Lucena, el nuevo guardián de los barrios

Lucena, el nuevo guardián de los barrios

Por pedido del policía asesinado, sus cenizas fueron esparcidas en las calles de “El Sifón” y los vecinos creen que ahora tendrán protección.

DOLOR Y CONMOCIÓN EN EL BARRIO. Los familiares, compañeros y vecinos del cabo Roberto Lucena participaron en la ceremonia donde arrojaron las cenizas, tal como lo había pedido el efectivo asesinado por cuatro adolescentes. la gaceta / foto de DIEGO ARAOZ DOLOR Y CONMOCIÓN EN EL BARRIO. Los familiares, compañeros y vecinos del cabo Roberto Lucena participaron en la ceremonia donde arrojaron las cenizas, tal como lo había pedido el efectivo asesinado por cuatro adolescentes. la gaceta / foto de DIEGO ARAOZ

“Mataron a papá porque era policía. Para ellos eso es un trofeo”, dijo Sofía, la hija del cabo primero Roberto Lucena que fue brutalmente asesinado el miércoles al mediodía en el “El Sifón”. “Ellos” son los adolescentes que están en conflicto con la ley y que paulatinamente se van adueñando de los barrios y de la vida de sus habitantes.

Lucena vivía en el Juan Pablo II, más conocido como “El Sifón”. Lo mataron para robarle la moto cuatro jóvenes que viven en el mismo vecindario y que son integrantes del clan Acevedo, líderes históricos de la zona. “Mi primo se crió en este barrio y su deseo fue que sus cenizas fueran arrojadas por las calles. Vamos a respetar su voluntad”, dijo su primo Marcelo Lucena. “No vamos a bajar los brazos para que se sepa la verdad y para que se acaben las muertes en este barrio. Queremos vivir en paz”, agregó.

Juan Carlos Herrera acompañó el dramático último adiós al héroe del vecindario. “Él, ahora, desde el cielo nos cuidará”, señaló convencido. “La situación está muy fea amigo. Estamos cansados. Estos chicos no tienen respeto por nadie. Andan robando a todo el mundo. Todos tienen armas y se hacen los pistoleros de más. Para ellos, matar es una cosa gratificante. ¿Cómo cree que nos podemos sentir? Por eso necesitamos de un Lucena que nos proteja”, insistió.

Mario Jerez también se crió en ese barrio. Sus hermanos viven en el 11 de Marzo y en el Ampliación Elena White. “Viven lo mismo. Hay muchos chicos que son ‘soldaditos’ de los que venden drogas o se dedican a robar. No saben lo que es la palabra trabajo. Me levanto todos los días a las 6 de la mañana y salgo para la obra. Vuelvo a la tarde. Mire en la moto que ando. Ellos, sin hacer mucho, llevan una vida de lujo”, explicó.

Sin distinción

Al psicólogo social Emilio Mustafá, que camina por los barrios de la periferia, no le sorprende esta situación. “Esto no es nuevo. Desde hace años que se viene hablando de los problemas sociales que existen por la desigualdad social. Pero no se ejecutaron los programas necesarios para ponerle un punto final. La situación sigue agravándose”, explicó.

“El problema se agudizó aún más por el desarrollo del narcomenudeo. Los chicos viven en un macabro escepticismo. Saben que no tienen futuro y que su probabilidad de vida es muy corta en el ambiente donde viven. Hay una realidad: en algunos de los sectores de la capital es más fácil conseguir una dosis de paco que una golosina. Y si a eso le agregamos que a partir de los 12 y 13 años ya tienen acceso a armas, ¿Qué se puede esperar?”, se preguntó el especialista.

El abogado penalista Patricio Char sostuvo que los adolescentes en conflicto con la ley son un fenómeno social que no puede ser analizado sólo desde la persecución penal. “Con el correr de los años, uno se da cuenta de que por los tribunales penales sólo caminan, casi por exclusividad, jóvenes provenientes de clases sociales excluidas, con problemas de adicciones y con muy poca educación. Son excepcionales las veces cuando delinque un joven que tuvo oportunidades educativas, socioeconómicas y culturales. Estos números existen y deben ser estudiados para generar prevención. Está probado que aumentar penas o abrir cárceles no soluciona el problema, ni mucho menos”, opinó.

Su colega, Sandro del Río, consideró: “esto es la consecuencia de falta de valores o de un contralor paterno filial en la familia, en donde el menor, hoy por hoy, está librado a su suerte. El Estado aún no posee una política efectiva de tratamiento a pacientes menores adictos, y menos aún, asistencia seria y constante a los grupos familiares que presentan algún quiebre económico, moral y espiritual. Hay que atacar la raíz, y no concentrarse en la etapa posterior al delito, es decir cuando este ya ocurrió”. (Producción periodística: Santiago Re)

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