y los principios de justicia

y los principios de justicia

Pretendemos, con este artículo, replantear la discusión entre las ventajas y las desventajas de dictar sentencias sobre la base de leyes precisas o bien sobre la base de principios generales de justicia.

16 Diciembre 2018

Por Nicolás Zavadivker

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Como es sabido, nuestro derecho ha ido incorporando con rango constitucional tratados internacionales de derechos humanos, de la mujer, del niño, etc, que contienen declaraciones muy generales, de carácter valorativo. Así, por ejemplo, la Convención de los Derechos del Niño llama a privilegiar en cualquier disputa el “interés superior del niño” por sobre los demás, formulación con la que todos comulgamos, pero que en la práctica genera grandes diferencias en su aplicación por parte de los jueces, siendo ellos los que deben decidir en qué consiste ese interés en cada caso concreto. Nuestra intención es iluminar algunas aristas de este problema a partir una perspectiva diferente de la habitual.

Como también es sabido, las competencias deportivas no escapan a la calificación del juego en términos de “justicia”. Así, es más o menos habitual leer en el periódico frases tales como “X fue un justo ganador” o “X no merecía ganar” (aunque lo haya hecho) o “El equipo de X es el campeón moral” (diferenciándose del ganador real). No se trata de un lenguaje que califica las conductas en términos de buenas o malas en sentido moral, sino más bien que diferencia, de forma valorativa, resultados de merecimientos, en términos -digamos- de calidad de juego u otras variables semejantes. Así, solemos considerar que un equipo de fútbol que generó pocas jugadas de gol quizás no debió obtener la victoria, aunque lo haya hecho.

Hipótesis

Vamos a suponer que, sumadas a estas consideraciones generales sobre la justicia o injusticia de los marcadores, surge una fuerte preocupación entre los miembros de la FIFA por el hecho de que el fútbol se está tornando excesivamente defensivo en los últimos campeonatos internacionales. La FIFA advierte que el fenómeno va restándole interés al espectáculo, por lo que se comienza a buscar alternativas que incentiven un juego de mayor riesgo y emoción. Así, los dirigentes del fútbol mundial deciden que van a reconocer y premiar a los equipos que intenten llegar más al arco contrario, aunque esto les pueda acarrear circunstancialmente exponerse a un letal contragolpe.

Frente a planteos de este tipo, y a consideraciones generales en torno de la justicia en los términos antes mencionados, propongo la siguiente situación hipotética: un grupo de dirigentes de FIFA presenta un proyecto para modificar el método de decisión que determina los ganadores y perdedores de un partido. En lugar de definirlos sobre la base de qué equipo realizó más goles, un comité de tres especialistas será el encargado de establecer, ni bien finaliza un partido, qué equipo es el ganador, con independencia del resultado. Por supuesto, la propuesta establece criterios generales para determinar el “justo ganador”, con la intención de que la decisión del tribunal futbolístico no sea arbitraria. Así, esos criterios llevan a valorar el juego ofensivo y la toma de riesgos, a tener en cuenta la cantidad de tiros al arco independientemente de si se transformaron en gol, a considerar los palos o las pelotas que pasan cerca de ellos casi tan valiosos como los goles mismos, a valorar la vistosidad de las jugadas, a castigar el exceso de faltas (especialmente aquellas que llevan a cortar el juego ofensivo), etc.

Se trata, pues, de dignificar y otorgar mayor peso a criterios valorativos que habitualmente ya están presentes en los comentarios que realizamos los espectadores de un partido, así como en los relatos desarrollados más profesionalmente por periodistas deportivos, al menos cuando unos y otros no estamos excesivamente parcializados por el apoyo a alguno de los equipos. Así, por dar un ejemplo, del famoso partido en que Argentina venció 1 a 0 a Brasil en el Mundial 1990 con el recordado gol de Caniggia, luego de que la pelota se estrellara reiteradas veces contra los palos argentinos, el comité habría concedido la victoria a Brasil, pese a no haber podido concretar goles.

La propuesta no resulta tan insólita si se tienen en cuenta otros métodos de decisión del ganador en el mundo del deporte. En el boxeo, por ejemplo, en los casos donde no se produce el nocaut (u otras formas de finalización de una pelea como el abandono), la determinación del triunfador recae sobre un grupo de jueces encargado de puntuar a cada contendiente en cada asalto, siguiendo para ello criterios similares a los expuestos, adaptados a las particularidades de ese deporte.

Consecuencias

Vamos a suponer que la moción de estos dirigentes se aprueba, y explorar las posibles consecuencias de la misma. Probablemente al principio los tribunales futbolísticos actúen tímidamente, convalidando los resultados por mayor cantidad de goles, en virtud de la arraigada costumbre de hacer las cosas así. Los primeros enojos comenzarán a surgir en los casos en que los resultados se den vuelta, es decir, en los que el “ganador moral” no coincida con el ganador de acuerdo al marcador. Lejos, pues, de producirse en el espectador una sensación de que se hizo justicia, es más probable que surja una gran controversia, donde algunos seguramente sentirán que se actuó con arbitrariedad, generando expresiones como “nos robaron el partido”. Posiblemente la misma sensación se presente, para algunos simpatizantes, cuando consideren que su equipo mereció ganar mediante este método (aunque no haya conseguido más goles que su rival) y la comisión no lo haya considerado así.

Es muy probable también que, con estas nuevas reglas, pronto comiencen a aparecer disensos en su aplicación por parte de los miembros de la comisión encargada de un partido, emitiéndose fallos que no son por unanimidad. Sin dudas surgirán asimismo distintos estilos de aplicación de las reglas por parte de diferentes comisiones, desde aquellos más conservadores que siempre convalidan el marcador hasta aquellos que creen tener la facultad de intuir el justo ganador prescindiendo de las reglas instituidas para ello. En posiciones menos extremas, posiblemente algunos jueces valorarán los toques rápidos entre un equipo en campo rival, aunque no haya desembocado en un verdadero peligro; mientras otros considerarán irrelevantes ese tipo de jugadas y no les otorgarán importancia alguna en sus evaluaciones. Inevitablemente las consideraciones sobre la justicia de los fallos estarán más vivas que nunca: si antes ocasionalmente se consideraba que un equipo podía no ser un justo ganador, ahora cada partido estará teñido por la sospecha de que el ganador según la comisión no fue en verdad un justo ganador, sea porque se convalidó el resultado, sea porque no se lo convalidó. Seguramente se multiplicarán los relatos de conspiraciones a favor o en contra de tal equipo debido a mezquinos intereses, tengan éstos algún asidero o sean meras fabulaciones. La sensación de arbitrariedad, pues, será verosímilmente mayor que en el sistema actual, donde con justicia o sin ella los resultados son claros y aceptados por ganadores y perdedores. Ello acarreará inevitablemente un aumento de las sospechas de corrupción y un creciente descontento de los simpatizantes, que acaso conlleve situaciones de violencia.

Discrecionalidad y precisión

Por otra parte, es probable que el nuevo sistema termine incidiendo sobre el juego mismo, y no necesariamente para bien, como especulaban sus propulsores. Al comienzo se produciría un cierto desconcierto entre los deportistas, que no sabrían con claridad qué buscar en un partido ni a qué atenerse. No se trataría ya tanto de alcanzar el gol como de generar jugadas de gol. El carácter estratégico del juego llevaría a que los delanteros pateasen más al arco, aun en situaciones en las que la probabilidad de convertir sea bajísima. También a preparar jugadas vistosas pero intrascendentes. Y así sucesivamente, teniendo en cuenta anteriores fallos de las comisiones, que irían configurando algo así como una jurisprudencia sobre lo que debe considerarse “buen fútbol”.

En suma, las consecuencias de la adopción de reglas cualitativas de justicia, intentando enmendar algunos detalles del juego y cierta arbitrariedad de los resultados, generaría probablemente el efecto contrario: dificultades en la interpretación y aplicación de los criterios, arbitrariedad, sensación de injusticia, poca previsibilidad, perplejidad en los actores y quizás hasta cierta desvirtuación del juego.

¿Por qué creer que la adopción de reglas generales de justicia en nuestro sistema legal –en lugar de leyes más precisas y menos sujetas al arbitrio del juez- generará más justicia y evitará inconvenientes como los mencionados?

© LA GACETA

Nicolás Zavadivker - Doctor en Filosofía. Profesor de Ética y Lógica de la UNT.

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