La era de la subestimación

La era de la subestimación

Cuando la política mete la pata, se forma un anillo de protección hacia el responsable del problema y esa actitud pone en riesgo a la política misma. Es precisamente en ese momento cuando se subestima a la sociedad.

Subestimar es un verbo que se esconde en la vida diaria. El diccionario explica que eso significa estimar a alguien por debajo de su valor. Eso es exactamente lo que han hecho un sinnúmero de dirigentes políticos con los ciudadanos después de escuchar al intendente de José C. Paz. Mario Ishii cuando confirmó que en ambulancias de su municipio bonaerense se vende droga y que él los protege.

A esa frase muchísimos oficialistas la minimizaron afirmando que Ishii es buena persona. También dijeron que lo sacaron de contexto y el mismísimo intendente precisó que cuando habló de “falopa” no se refería a droga sino a medicamentos. ¿Qué se busca encubrir cuando se reacciona de esta manera?

Se busca defender el poder ganado. Se busca avanzar y no perder el espacio que se viene ocupando hace años. Se busca profundizar una grieta. Pareciera que eso es más importante que los valores que circulan a diario. Entonces ya no importa que la droga asesine tratando de hacerse invisible igual que el coronavirus. Al contrario, si ayuda al objetivo principal que es sostener el poder, hasta conviene protegerla.

Lo curioso es la solidaridad recibida por Ischii. Como siempre es la prensa la que exagera o saca de contexto. Cuando la política mete la pata se forma un anillo de protección hacia el responsable que pone en riesgo a la política misma. Es en ese instante cuando se subestima a la sociedad. Y, si hay algo que la ciudadanía no es, es ser tonta. Puede tener necesidades o confusiones, pero no estupidez.

Un fabricante de mentiras

En Tucumán, por ejemplo, el intendente de Tafí del Valle, Francisco Caliva, dio una cátedra magistral de cómo se puede recaudar dinero para los comicios con actividades públicas. Esto ocurrió a fines del año pasado y desde entonces una gran mayoría de los dirigentes políticos del oficialismo tucumano callan. No faltó el que dijera que se lo sacó de contexto y, cuando se le pidió al intendente una opinión de sus propias palabras, dijo que de ello no iba a hablar. Un calco de lo que hizo Ischii esta semana, aunque afirman que el video es de hace más de un mes.

Entonces, el ciudadano ve y oye una cosa y sus dirigentes -aquellos a los que él eligió para que lo representen- subestiman los hechos que, si hubieran tenido como protagonista a alguno de sus hijos, más de un reto habría sido el castigo. Una vez más en la medida en que un dirigente se mete en el fango, la reacción de sus colegas es seguir chapoteando en el barro, en lugar de salir y pegarse un baño, si hiciera falta.

La ambición por el poder explica porqué las renuncias y los pedidos de disculpas escasean en la actualidad.

La sal no sala

En la Corte Suprema de Justicia de la provincia también se llamaron a silencio. Prefirieron no dar explicaciones. En Tribunales cuando no se quiere decir nada sobre algún hecho se aclara que “los jueces hablan por sus sentencias”. De esa manera se lavan las manos y evitan poner la cara. Esta vez la sentencia (la acordada, para ser más precisos) sumó a un tercer hijo (hija, en este caso) trabajando en el máximo tribunal de la provincia. Salvo su madre, el resto de los vocales pusieron la firma para que Lucila Bercovich fuera promovida como relatora en la Corte. Daniel Posse y Antonio Estofán estamparon sus firmas sin dudar, ya que su hijo y su hija, respectivamente, ya están trabajando con sus progenitores. Lo curioso es que a Eleonora Rodríguez Campos y Daniel Leiva, los otros dos vocales, les parezca bien avalar el nepotismo dentro de la Justicia.

Se hace difícil de entender. ¿Fue un acto de amiguismo? ¿Fue una decisión especulativa para cuando alguno de ellos necesite un favor? No hubo razones. Incluso pudo haber sido un acto de justicia ante las capacidades de la persona que se promovía, pero hasta en eso fallaron porque en vez de enseñarles el camino recto de los logros, dejaron en claro que avalan hacer la cortada en vez de subir escalón por escalón.

El nepotismo suele ponerse el disfraz de la confianza. Y, en fiestas familiares, el de la víctima. Con ese ropaje suele responderse “quién mejor para proteger lo que pasa que alguien del mismo palo”, o en todo caso “pobre, al tener a un padre en un lugar de poder no se ven sus capacidades”. Disfraces para subestimar.

El nepotismo hiere la democracia. El progreso que se anhela, y que intrínsecamente es responsabilidad de cada funcionario público, presupone la idea de superación de todos y no de algunos.

No voy en tren

En medio de este desorden, la presidenta de la Corte, Claudia Sbdar, se fue a Buenos Aires. Por las dudas, se costeó sus viáticos. Respondía al llamado del Presidente de la Nación para que integre la comisión de notables que diagnosticará y recetará medicinas para que la Justicia deje de ser un brazo de la política. Como si para eso se necesitara modificación alguna... Con que cada juez cumpla con su juramento bastaría para que la voracidad de los políticos no corrompa al Poder Judicial.

Sbdar es compañera de banco de más penalistas que juristas; y con más defensores (de acusados de corrupción) que creadores desinteresados. Por eso la presunción de que la intención de esta movida presidencial es desactivar causas que necesita su transparente esclarecimiento para bien de la sociedad, cobra asidero.

Al mismo tiempo, muchos de los que están en esta comisión alguna vez sonaron como posibles candidatos a integrar la Corte Suprema de la Nación. ¿Con qué cara van a promover la idea de agrandar la Corte?

Para llegar a Buenos Aires, la presidenta de la Corte de la provincia se subió a la Toyota 4x4 de la Corte, patente AD850AZ. Volvió en ella y ahora está pasando cuarentena en su casa por haber participado del acto al que la convocó el presidente Alberto Fernández de Kirchner. Pero, según la dirigente gremial de los judiciales Alejandra Martínez y el letrado Gustavo Morales, la titular de la Corte habría llevado a un colega en la camioneta de la Corte. Tanto Martínez como Morales presentaron una nota ante el máximo Tribunal para que se explique por qué no fue consignado en acordada. “Tamaña omisión reviste inusitada gravedad institucional”, afirman Martínez y Morales en su escrito. Ambos manifiestan su preocupación respecto de que “en este contexto de pandemia, la salida del vocal más antiguo de la Corte de Tucumán, así como el ingreso no menos suspicaz a la provincia de Buenos Aires” pone en riesgo la salud del vocal decano de la provincia.

Martínez y Morales consideran que se hizo una “omisión maliciosa” y que se cometieron faltas éticas y algunos olvidos de la ejemplaridad que debe dar la Corte al no decir que otro vocal viajaría con la presidenta de la Corte. Para ellos, que Antonio Estofán se haya ausentado sin que quede registrado en la acordada es una “falta de transparencia”. Es curioso imaginar a Sbdar y a Estofán viajando en un mismo habitáculo más de 1.000 kilómetros cuando hace unos años no podían verse. La necesidad tiene cara de hereje, solían recitar los abuelos. De confirmarse, el viaje era más fácil que encontrar que funcione un ómnibus en épocas de paro o que alguna funcionaria amiga le preste su avión.

Inconsciente colectivo

La oscuridad es el ambiente preferido para la subestimación de la sociedad. Si hay algo que no tiene luz es precisamente el valor de un viaje en ómnibus. Desde hace décadas los ciudadanos pagan un precio y van hasta donde necesitan trasladarse. Sin embargo, los empresarios, el estado (concejales, legisladores, funcionarios municipales y provinciales) se dedicaron a jugar a las escondidas para que el transporte sea finalmente un sospechoso sistema de subsidios y de corrupción. Nunca nadie dio explicaciones.

En lo único en que se pusieron de acuerdo todas las partes fue en decir que hacía falta dialogar para encontrar una solución, pero nunca hablaron y menos aún se sinceraron. Se burlaron de la sociedad, no les importó el ciudadano y el transporte ya no transporta nada, sólo problemas. Subestimar es el verbo que se esconde en la vida diaria.

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