La conciencia del arte
14 Julio 2019

Julia Rocha - Doctora en Ciencias de la Comunicación y Educación.-

“Sólo la luz poseyó vida plena, se dijo. Y por ésto, pareciera simple e increaada. Desde entonces, los bosquejos es lo que gustan de las obras de los Pintores. El trazo que se cierra sobre sí le parece que traiciona la causa de éste dios que ha preferido la angustia de la búsqueda a la alegría de la obra concedida”. Ives Bonnefoy -según la versión del poeta Adaberto García López (1993).

El corpus de las obras de Luis Debairosmoura en toda su extensión tiene su “ser” en la conversión de una experiencia que modifica a quienes nos encontramos en el lugar de la mirada. El sujeto, del arte, lo que permanece y queda, no es “la subjetividad”, sino la obra de arte misma. La significancia en cada una de sus series no se agotan. Allí sitúa su virtuosismo: cada tela, papel, línea o intervenciones tienen lo que Deleuze, define como “agenciamiento”. Agenciar es eso: “estar en la línea de encuentro de un mundo interior con un mundo exterior”. Un particular modo de situarse en el “expresionismo”. Se expresa más allá del mismo expresionismo, confiriéndole su particular estílo. No se detiene en el espíritu de conciencia contra todo lo dado. Hay rebelión en sus telas, no descarta el amor, la esperanza y una extensa gama de sutilezas: mujeres aladas que imprimen un esteticismo grato. La multiplicidad y la insistencia están desde el principio. “La mutación”, “Pacto de Amor”, “Humaniquiestal”, “Investiduras”. Selección de obras: “Todos los cielos y el Infierno”, “Miradas del cuerpo”, y las más recientes, donde palpita y dibuja la sangre de la “experiencia”, tanto estética, como social, psicológica...todas salidas, válidas, posibles.

Lo social, la violencia de los actos cotidianos, incluido el amor, pueblan sus creaciones haciendo Historia. Las anticipaciones: sus Hetairas, devienen en situaciones diversas, universales, tanto que sus aladas no son ángeles sino esa multiplicidad curiosa y cotidiana a la vez, contituyente del ser. Ejercen la vida y sus diversidades, nunca serán incorpóreas. Las villas de ciudad oculta, no ocultan nada, son, objeciones dolorosas. Increpan a esa maldita repetición: hambre, pobreza, dolor. El presente sensible se mueve entero como un huso, dentro de un presente, que no es sólo sensible.

Ya desde el siglo XIV encontramos ejemplos de un realismo directo. La diferencia con el “expresionismo”; su accionar es definitivamente incisivo. Dentro de la realidad argentina, se imponen contextos diversos, vivenciados haciendo historia: mitos y creencias. “El familiar”, un ejempl de mito, que los humildes crean para conjurar la muerte o para asignarle una explicación. Quienes sufrieron la muerte y la desaparición, por molestar al poder, que hace inclinar la servís. Quienes se atrevieron a protestar fueron visitados por un hombre, vestido de negro, que los mataba. Los obreros del azúcar, si hablaban, morían. Nada ajeno a la realidad latinoamericana. Cada provincia o país y, sus cosechas luchando por sobrevivir. A esa realidad, el temor denominó, en Tucumán, “El Familiar”.

Otras implosiones sociales llegan hasta nuestros días, muchas resueltas con el uso de la tecnología, confiriéndoles un presente continuo.

¿Cómo llamarlos hoy?

Los temores mitificados; lo espiritual en el arte, el grito de tinta que salpica a la sociedad que aturdida no sabe contestar, tal vez por temores. La multiplicidad de las acciones que repiten en contextos distintos a los seres humanos.

Sorprenden los “detalles”: ante una inclinación, tal vez se encuentre la síntesis de lo diverso, sin clasificaciones. Un silencio vital , instalado en el lugar que sorprende y luego deviene en la propia “obra de arte”.

© LA GACETA

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