Hace 25 años Elizabeth Maturano ganaba la medalla Panamericana en karate por equipos

Hace 25 años Elizabeth Maturano ganaba la medalla Panamericana en karate por equipos

El bronce que guía sus energías y esfuerzos

PREVIA. Maturano y Verónica Torres sonreían y disfrutaban antes de iniciar la competencia en 1995. PREVIA. Maturano y Verónica Torres sonreían y disfrutaban antes de iniciar la competencia en 1995.
13 Junio 2020

“La foto que se ve al final de un torneo, ya sea elite, amateur o escolar, es la misma: sonrisas de oreja a oreja, brazos en alto, gritos al cielo, muchas personas que se funden en un gran abrazo. Es ahí cuando se me infla el pecho y digo valió el esfuerzo”, contó Elizabeth Alejandra Maturano. Eso es lo que siente la profesora de Educación Física ejerciendo su profesión. En la actualidad con una actividad “satélite”: forma parte del Equipo Técnico de la Modalidad de Educación Física del Ministerio de Educación.

“Eli” tiene fotografías de todos los niveles a los que hace referencia. La instantánea del nivel “elite” la muestra con una medalla panamericana de bronce. La que ganó en 1995, en los Juegos Panamericanos que se celebraron en Mar del Plata, en kumite (combate) por equipos, categoría más de 60 kilos.

“De los combates no recuerdo tanto. Sólo se me vienen a la memoria las imágenes del grupo alentándome, dándome indicaciones y festejando algún punto”, comentó la karateca. Todo es borroso para Maturano sobre aquel 24 de marzo de hace 25 años atrás. Sí, se acuerda de la última pelea que tuvo en el Cenard de Buenos Aires, que fue donde se disputaron algunas competencias, entre ellas el arte marcial que practica Maturano. Y no la recuerda por la simple razón de que haya sido la última. “Yo definía la medalla”, rememoró. Sí, “chan” de fondo.

Argentina, que estaba formada además por Verónica Torres y Silvina Pérez, venció a Uruguay y Paraguay, perdió en semifinales contra Cuba -que se quedaría con la medalla de oro- y definió la medalla de bronce con Canadá, equipo al que venció por 2 a 1. “Estábamos empatadas 1-1 y cuando pisé el tatami sabía lo que tenía que hacer. Me preparé mucho para ese momento: eran sólo dos minutos, lo único que quería era dejarlo todo y el resultado fue grandioso”, recordó con orgullo “Eli”.

Como ella dice, se le infló el pecho y se estableció, al mismo tiempo, un parámetro de vida, un punto de medición para saber hacia dónde guiar sus esfuerzos y depositar su vigor. “El proceso que hice como deportista fue importante y me marcó: ser metódica, disciplinada, responsable y por sobre todo poner el corazón cuando emprendo algo en cualquier circunstancia. Tengo la posibilidad de poner mis energías y brindarles a los jóvenes un espacio para poder compartir y también competir por su curso, escuela, departamento o su provincia”, detalló.

Esa medalla energizó más su existencia. Energía es lo que le sobra a “Eli” y si es para mejorar vidas, más ímpetu le pone. “En mi trabajo tratamos de implementar políticas educativas que buscan democratizar espacios de aprendizaje. Tal es así que hace dos años, las competencias deportivas interescolares se expandieron a los 19 municipios, con la participación en el último año de aproximadamente 32.000 chicos. Esto es otra historia maravillosa”, pone el logro a la misma altura de la medalla panamericana de bronce cuya semblanza sigue haciendo. “El camino para llegar a mi primera competencia internacional comenzó varios años antes, pero el último fue el más importante”, recordó.

En aquellos tiempos, las delegaciones deportivas quedaban definidas en los Juegos Deportivos Argentinos. Las finales se hicieron en diciembre de 1994. Maturano e Iván Troitiño, su sensei desde que se inició en el karate en 1989, consiguieron el boleto panamericano al ganar las medallas de oro.

Troitiño quedó fuera del equipo a último momento por una lesión en el tobillo, pero vivió todo, lo agradable y lo no tanto, como lo contó “Eli”. “Nos entrenábamos durísimo: tres veces al día, de lunes a sábados, eran jornadas extenuantes. Recuerdo los domingos con un dejo de tristeza porque sólo quedábamos unos pocos, los que vivíamos en el interior del país. Se sentía en el pecho la falta de la familia”, relató nostálgica.


Cartas y teléfono fijo

“Para ese entonces, el medio de comunicación eran las cartas y el teléfono fijo del comedor o del hotel del Cenard. Éramos tantos en el comedor que, cuando sonaba el teléfono, era el único momento que hacíamos silencio para saber quién nos llamaba y al afortunado se lo aplaudía”, comentó Maturano la anécdota, una de las tantas que guardó de esa larga estadía entre enero y marzo del 95 en el edificio gigante, símbolo del deporte argentino de alto rendimiento. “Volví una sola vez a Tucumán, en febrero, en colectivo. El viaje duró más de lo que estuve con mis afectos. Pero fue una bocanada de aire inmensa que me dio fuerzas para llegar al final”, insistió en otro aspecto exigente que implicó llegar hasta la medalla.

“A la distancia recuerdo ese gran día. Sobre todo el ritual de ponerme el karategui, me até el cinturón que por muchos años me acompañó en tantos tatamis, busqué los guantines, el protector bucal, las canilleras y puse todo en el bolso. Por último, ponerme la campera con los colores de mi país… Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que significaba: estaba en un lugar deseado por cualquier deportista y al que pocos llegan, en una de las competencias más importantes del mundo, tenía el orgullo y la responsabilidad de representar a mi Argentina querida”, sintetizó la medallista que también tiene preseas de oro. “Bernabé y Samira, son mis medallas doradas”, dijo Maturano sobre sus hijos, que cría y educa junto con su marido Fabián Chamut.


Punto de vista

Obsesiva y corajuda

Por Iván Troitiño, sensei de Murano

“Eli” había comenzado a entrenarse en mi dojo unos cinco años antes. Era sumamente obsesiva en las prácticas, corajuda como pocas y acostumbrada al entrenamiento duro con los varones. Ya había participado en diversos torneos provinciales y nacionales logrando el podio en todos. Para mí fue una gran responsabilidad  haber manejado a todo aquel grupo (Juan Pablo Torres, Luis Andrada, Fabián Chamut, José Tabernero, Marcelo Carabajal)  hasta las instancias nacionales y obviamente que nuestra “Eli” formara parte de aquella competencia, era un orgullo que no podía ocultar. Para nosotros la alegría fue tremenda, inolvidable, y el hecho de que nuevamente unos tucumanos formaran parte del seleccionado argentino te da un orgullo y una responsabilidad difícil de describir con palabras. La medalla de “Eli” fue, de alguna manera, la coronación de un proceso que me tocó asumir como sensei y entrenador al frente de aquel grupo de guerreros. A partir de eso siempre, y de forma ininterrumpida, algún tucumano nos representa. Hoy, después de 25 años, somos amigos inseparables y hasta compadres. Fue parte del camino que elegimos transitar y si bien la faz deportiva es la que nos moviliza de forma especial, sabemos que el karate nos marcó para siempre, es nuestra forma de vida, no sólo en el tatami sino en todo lo que asumimos.

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