Hojeando el diario: les dijeron cochinos a futbolistas por el pantalón corto

Hojeando el diario: les dijeron cochinos a futbolistas por el pantalón corto

Protestas y gritos del público presente en un partido de fútbol entre salteños y tucumanos en 1904. Duendes con gustos mundanos.

En muchas oportunidades las costumbres del pasado nos sorprenden, o ciertas vestimentas antiguas nos llaman la atención. Es el caso de la ropa que usaban los deportistas de antaño, como los tenistas que vestían pantalones largos los varones y vestidos largos las mujeres o los futbolistas que usaban camisas y hasta gorros.

Bueno, al parecer las costumbres del pasado también llamaban la atención una centena de años atrás. En 1916, un mes antes de los festejos del Centenario, nuestro diario recordaba un hecho ocurrido en 1904 y que les resultó curioso.

La crónica relataba: “jugábase en Salta el primer encuentro interprovincial entre un cuadro de esa y nuestro viejo Atlético. Vestían los salteños camiseta celeste, muy holgada. y amplios y largos pantalones de franela blanca, ajustados en los tobillos. Los nuestros, el mismo uniforme de ahora, con la sola variante de la camiseta”.

El club Atlético había sido creado en 1902 y por algunos años se mantuvo como el único de nuestra provincia.

Pero tomemos en cuenta la descripción de la vestimenta de los vecinos provinciales, porque la que usaban los tucumanos generó algunos comentarios y gritos por parte del público en las tribunas.

Volvamos a la noticia, la expectativa crecía “y los de Atlético no salían al field. La muchedumbre se impacientaba; las niñas salteñas, simpáticas e irresistibles, agitaban nerviosamente sus abanicos”.

Todo estaba dado para el espectáculo y los decanos como buenos actores generaron la expectativa necesaria antes de ingresar. De pronto aparecen “los nuestros, cohibidos, tímidos”. Aquí el relato se vuelca hacia el tema que llamó la atención de nuestro colega y quizás de muchos lectores. “Verles la indumentaria y gritar en son de protesta, todo fue uno. Claro, allí estaban estos muchachos, nervudos y fuertes, desnudas las rodillas y plenamente visibles, las canillas hirsutas”, esta era la clave del tema, los tucumanos aparecieron de pantalones cortos mostrando su piernas en plenitud cosa que llamó la atención del público.

Este hecho cambió el ánimo de las muchachas que presenciaban el match hacia los visitantes. “Una de las simpáticas espectadoras no pudo menos que erguirse en su palco y sintetizar su juicio en estas breves palabras: ‘habían sido cochinos’”.

Sobre el resultado del encuentro nada se habla ni tampoco si se jugó ante tremendo estado de ánimo del público. Quizás tampoco sea importante, pese a ser el primer partido interprovincial en aquella provincia y que los albicelestes tucumanos tuvieron el privilegio de ser los protagonistas, ya que habían sido juzgados por su vestimenta, en primera instancia, y no por su destreza deportiva.

Duendes y fantasmas

Corría mayo de 1916 cuando un grupo de fantasmas o duendes traviesos hicieron de lo suyo en la casa de una buena vecina de nuestra ciudad. Rita Peregrine, una buena y responsable trabajadora, vivía en un coqueto chalet de la esquina de avenida Mitre y Santiago del Estero, donde se hacía presente una serie de visitantes incorpóreos, en la mayoría de las ocasiones amparados en la oscuridad de la noche, ruidosos, juguetones y de gustos más bien mundanos.

Nuestra crónica señalaba: “se ha producido un nuevo caso de embrujamiento. Duendes o fantasmas sin previo conciliábulo, han hecho irrupción en el solitario chalet donde mora Rita Peregrine de cincuenta y tantos duros abriles, en compañía de su hija Luisa”.

El cronista se esmeró en la descripción de la hija de la dueña de casa, “la niña Luisa -como cariñosamente la llaman sus amigas- está en estado de merecer, pues si bien es cierto que ha pasado ya de los treinta, tiene en cambio un cuerpecito en plena floración de gallardías”.

El relato continuaba con la felicidad que reinaba en esa casa y entre madre e hija. Pero como siempre, aparece un pero que cambia las cosas. “Viven felices. Es decir vivían, porque desde hace unos días se inició para ambas el martirologio de los duendes”, se relataba.

Los elementos infaltables en esta situación eran piedras lanzadas desde la nada, cadenas que se arrastraban “con ese peculiar chirrido de ultratumba”, maullidos o chillidos parecidos a los gatos, carcajadas satánicas, “de todo se oye ahora en esa casa”.

Doña Rita informó: “me compré un revólver para espantar a los espantos”. La mujer dejaba en claro que para ella los eventos “sobrenaturales” no lo eran tanto. Por su parte, “Luisa llora desconsoladamente y en cuanto se inician los ultratumbanos ruidos, corre a encerrarse en su pieza, a elevar plegarias al Altísimo para evitar la prosecución de tales fenómenos”. La continuidad del relato de entonces no tiene desperdicio: “lo más original del caso es que tan pronto Luisa cierra la puerta que comunica con la pieza de su señora madre e inicia los rezos, el duende se aleja y los ruidos terminan… para recomenzar en el momento en que doña Rita quiere penetrar en el oratorio de su hija”.

La situación llegó a los oídos de la Policía, que dispuso el envío del comisario Paz a resolver el caso. El oficial pretendía prender al “duende” en su primera incursión pero el hecho se frustró ya que los “visitantes” brillaron por su ausencia y nunca más volvieron. En los pliegues de la historia se pierden las posibles situaciones sentimentales de la “niña” o si esta se puso de novia.

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