Trabaja con los difuntos, pero tiene miedo en los velorios

Trabaja con los difuntos, pero tiene miedo en los velorios

Ricardo “Quico” Argañaraz transfiere los cuerpos de un féretro a una urna funeraria. Tiene 52 años y su mayor sueño es trabajar en la morgue judicial.

Trabaja con los difuntos, pero tiene miedo en los velorios

El cementerio es su lugar preferido. Cada mañana, al entrar a trabajar, dice que se siente feliz. “No hay otro lugar como este; es algo hermoso, aquí me siento bien, con mucha paz -asegura Ricardo Argañaraz y le brillan los ojos, mientras habla y mira a su alrededor entre mausoleos, féretros, cruces y flores secas-; mi esposa me dice que sólo falta que traiga el colchón para dormir, porque vivo más aquí que en la casa”, explica mientras se sienta en un banco del jardín de la entrada.

Quico, como lo llaman sus amigos y familiares, trabaja en el Cementerio del Norte desde los 18 años. Hoy en día, con 52 años de vida, conoce todos los vericuetos entre las tumbas; inclusive sabe de memoria en qué lugar están los mausoleos de las familias más prominentes de Tucumán y dónde están sepultados los personajes más “venerados” por los tucumanos como La brasilerita, Andrés Bazán Frías o Pedrito Hallao, entre otros.

A la tarde, el sol se cuela entre las hojas de los pinos que rodean la capilla, ubicada en la entrada principal del cementerio. Quico termina de acondicionar un mausoleo de la familia Dilascio y se dispone a conversar sobre el oficio de “changarín” como él mismo se define. Explica que toma todas las medidas de seguridad. “Aquí no tengo miedo, pero sí tengo mucho cuidado, por eso uso guantes, barbijos y tengo mucho cuidado al mover un cuerpo”, asegura.

FLORES Y BEBIDAS. Quico posa al lado de la tumba de “La Brasilerita”, una difunta a la que muchos tucumanos le dejan agradecimientos. la gaceta / fotos de Inés Quinteros Orio FLORES Y BEBIDAS. Quico posa al lado de la tumba de “La Brasilerita”, una difunta a la que muchos tucumanos le dejan agradecimientos. la gaceta / fotos de Inés Quinteros Orio

Este trabajo no es para cualquier persona. A los 15 años comenzó a acercarse al camposanto. En aquel tiempo iba a la morgue, que funcionaba en el cementerio Jardín del Cielo. “Había un huequito en la pared y yo iba a ver al doctor Bellomío cómo hacía las autopsias -recuerda-; podía escuchar lo que le decía a sus ayudantes y así empecé a ver cómo se debe tratar a un difunto”, resalta.

"No me quejo de lo que hago aquí, pero mi sueño es trabajar en la morgue como ayudante, que me pidan que limpie un cuerpo; para mí es algo común". 

A los 18 años se casó con María Leguizamón. Ella tenía 14 años. “Eran tiempos difíciles y había que conseguir trabajo como sea”, dice. Así empezó a trabajar, de manera más formal, en la necrópolis, en 1980. Otros dos hombres avanzan por un pasillo, miran de reojo a Quico y se sorprenden porque le hacen una entrevista. Los sepultureros pasan de largo, lleva cada uno una pala cargada al hombro. Son los que cavan los pozos para los difuntos. “Cavar entre dos lleva como seis horas”, explica Quico.

Lo más paradójico que le ocurre a Quico es que a pesar de que trabaja hace más de tres décadas en el cementerio, todavía no puede superar “un problema”, como él lo define. “No puedo ir a un velorio. Tengo miedo -admite-. Me asfixia. Aunque sea un pariente. Trato de llegar ahí, tocarlo y salir rápido a la calle”.

Vieja costumbre

Aclara que antes la gente solía ir más seguido al cementerio. Se lamenta porque se está perdiendo esa costumbre. “Años atrás esto era un mundo de gente -resalta-, pero no sólo para el día de las almas, sino que desde el viernes ya empezaban a llegar y así hasta el domingo y el lunes no se podía caminar”, advierte.

Cuando Quico comenzó sus primeros pasos buscaba las coronas de flores que se iban secando para juntar los alambres, estirarlos y venderlos. Después pasó a limpiar los sótanos de los mausoleos hasta que se animó a hacer la primera transferencia. Esto implica abrir un féretro, sacar los restos, limpiarlos y pasarlos a una urna funeraria. “Cuando tengo que hacer un cambio, lo primero que hago es limpiarle la cara, es como pedirle permiso -explica-; creo que trabajar aquí no es lo mismo que trabajar afuera -remarca-, aquí es muy complicado el tema de la salud: miedo no le tengo porque ellos son almas que están descansando”, resalta.

EN UNA PAUSA. Ricardo Argañaraz conoce todos los vericuetos que hay entre los mausoleos del Cementerio del Norte, donde lleva más de tres décadas como “changarín”. EN UNA PAUSA. Ricardo Argañaraz conoce todos los vericuetos que hay entre los mausoleos del Cementerio del Norte, donde lleva más de tres décadas como “changarín”.

En el sótano

Quico estudió hasta tercer grado de la primaria. Tiene 10 hijos. Dice que Nahuel (17 años) tal vez pueda sucederlo en el oficio, aunque a él -como padre- mucho no le agrada la idea. Prefiere que su hijo estudie y que no tenga que trabajar en el cementerio. “Me ayuda cada vez que tengo que poner un ataúd en un sótano y es muy grande y muy pesado, siempre corremos riesgos, porque uno está abajo y el otro con la piola lo larga y tengo que recibirlo y se viene todo el peso, entonces le doy una palmadita al cajón y le digo: ayudame a que te ponga bien y no tenga que estar maltratándote aquí abajo; así les pido a ellos”, detalla.

Recuerda que en su infancia pasó situaciones difíciles. En su casa eran ocho hermanos y su padre tuvo otros cinco hijos con otra mujer. “También los crió mi madre, y así llegamos a 13 hermanos y muchas veces faltaba para comer -relata-; ahora, gracias a Dios, la morocha se para todos los días”, dice en referencia a la olla. Quico posa para las fotos entre las tumbas. Se mueve como si estuviera en su casa entre las cruces de metal y de madera.

"Mi hijo Nahuel va a cumplir los 18 años y lo estoy trayendo a que me ayude. No me gustaría que siga aquí, le pido que estudie, ya que yo no pude estudiar".

-¿Podemos pasar para ese lado?, pregunta la fotógrafa.

-No se lo recomiendo, responde.

Antes de terminar el recorrido, Quico dice que su gran anhelo es trabajar en la morgue. “Es mi sueño desde chico y todavía lo tengo y ojalá algún día se me pueda dar -remarca entusiasmado- me gustaría trabajar ahí tres o cuatro años. Una vez fui a hacer un trabajo y les demostré a los forenses mi capacidad para desvestir y mover un cuerpo que ya había sido sepultado tres o cuatro años antes; ellos me miraban y me preguntaban cómo sabía y yo les decía: este es mi sueño, trabajar aquí, en la morgue -relata-: si nosotros pudiéramos hacer algo ya lo tendríamos aquí, me respondieron”.

“Pedrito hallao”
Creencias sobre El alma de un bebé abandonado que ayuda a los estudiantes
El 29 de junio de 1948, fecha en que se celebra el Día de San Pedro y San Pablo, un sereno del Cementerio del Norte encontró un bebé recién nacido que había sido abandonado a las puertas de la necrópolis. El niño agonizaba a causa del frío y de las picaduras de las hormigas. Cuenta la leyenda que se trataba del bebé de una familia adinerada; esas sospechas tenían que ver con la vestimenta con la que fue encontrado. El bebé murió después y un grupo de vecinos decidió construirle un mausoleo. Desde aquel entonces su tumba está siempre llena de ofrendas: prendas de niño, chupetes, juguetes, zapatitos, crucifijos e imágenes de santos. Lo llamaron Pedrito por el santo de su día y “Hallao” fue el apellido cariñoso que heredó por haber sido encontrado. Lo visitan sobre todo estudiantes y padres con hijos enfermos para pedir por una cura. La historia de “Pedrito Hallao” se corrió de boca en boca y de generación en generación. Además los chicos que tienen que rendir le dejan sus cuadernos para que los ayude a obtener una buena nota.

Agradecimientos
Incógnita sobre su verdadero nombre y varias versiones de la muerte de “la brasilerita”
En la tumba de “La Brasilerita” no hay ningún epitafio que señale su nombre verdadero ni la fecha de su muerte. El origen misterioso de su historia se entreteje en base a rumores. Félix Coluccio, en su libro “Cultos y canonizaciones populares de Argentina”, sostiene que tenía el oficio de curandera y rezadora de los cementerios. Sin embargo, el personal del cementerio asegura que era una conocida prostituta de principios de siglo. Respecto de su muerte circulan también varias versiones. Dicen que su pareja le prendió fuego para matarla. Algunos aseguran que murió cuando sus ropas ardieron con el fuego de una vela; otros creen que murió ahogada en una inundación en el subsuelo de la iglesia San Roque. En el Cementerio del Norte cuentan que los estudiantes suelen visitar la tumba de “La Brasilerita”. También travestis y prostitutas suelen rezar en su tumba y cumplir promesas. Alrededor hay placas de piedras con escritos de agradecimiento para ella. “Gracias brasilerita por los favores recibidos”, dice una leyenda con firma de Walter y Gladys. Suelen dejarle latitas de cerveza y botellas de whisky.



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