0 de Holanda a Argentina en el Mundial 74”. Un Fórmula 1 contra una carreta. Peor fue cuando la diferencia dejó de estar sólo en las piernas y en el juego. Cuando pasó también a la cabeza. Unos jugando igual hasta el último minuto. Son alemanes. Se lo habían hecho a Brasil en el 7-1 del Mundial 2014. Y los otros, Brasil antes, Barcelona el viernes, queriendo irse de la cancha. Tirando rápidamente la toalla. Sólo así puede explicarse un 7-1 o un 8-2.

Lo más curioso de todo es que Barcelona dista de ser sólo Messi. Es el equipo con el mayor presupuesto del fútbol mundial. Con los fichajes y varios de los salarios más altos. Es decir, Messi no está solo. Está en uno de los clubes más poderosos del mundo y, supuestamente, está acompañado por algunos de los mejores jugadores. No parece así. La fama del equipo “jugadorista”, de esa vieja generación formada en La Masía que dio tantas alegría y títulos y quedó reducida este año a Messi, Piqué y Busquets, trasladó el poder al vestuario una vez que se fue Guardiola. El club lo permitió. Y dilapidó mil millones de euros en la reconstrucción. Todos los técnicos que siguieron, en mayor o menor medida, tuvieron que negociar demasiado con los jugadores. Su calidad alcanzó para dominar especialmente en España, pero ya no contra equipos más armados de la Champions, que juegan a otra velocidad colectiva. Y que, más grave aún, advierten la fragilidad del viejo campeón. El nocaut que se viene. Y que llega. Y que duele cada vez más. Con Argentina fue un Mundial y dos Copas América. Para Barcelona son Roma, Anfield Road y ahora Lisboa. Y si con “Barça” el pasado fue glorioso, también el presente es más duro. Porque la derrota forma parte del juego. Renunciar antes de tiempo no.

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