Estado de sitio, de Albert Camus

¿Qué es Estado de Sitio en tiempos de una atroz pandemia mundial? ¿Hay referencias que acaso conectan una expresión literaria –más allá de lo temático puro- a una apocalíptica situación sanitaria, de derrumbe sociopolítico? ¿En qué medida Estado de Sitio fue un pedido del mundo teatral parisino, con Jean-Louis Barrault a la cabeza, intentando patentizar paralelamente una actitud de desesperanza y de condena?

Albert Camus. Albert Camus.
19 Abril 2020

Por J. M. Taverna Irigoyen

PARA LA GACETA - SANTA FE

Nada mejor que la lectura para superar una crisis global que nos demuestra una vez más que el hombre no es invencible. Subo la escalerilla y miro el quinto estante de uno de los siete repositorios. Allí el dedo índice no duda (el Dedo de Dios) y extrae al azar un volumen. Albert Camus, Estado de Sitio. Me sorprendo y a la vez emociono al leer la dedicatoria de mi hijo Pablo a su madre, en sus tiernos 14 años. El hijo que ya no está.

Torno a mirar la tapa y de inmediato se me cruza un pensamiento molesto: días atrás leí que el peruano Vargas Llosa rotulaba como “una novela mediocre” a La Peste, de Albert Camus. Los pensamientos se entrecruzan, pero a la vez admito que la situación que vivo es doblemente válida. Una obra capital, significativa, de un Premio Nobel. En mis manos, una recreación escénica, a la que sin embargo su autor no relaciona sino coyunturalmente con la novela.

Una obra ecléctica

El autor quiso que una ciudad española, Cádiz, fuera el escenario de este espectáculo. Así lo rotulaba él mismo, entre otras formas, negando recurrentemente que fuera un drama o una pieza teatral. Escribía por entonces una novela sobre el mito de la peste (flagrante realidad), mientras corría 1941. Los desafíos autorales le llegaron a Camus desde ángulos diferentes, y así fue que finalmente aceptó sumergirse en una suerte de farsa, en la que monólogo y texto colectivo, coro y pantomima, diálogo y música consonante, intercambian voces para que la peste y la muerte jueguen finalmente sus leyes.

Por primera vez se representó el 27 de octubre de 1948 por la Compañía Madelaine Barrault-Jean- Louis Barruault, en el teatro Marigny. Dirección de Jean-Louis Barrault; escenografía y vestuario de Balthus; música de Arthur Honegger.

Tres actos tiene la obra y entre el segundo y el tercero se desenvuelve el mayor tenor dramático. Desde una plaza-mercado en la que se presentan varios de los protagonistas y comparsas, la acción se va armando en la comunidad diversa que centraliza al héroe enamorado, Diego, al que se le insufla esperanza y sacrificio. Y entre los personajes están La Peste y su Secretaria, Nada, el Juez, el Gobernador, el amor en Victoria, los hombres y las mujeres de la ciudad, el Alcalde, el Secretario, los Guardias y los Transportadores de Cadáveres.

Que se alce el telón.

Himno al sacrificio

¿Nueva imagen para hacer de la pérdida de la libertad un tránsito hacia la muerte? En todas partes pareciera suscitarse el mito de volver a ser libres. Cuando el destino deja de existir, el hombre no se reconoce. Entre oscuridades y reclamos, Diego acepta que morir es la última razón que se permite a sí mismo.

Ni reyes, ni inventores, ni sabios pueden aceptar el enclaustramiento tiránico. El destino es para vivirlo a pleno, no como una alegoría.

En este plano, Estado de sitio impone la realidad como una secuencia de realidades. Y en ellas, el himno al sacrificio constituye la Gran Suma Existencial.

La Peste está personificada y es imagen de poder omnímodo. Pero poder que por ahí dialoga, censura conductas y enrostra participaciones equívocas al Gobernador, al Juez, al Alcalde. Puede compartir con hombres y mujeres del pueblo que se excusan temerosos, pero igual por gestión de La Secretaria los anota en el cuaderno decisivo.

Hay mucho movimiento en una ciudad alterada -¡Cádiz está perdida!- y en la conciencia de un pueblo que reconoce ¡España perdió su grandeza!

Flotan aires tormentosos en que, por sobre los carretones con cadáveres, pescadores y mujeres intentan comprender un castigo que no saben de dónde les viene. La Peste cambia algunos roles a costa de salvar la vida (caso del Gobernador, prepotente y sucio) y otros se cruzan y desesperan en la atmósfera del encierro total. El amor de Victoria y Diego, simbolismo puro, es puesto en clave de desesperanza aunque de ahí surja, en su ruptura, la luz de un nuevo destino de salvación.

Con toques polisémicos, la obra sacude y enternece ante el dolor y la impotencia: morir es necesario, pero no ahora.

En tiempos duros para el mundo, en que una pandemia arrasa pueblos y desconcierta Estados, esta relectura del teatro de Camus no es sino una manera frágilmente sustantiva de comprender (y aceptar) el poder del sacrificio. Dentro de él, naturalmente, cabe la esperanza. Y el nacimiento de un hombre nuevo que por sobre todo ama la vida, la libertad y la justicia.

© LA GACETA

J. M. Taverna Irigoyen - Ensayista, crítico e historiador del arte. Ex presidente y miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes.

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