Los chicos del colegio salvaron el quiosco de Don Petro

Los chicos del colegio salvaron el quiosco de Don Petro

Vendía golosinas en la puerta del instituto JIM y la mercadería se le estaba venciendo. Los alumnos hicieron un vaquita para ayudarlo.

CUENTAPROPISTA. Don Petro en el quiosco que ya no puede abrir.  CUENTAPROPISTA. Don Petro en el quiosco que ya no puede abrir.

Desde el 16 de marzo, cuando el gobierno nacional cerró las escuelas por la pandemia, “Petro -como llaman los chicos del instituto JIM a Marcelo Altamiranda -ya no tiene a quien venderle golosinas. Ese fue su trabajo durante los últimos 53 años y ahora ha quedado desocupado. Tan inútil como las cajas de mercadería que compró con sus ahorros del año pasado y que ahora están a punto de vencerse. “Cuando pase la pandemia ya no podré seguir con mi negocio”, era el pensamiento que lo mortificaba.

Petro fue vendedor ambulante desde los 13 años. Comenzó comprando y vendiendo cosas usadas, cocinas, heladeras y hasta cables inservibles. Un día llegó a tener su propio quiosco. Con la venta de caramelos a la salida de las escuelas crió a sus cuatro hijos. Había organizado su vida de tal manera que nunca le faltara el peso para llevar a su casa. De lunes a viernes trabajaba en la puerta de las escuelas y los fines de semana subía a su bicicleta y recorría las canchas de fútbol con su conservadora de telgopor. En los tórridos veranos tucumanos era el único “achilatero” que desafiaba el horno de la siesta para ofrecer un helado o una gaseosa “fresquita” a los desfallecientes transeúntes.

Hoy todo eso es imposible. Con el paso de los años, Don Petro se había quedado únicamente con el quiosco de la Junín al 600, en la vereda del instituto JIM. De eso vivía, además de una pensión mínima a la vejez. El 6 de marzo cumplió 80 años y los chicos del secundario lo hicieron llorar porque salieron a la vereda a cantarle el Cumpleaños Feliz y a darle una torta y un regalo. Diez días después cayó el telón de la cuarentena.

Petro -apodado así por los alumnos de la escuela Mitre, por un personaje de Carlitos Balá que se llamaba Petronillo- quedó triste, pero sobre todo preocupado. Había invertido todos sus ahorros del año pasado en la compra de mercadería, dos semanas antes de que empezaran las clases, que ahora se comenzaba a vencer.

“Ocurre que él es muy ordenado. Ahorra todo el año escolar para tener plata para comprar las golosinas para el año siguiente”, explica Lili, su hija mayor. Esto es justamente lo que ella le contó a Rubén Salim, un alumno del ciclo terciario, cuando la llamó para preguntarle por Petro.

Apenas se enteró de la situación en que se encontraba el quiosquero del colegio, el joven llamó a todos sus compañeros y de inmediato armaron una cuenta en Mercado Pago. En menos de 24 horas juntaron $ 43.500, que le donaron para que el cuentapropista pudiera mantenerse y empezar a ahorrar para reponer la mercadería.

Petro sólo tiene palabras de agradecimiento. Él dice que ese quiosco es toda su vida. Cecilia Ascárate, docente del JIM, asegura que Petro ya forma parte de la comunidad del colegio. En 2018, cuando le robaron la bicicleta a Petro, los chicos salieron a comprarle una nueva.

Dos lecturas podría hacerse de esta historia: que en tiempos de pandemia la solidaridad y el afecto llegan más rápido que cualquier ayuda del gobierno. Y que no se puede cambiar de rubro a un cuentapropista de la noche a la mañana sin afectar su propia vida.

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