"El primer hombre en la Luna": la humanidad antes que la epopeya

"El primer hombre en la Luna": la humanidad antes que la epopeya

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EL PRIMER HOMBRE EN LA LUNA | DRAMA/BIOGRÁFICA - PM13 - 141’

MUY BUENA

ORIGEN: EEUU, 2018. DIRECCIÓN: Damien Chazelle. CON: Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll, Ciarán Hinds, Olivia Hamilton, Patrick Fugit, Lukas Haas, Christopher Abbott. GUIÓN: Josh Singer. FOTOGRAFÍA: Linus Sandgren. MÚSICA: Justin Hurwitz.

Advertencia: no esperen una película construida con el tono y el ritmo de “Apollo 13”, en la que Ron Howard y Tom Hanks contaron una aventura apasionante con pulso de thriller. “El primer hombre en la luna” se mueve por otros caminos, reposados e introspectivos. Para narrar el más extraordinario de los viajes emprendidos por la humanidad, Damien Chazelle propone otro viaje: uno al interior del héroe. El Neil Armstrong que nos muestra Chazelle, apoyado en la formidable actuación de Ryan Gosling, se adivina detrás de una coraza que sólo transmite frialdad y profesionalismo. En ese hombre, el más famoso del mundo durante el febril 1969, hay capas emocionales que van cayendo apenas baja la guardia y es su esposa Janet (magnífica Claire Foy) la que puede desarmar su estructura.

Chazelle, joven maravilla de Hollywood a partir del éxito de “Whiplash” y de “La la land”, se toma todo el tiempo del mundo -casi dos horas y media- para meterse bajo la piel de Armstrong y son esos los ojos que nos muestran la gesta emprendida por la NASA. Ascética, precisa, valiente y ambiciosa, la óptica de Armstrong sintetiza la esencia del programa espacial estadounidense, capaz de poner un hombre en la luna antes que los rusos y asumiendo todos los costos, los económicos, los políticos y, sobre todo, los humanos. Muchos astronautas murieron en el camino, soldados que caían mientras Neil y Janet luchaban con su propio drama: la prematura muerte de una hija.

Los homenajes a Stanley Kubrick se repiten durante la película, cuya imaginería visual reposa en una paleta de colores tenues y en una cámara que juega a dos puntas: por momentos nerviosa, siguiendo el paso de los protagonistas; por momentos clavada en un discreto y lejano plano, tan inmóvil como el paisaje lunar. Chazelle sabe cuándo y cómo sacar sus cartas. Lo respalda un notable trabajo de Josh Singer, el guionista de “Los oscuros secretos del Pentágono” y de “Spotlight”.

El devenir de la familia Armstrong a lo largo de una década coincide con el ascenso de Neil en la NASA, a caballo de sus éxitos y de un carácter de hierro. La narración va registrando episodios de extrema crudeza, por caso la precariedad de aquellas naves, cáscaras de nuez que fueron capaces de poner a Armstrong donde nadie había llegado. La película abarca numerosos planos de la vida pública y privada de los Estados Unidos de los 60, pero Chazelle no pierde el foco. Lo suyo no es pretencioso, al contrario; las lágrimas de Armstrong son más poderosas que cualquier efecto especial.

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