Elvira Orphée, una autora oculta

Elvira Orphée, una autora oculta

A un año de su muerte, la tucumana sigue siendo “uno de los secretos mejor guardados de la literatura argentina”. Rechazaba su provincia natal pero Tucumán, relacionada con la destrucción y la mentira, es el escenario de muchos de sus textos.

21 Abril 2019

El 26 de abril se cumple un año de la muerte de Elvira Orphée, escritora extraordinaria aunque no tan conocida más allá de los ámbitos especializados. De ella se ha dicho, con acierto, que es “uno de los secretos mejor guardados de la literatura argentina”. Y, podríamos agregar, de la literatura de Tucumán, porque fue en Tucumán donde nació en 1922 y donde vivió hasta los 16 años. Y es Tucumán el escenario de varios de sus textos –si bien en ellos el nombre de la provincia jamás aparece–.

Pero Elvira Orphée no ha sido considerada como parte de la literatura de Tucumán en los estudios clásicos sobre las letras locales (acaso debido al rechazo por la provincia que ella no ocultaba al ser entrevistada, acaso por el modo como aparece la provincia en su obra, una representación muy ligada a la mentira, a la destrucción, al mal). Se trata, por el contrario, de una autora mucho más leída y estudiada por críticos extranjeros.

Personaje de novela

Su infancia y su adolescencia estuvieron signadas por la enfermedad, que la confinó a la cama –pero también a la imaginación y a los libros–, por la rigidez de un colegio de monjas en el que no encajaba, por la muerte temprana de la madre, por el desamor del padre.

Después vendrían la decisión de instalarse, muy joven, en Buenos Aires y cursar la carrera de Letras, la publicación de sus primeros textos en la ya entonces célebre revista Sur (vía Pepe Bianco), una beca para estudiar en Europa, el casamiento con el pintor Miguel Ocampo (primo de Victoria y Silvina), los años en París (donde trabajó como lectora en Gallimard y le tocó evaluar el manuscrito de Rayuela) y en Roma (donde se vinculó con los círculos de Alberto Moravia, que incluía a figuras como Federico Fellini; allí su belleza habría cautivado a Italo Calvino).

Mucho de su vida en la provincia está en la protagonista de su novela Aire tan dulce, la rebelde y maravillosa Atalita Pons. También Hugo Foguet ficcionalizó la figura de Orphée en el personaje de la Negra Fortabat, alrededor de quien se desencadenan las largas discusiones acerca del modo de escribir una novela sobre Tucumán que recorren los capítulos de Pretérito perfecto.

Amistades, lecturas

Aunque frecuentó a diversos escritores (además de Moravia y Calvino, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Elsa Morante, Juan José Hernández, Leda Valladares), no perteneció a ningún grupo. En parte por ello –y por ser escritora y no escritor– no gozó del reconocimiento de autores sostenidos por instituciones o círculos literarios. Poco preocupada por agradar, no vacilaba en afirmar que no podía tolerar “esa literatura de hombres que se limita a charlas políticas en los cafés”, o que Beatriz Guido “era estúpida” y que “a sus libros se los escribían entre el marido y los Bioy Casares”. Admiraba a Juan Rulfo, leía a Colette, a Rilke, a “los escritores de antes” como Tolstoi y Dostoievski, a los japoneses Mishima, Dazai, Tanizaki, Akutagawa, “que hipnotizan con su doble aspecto sagrado y maligno”. También le gustaban Olga Orozco, Juan José Saer, Héctor Tizón.

Obra sorprendente

Su obra no es tan vasta (correctora tenaz, le llevaba largos años terminar un libro) pero sorprende por su potencia y originalidad. Dio a conocer las novelas Dos veranos (1956), la primera ambientada en la provincia; Uno (1961), cuya historia está atravesada por el peronismo; Aire tan dulce (1966), quizá su texto emblemático; En el fondo (1969), luego reelaborada como La muerte y los desencuentros (1989); y La última conquista de El Ángel (1977), una impactante exploración de la psicología del torturador. Además, tres volúmenes de cuentos, Su demonio preferido (1973), Las viejas fantasiosas (1981) y Ciego del cielo (1991).

Aire tan dulce es, entre sus textos, el que ella declaraba preferir. Novela tan hermosa como terrible, une a su intensa poesía un trabajo muy sutil con el habla norteña. Es de esos libros que logran crear un universo propio. De cuidada complejidad narrativa, en la línea del admirado Rulfo, la historia está contada directamente desde las conciencias de tres personajes imposibilitados para decir el amor y transidos por un afán de absoluto, por una aspiración de eternidad que los lleva a encontrar en el mal (el “inmenso y espléndido mal”) la salida creadora ante una plana vida provinciana.

Aire tan dulce y Dos veranos han sido rescatados, en 2009 y 2012, en muy bienvenidas reediciones de Bajo la luna y Eduvim. A la mayor parte de sus títulos hay que descubrirlos, en cambio, en los anaqueles de las librerías de viejo, donde permanecen, casi ocultos. Como su autora.

© LA GACETA

Soledad Martínez Zuccardi - Doctora en Letras.

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