En San Cayetano: la cerámica les dio un medio de vida y las empoderó

En San Cayetano: la cerámica les dio un medio de vida y las empoderó

En el taller “El alfar” un grupo de mujeres le da pelea a la desocupación. Comenzaron sin saber nada y hoy venden sus piezas en varias ferias.

EL PROCESO. Gabriela Herrera perfila y arregla las imperfecciones de una de las tazas que elabora. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo EL PROCESO. Gabriela Herrera perfila y arregla las imperfecciones de una de las tazas que elabora. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo LA GACETA / ANALÍA JARAMILLO

En pleno barrio San Cayetano, dentro de un aula de la parroquia Inmaculada Concepción, el valor de la solidaridad se moldea con yeso cocido. Allí -entre estanterías abarrotadas de piezas blancas, geométrica moldería y tarros de pintura- es donde funciona el taller de cerámica “El alfar”. Un espacio que les permitió a las mujeres de la zona conseguir un trabajo estable para ser, por sus propios medios, el sostén de sus familias. 

La propuesta surgió en 2016, mientras Pedro Lizondo y otros voluntarios daban clases de catequesis en una escuela cercana al Mercofrut. “Al interiorizarnos sobre la vida del barrio, percibimos que muchas vecinas estaban en situación de desempleo y quisimos brindarles una oportunidad de capacitación y de aprendizaje”, explica el ahora coordinador general del taller. Eso sí, Pedro no duda en admitir que al comienzo nadie del equipo tenía siquiera un mínimo conocimiento sobre alfarería o el uso de la barbotina.

Ante la inexperiencia, lo que primó fueron las ganas de aprender y la energía que demostraron cuatro madres que hoy se convirtieron en las manos maestras detrás de tantas tazas y macetas que decoran la habitación. Entre ellas, con la vista fija en un cuenco recién desmoldado, está Vilma Luna (41 años). “Al empezar tuvieron que tenerme bastante paciencia porque no soy muy ducha con las manualidades, pero voy aprendiendo todos los días. Tengo cinco hijos y mi marido está desocupado así que este trabajo me ayuda para sostener su educación”, explica mientras humedece una pequeña esponja y afina los contornos de la pieza.

Fiel a los primeros cursos que se dictaron, Vilma está orgullosa de los avances que tuvo “El alfar” conforme pasaron los años. “Es hermoso saber que hay personas que aprecian lo que hacemos y que tienen en su casa una pieza hecha por nosotras. Me da un orgullo gigante”, agrega Eliana Ruiz (26 años), otra de las amigas con quien Vilma comparte el oficio.

Mientras algunas alfareras ya llevan varios años desafiando el “bizcochado”, para Gabriela Herrera (28 años) todavía existen sorpresas por descubrir. “Si bien no soy la que mantiene a mi familia, el sueldo que consigo acá, haciendo lo que me gusta, suma mucho para poder atender las necesidades de mis hijos. En especial, porque antes de acá trabajaba en la cosecha de arándanos”, comenta Gaby, a medida que empareja y perfila -a cuchilla- una taza recién salida del molde.

A las reuniones la acompaña su hija Estrella, a quien también le gusta experimentar con el barro.

PRODUCTOS. Se hacen tazas esmaltadas, jaboneras y macetas. PRODUCTOS. Se hacen tazas esmaltadas, jaboneras y macetas.

En un extenso mesón de madera, las cuatro madres trabajan en armonía y, al clima rutinario, esta vez se le suman los encargos navideños con pequeños dijes de arbolito y campanas. “Lo que más me gusta es la sensación de liberarme de las presiones. Estar pendiente de cada pequeño detalle te quita el estrés”, afirma Gisel Daji (25 años), feliz de que las 100 piezas que fabrica por mes sean vendidas en ferias conscientes como Sos Tierra y Arte Abasto.

“Conceptualmente no se trata sólo de ser un taller de cerámica, sino una empresa social. Lo que quisimos es ser un espacio de contención para ellas, las madres, y eso se nota con los cambios. Hay un empoderamiento de la mujer, de estas mujeres, desde el trabajo. Y así, además de piezas de cerámica estamos cocinando el futuro”, reflexiona, al despedirse, Pedro.

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