La semana de la incomunicación

La semana de la incomunicación

En la provincia donde el azúcar no endulza y los colectivos no transportan, resulta que los políticos tampoco dialogan. Ni entre sí ni con el pueblo. Más aún: los representantes de los vecinos votan aumentos sin saber por qué...

El cuento es simple e increíble. Fue escrito en los años 50, en el siglo pasado. En esas páginas Ray Bradbury relata con su típica simpleza descarnada el viaje de todos los días de un grupo de trabajadores que va a una fábrica a cumplir con sus tareas. Suben al ómnibus especial que los lleva desde sus domicilios hasta el edificio. Se sientan, se colocan los auriculares y no se los sacan hasta que se detiene el vehículo y deben bajar. La historia se repite todos los días. Es la rutina del autómata. Un día hay un problema de comunicaciones en esa ciudad estadounidense (el genial autor nació en Illinois) y los pasajeros del ómnibus no pueden escuchar la música, la radio o lo que fuera que le entrara por sus oídos. El problema tecnológico dura todo el viaje y es en ese momento en el que se produce el aterrador instante en el que se dan cuenta que a su lado, a apenas centímetros de sus cuerpos, hay otro ser humano. Y, lo que es peor, existe la remota (y ¿peligrosa?) posibilidad de tener que interactuar con esa otra persona.

Así era Bradbury: con su ingeniosa literatura se adelantaba a los tiempos. Cuando este profeta literario, como lo define Salvador, escribió aquellos sucesos no existían los celulares, ni el wifi, ni los podscast ni el ya ancestral walkman.

Velocidad whatsap

La vida institucional tucumana se mueve a la velocidad de un mensaje de WhatsApp. Cuando el mensaje es muy largo, se corre el riesgo de que los dedos se enreden en los pequeños teclados y, entonces, se envía un mensaje de voz. El teléfono que supo conocer Bradbury es casi una pieza de museo y las llamadas por el celular escasean. Ni hablar de una conversación cara a cara. Esta semana que no volverá nunca más fue un claro ejemplo del no dar la cara.

La provincia vive momentos muy difíciles mientras el gobernador de la provincia vuela. El azúcar no endulza y el transporte no lleva a ningún lugar. El miércoles estuvo en esta provincia el ministro del Interior, entre cuyas responsabilidades está la de entablar relaciones con las provincias. Rogelio Frigerio aterrizó en la Federación Económica y allí se dedicó a cumplir tareas proselitistas. A la misma hora el gobernador Juan Manzur no estaba subido al avión proselitista y se encontraba en su despacho. Como los personajes del cuento de Bradbury, actuaron como dos desconocidos. Ni un mínimo intento por sentarse a conversar, lo que hubiera servido para encontrar una salida a conflictos como el azucarero o el del transporte.

La población tucumana en esta era de las comunicaciones viene siendo un espectador de lujo de un diálogo de sordos donde el único interés ha sido echarle la culpa al otro sin importarles la verdad ni las razones de las cosas. Tanto a Manzur como a Frigerio les resultó más importante seguir ensimismados en hacer declaraciones y tratar de seducir a sus potenciales electores, o en pelearse por medio del diario, que en sentarse a desarticular los problemas y acordar alguna salida a cuestiones que terminan afectando la vida cotidiana de los tucumanos. Estaban a menos de 100 metros de distancia y no pudieron sentarse a dialogar. Menos aún de mandarse un mensaje por WhatsApp.

La era de la incomunicación

En la semana que bien podría pasar a la historia como la de la incomunicación, hubo una reunión en la Legislatura bajo el justificativo de analizar la crisis del Transporte. Hasta allí fueron empresarios, trabajadores, funcionarios de la provincia y legisladores. Curiosamente, durante las horas que duró el encuentro a nadie se le cayó la idea de invitar a la Municipalidad ni a la Nación para que estuvieran todos las partes. Todos interesados y ningún usuario. Curioso, porque se suele decir en público que es bueno que estén todos. Sin embargo, a la hora de encontrarse, siempre dejan una silla vacía. No era tan difícil mandar un mensaje de WhatsApp y, en todo caso, demorar un poco el encuentro de manera que pudieran dialogar todos. O tal vez no importaba porque la intención era otra y no buscar una solución. Es que en la era de las incomunicaciones las palabras dicen cosas muy diferentes a las que se pronuncian.

Poco claro

También en estos días del desencuentro los concejales de la Municipalidad de la Capital se ocuparon de desdecirse. Apurados vaya a saber por qué fuerza centrífuga se apelotonaron en el nauseabundo edificio de Monteagudo y San Martín, donde se encuentra el recinto moderno (y los baños colapsados) y decidieron establecer el nuevo precio del viaje urbano en ómnibus, que empezó a regir ayer.

El titular del cuerpo, Armando Cortalezzi, había prometido tratar el tema luego del análisis del estudio de costos. Así lo declaró ante las cámaras de televisión. Sin embargo, no pudo esperar o en todo caso analizar. Nada de eso ocurrió. Cuando los ediles se sentaron en el recinto, el estudio no se conocía en profundidad y no había habido tiempo para revisarlo. En un acto de irresponsabilidad cívica se sentaron a debatir sin conocer el tema.

Desde el municipio de Capital se confirmó que el precio de los 24 pesos había surgido de un tanteo hecho a partir de que, por lo general, el precio del viaje en ómnibus en San Miguel de Tucumán es un promedio que ubica a la provincia entre el octavo y décimo segundo lugar a nivel país. Como los valores previstos estaban en ese rango todo estaba más o menos en orden.

Durante el debate, la concejala Sandra Manzone puso el dedo en la llaga cuando señaló la irregularidad con la que funciona el servicio. Destacó que el tratamiento no era serio, que los recorridos de los interurbanos (los ómnibus de la provincia que ingresan al ejido capitalino) se mezclan innecesariamente con los del municipio. Y se desgañitó planteando el mal servicio de las empresas.

Las argumentaciones fueron estériles. El Concejo había sido convocado para aumentar el precio del viaje y así se hizo. No importa si era el monto adecuado. Tampoco si debía costar más. Demostraron que tampoco tenía sentido revisar la ordenanza que regla el transporte en la Capital, aún cuando es de 1979. Tal vez se podría haber analizado que está un poco vetusta. Pero ello implica un trabajo profundo y si no se hizo en los últimos 40 años, ¿por qué habrían de ocuparse de ello? Los ediles cumplieron con aumentar el precio sin tener una explicación científica para hacerlo. Y, por las dudas, se conformaron con declarar “servicio esencial” al transporte para frenar otro paro de colectivos. Ningún compromiso ni proyecto para cambiar esta película.

En la provincia ocurrió lo mismo. Ante las luces de la televisión, el secretario de Transporte, Benjamín Nieva, dijo que tenía un estudio de costo que iba a revisarse antes de aplicar la nueva tarifa al servicio interurbano. Así desmintió que pudiera repetirse lo de siempre: una vez aprobado por el Concejo de Capital, la provincia aplica la misma tarifa. Con una firma y de un plumazo borró lo que había dicho. Finalmente pasó lo de siempre. Unas horas después de que el Concejo aprobó el aumento para esta ciudad, el Ejecutivo utilizó los mismos parámetros para dar el incremento en el resto de la provincia.

Los empresarios aplaudieron y no se comprometieron a nada, salvo a seguir pidiendo como si el problema fuera de otro. Todos incomunicados y desinteresados en resolver un problema que volverá a estallar muy pronto.

La camioneta de todos

El secretario de la Legislatura también fue protagonista de un cuento de ciencia ficción. Cuando LA GACETA le preguntó cuántos vehículos tiene la Cámara respondió como si fuera el espectador de una película y no el responsable de un poder. Claudio Pérez, empleado del Estado antes que atento servidor del vicegobernador Osvaldo Jaldo, sólo se preocupó en aclarar que la camioneta robada esta semana no era usada para el trasladado Jaldo. Después hizo todo tipo de maniobra para no explicar por qué la camioneta se estacionó a una cuadra del lugar al que iba una funcionaria. Tampoco pudo precisar cuántos autos tiene esa Cámara. Menos aún pudo explayarse sobre los distintos usuarios de esa Toyota que pertenece a todos los tucumanos.

Pérez, además, no dudó un segundo en responsabilizar a la Provincia por el incremento de la inseguridad y del robo de este tipo de vehículos. La camioneta salió de la Cámara para trasladar a Cristina Robles Avalos, quien iba a recibir una capacitación sobre el boleto universitario en la Universidad Tecnológica. Cuando se le requirió que explicara qué pasó, sentenció que ya había hablado Pérez. Tal vez ella no sabía que el secretario de la Cámara no dijo nada, como ella.

Ray Bradbury jamás imaginó el sistema de llaves electrónicas que tenía la camioneta. Inclusive, tampoco su inspiración fue tan frondosa como para prever que en 2019 sus cuentos se harían realidad, pero no por los adelantos científicos sino por la decisión de los actores públicos de ocultar la verdad.

Ha pasado mucho tiempo desde 1950. Gracias a los ediles, el ómnibus ya es especial y los que van en él son políticos de carne y hueso que tienen las mismas obligaciones y responsabilidades con los tucumanos, pero que son incapaces de hablar entre sí. El cuento es simple e increíble. Como si fuera ciencia ficción.

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