Apenas ayer: herraduras tucumanas

Apenas ayer: herraduras tucumanas

Colocarlas era asombrosamente caro en 1825.

Apenas ayer: herraduras tucumanas

En su interesante y noticioso libro de memorias, el médico inglés Juan H. Scrivener dedica varias páginas a su permanencia de unos pocos días en Tucumán, en 1825. Había llegado a la ciudad en compañía del general Diego Paroissien, de Sir Edmond Temple y del barón Czeltritz. Necesitaban caballos y resolvieron comprárselos a un clérigo, el doctor García, quien era conocido como “el principal jinete y jugador de la provincia”.

Todos los caballos, narraba Scrivener, “fueron vendidos a precios muy bajos, porque abundan aquí y los mejores se obtienen por una libra de oro o tres cuartos”. Cerrada la venta de los animales, sus flamantes propietarios “mandaron a herrarlos en la única herrería de la ciudad”. Cuenta Scrivener que “nos sorprendimos del alto precio que pedían; y no era para menos, pues por cada par exigían cuatro pesos y medio, precio con que podría comprarse un caballo pasable”. El barón Czeltritz “se quejó airadamente de este alto precio, que era más de la tercera parte del costo de su caballo, diciendo al herrero que podía hacer herrar seis caballos por el mismo gasto en su propio país”.

Al escucharlo, el herrero, “aspirando su cigarro pausadamente, contestó con énfasis que podría llevarse los caballos tranquilamente al país del barón para ser herrados; pero que, si necesitaban herrarlos en Tucumán, deberían pagar cuatro pesos y medio o pasarse sin ello”… Agregaba Scrivener que Temple “se enteró luego de que el clérigo a quien le compraron los caballos, perdió todo su dinero que había recibido por ellos en el juego llamado ‘lansquenete’, a los pocos días de efectuada la venta”...

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