El hombre que se encarga de embellecer a la muerte

El hombre que se encarga de embellecer a la muerte

Mario Figueroa es tanatopractólogo desde hace 20 años. Habla sobre la difícil tarea de trabajar en el cuerpo de un niño y el dolor ajeno.

DESPEDIDA. Mario Figueroa (derecha) con Guillermo Villagra, antes de comenzar una tanatopraxia. Los instrumentos (arriba), las urnas funerarias (al medio) y los ataúdes (abajo). la gaceta / fotos de  Juan Pablo Sánchez Noli DESPEDIDA. Mario Figueroa (derecha) con Guillermo Villagra, antes de comenzar una tanatopraxia. Los instrumentos (arriba), las urnas funerarias (al medio) y los ataúdes (abajo). la gaceta / fotos de Juan Pablo Sánchez Noli

Todos los días, la muerte se cruza en su camino. Desde que se levanta, Mario Figueroa sabe que verá un cadáver o puede que sean varios. Desde hace 20 años se codea con la parca. Al principio no fue fácil. Soñaba con los rostros de los fallecidos que había atendido en la empresa fúnebre. Eran pesadillas. “Será porque era nuevo en esto y porque me capacité en restauración”, dice. Todavía recuerda uno de los momentos más traumáticos que experimentó en su carrera. Ocurrió la primera vez que le tocó hacer un servicio a una niña de ocho años. Había fallecido por una leucemia. Esa muerte le impactó muy fuerte. “Cuatro días después seguía llorando sin saber por qué -admite Mario-; la angustia la sentía en la garganta”. En aquel tiempo, su esposa estaba embarazada de su segunda hija y había sido su primer servicio a un menor de edad. “Lo más difícil es trabajar sobre niños, no por la técnica, sino por el contexto que conlleva el fallecimiento de un niño, que es mucho más doloroso”, remarca. Dos décadas después, todavía recuerda el rostro de aquella niña.

La mayoría de la gente suele asociar la tanatopraxia con “el maquillaje a los muertos”. Sin embargo, es una disciplina mucho más compleja. Se trata de conservar un cadáver con protocolos y métodos de higienización, conservación, embalsamamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético.

Detrás del aspecto del difunto hay un trabajo previo, porque el cuerpo llega en determinadas condiciones que nada tienen que ver con el resultado final al momento del velatorio. El trabajo del tanatopractólogo quita la rigidez que tiene el dolor. Este paso previo al maquillaje es el que genera la sensación de que el ser querido fallecido ya no sufre y “está durmiendo”.

A fines de los 90, cuando Mario comenzó su profesión era casi un tema tabú. Ahora, la tanatopraxia se incluye en el servicio prepago de las empresas fúnebres. En la jerga, entre colegas, aseguran que la mayoría de la gente se muere en invierno. No es común que, en pleno febrero, las salas velatorias estén abarrotadas de servicios. Los propios empleados suelen repetir un viejo dicho popular: “junio y julio los prepara y agosto se los lleva”.

Ese dicho tiene una explicación. Según Mario, en la época invernal, el frío influye mucho sobre los enfermos. “Además -resalta- hay que pensar en la psicología del enfermo: son días grises, depresivos, y eso es un contexto que ayuda a esa depresión y desencadena muchos fallecimientos”.

Su anhelo era ser médico. Estudió los primeros tres años de la carrera de Medicina. Para costear sus estudios trabajaba en un banco privado. Empezó como cajero y luego pasó por diferentes oficinas de administración. En 2000 cerró el banco y Mario quedó en la calle con una mano adelante y otra atrás. Así se abrió una posibilidad de trabajar en la empresa Flores.

Un experto

En aquel tiempo llegó un experto de Guatemala para capacitar al personal en tanatopraxia. Mario Lacape Mandujano es embalsamador y tanatólogo, especialista en el arte restaurativo y principal maestro del tucumano Figueroa. “Era lo más cercano que tenía a la Medicina -recuerda- y me anoté sin dudarlo”. Después viajó a Guatemala para perfeccionarse en la empresa de Lacape. Luego se trasladó a España, para validar sus conocimientos en la Universidad de Salamanca.

El tanatopractólogo dota al cuerpo de todas las facciones para que puedan ser velados dignamente y con la seguridad higiénica correspondiente. Hoy en día, Mario es Director Funerario de la empresa Flores. “Hay casos especiales en los que la reconstrucción de un rostro es muy compleja -asegura-; ese tipo de trabajos lleva varias horas y se puede utilizar cera para cubrir algunas partes dañadas”.

Entre colegas suelen compartir una rutina que incluye una oración antes de comenzar a intervenir en un cuerpo. “Es como un modo de pedir permiso al difunto -afirma Mario-, porque hay una energía que sigue dando vueltas alrededor, la percibimos cerca, y al final, sentimos que ha sido un trabajo sereno”, resalta.

Al igual que los médicos, los tanatopractólogos prefieren no trabajar sobre el cuerpo de un familiar. En el equipo de trabajo, Mario tiene otros cinco colegas a su cargo. En una reciente sesión de psicología de grupo evaluaron cómo se sienten por el hecho de trabajar con la muerte. “Concluimos que uno ve el dolor ajeno todos los días y no quisieras estar en la piel de esa persona y volvés a tu casa y ves a tu familia, a tus hijas y no podés evitar pensar ‘mirá si me hubiera pasado a mí’. Por eso, en el fondo, le tenemos pánico a la muerte”, admite.

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