Los mejores maratones del mundo, contados por tucumanos que los corrieron

Ni son profesionales ni hacen podios ni aparecen en los diarios. Son personas comunes. Pero de vez en vez se vuelven extraordinarias. Como cuando llevan sus cuerpos al límite. Como cuando entienden -en realidad- que no hay límites. Porque aunque se acalambren hasta llorar de dolor, van a seguir corriendo. Un puñado de relatos y una única pregunta: ¿por qué?

DIPLOMADO. Germán Cudmani ha corrido los seis maratones más grandes del mundo. DIPLOMADO. Germán Cudmani ha corrido los seis maratones más grandes del mundo.

“Hola amigas. Acabo de entrar al hotel. Sí, había terminado hace rato. Pero fue muy difícil salir del Central Park. La cantidad de gente que había... no... no... no... Ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Algo absolutamente indescriptible. Muy difícil de contar con palabras. Hice cuatro horas y 22 minutos. Un poquito más de lo que me hubiera gustado. La verdad es que un maratón es una paliza tan grande. Pero recién empecé a sentirlo en el kilómetro 25. Con decirles que hasta entonces, me había olvidado de tomar el primer gel. La gente te lleva en andas. Desde el kilómetro cero hasta el 42, hay gente enloquecida a los costados. A los gritos y con carteles de aliento. Cantan el himno y largás con “New York, New York”, de Frank Sinatra. Se te pone la piel de gallina. Impresionante. Me duele hasta el pelo. Pero estoy feliz de la vida”.

Ese es el audio que Cecilia Merino -43 años, mamá, empresaria- les envió a sus íntimas el domingo 5 de noviembre del año pasado, después de haber corrido el maratón de Nueva York. Hoy, a casi un año de aquella épica suya (para las personas comunes -como ella y la mayoría de los corredores- terminar un maratón es una épica) sus recuerdos se encuentran intactos. Aquellos que han corrido la exacta distancia de 42,195 kilómetros jamás lo olvidan. ¿Cómo olvidar esos momentos en los que se corre con el cuerpo, primero; con la cabeza, después, y con el corazón, al final? No se olvida. Y no hay una sin dos... dos sin tres...

Alina Uriburu y Cecilia Merino Alina Uriburu y Cecilia Merino

Bien lo sabe Germán Cudmani -45 años, contador, cuatro hijos-. Ha corrido 15 maratones e integra el selecto grupo de 33 argentinos que han completado los seis maratones más grandes del mundo (six majors, como se las conoce). “En 2011 hice mi primer maratón. En aquel entonces, no entendía eso de cruzar el puente de Manhattan a las seis de la mañana y con un frío descomunal. Tenía las piernas acalambradas. Me preguntaba qué hacía ahí. Mientras estás corriendo, sentís ansiedad, excitación, soledad, incertidumbre y agotamiento. Agotamiento extremo, a veces. Son horas intensas. Pero al llegar, el sufrimiento se te olvida. Cruzar la línea de llegada te cambia para siempre. El sacrificio le da paso a la felicidad. A una felicidad tan adictiva, que a las semanas estás planificando tu próxima carrera”, dice. María Inés Mejail tiene 42 años, es odontóloga y está casada con Cudmani. Además del matrimonio, los unen las carreras. “Como dice Germán, la llegada es inexplicable. Cuando terminás un maratón, sentís orgullo”, añade.

Las razones de mi vida

Las principales capitales del mundo cuentan con una fecha anual en el circuito de los maratones; algo parecido al Grand Slam del Tenis. Ese recorrido incluye Nueva York, el más universal; Chicago, el más patrocinado; Boston, el más legendario; Londres, el más glamoroso; Berlín, el más veloz y Tokio, el más moderno. Participar es difícil. Habitualmente, los corredores aficionados deben anotarse en un sorteo de dorsales. Suele haber más de 500.000 inscriptos para unos 50.000 lugares. El criterio de selección varía según cada competencia. Londres, por ejemplo, otorga cupos a entidades de beneficencia, que luego subastan el dorsal al mejor postor. Boston fija límites de tiempos; en consecuencia, es un maratón elitista en términos deportivos. Y así, cada carrera aplica su criterio.

Puede que los sedentarios o aquellos que en las siestas tucumanas prefieren las temperaturas controladas se pregunten qué buscan los que corren. Qué razones empujan a esa gente a salir a las calles a cansarse. A exigirse a niveles que rozan la autodestrucción. Miguel Gianfrancisco ensaya una respuesta. Lo apodan “leyenda” porque a sus 71 años ha trotado 160.300 kilómetros. Es como si le hubiera dado cuatro vueltas a la Tierra siguiendo la línea del Ecuador, compara él. “Correr me conecta con el mundo. Me basta con calzarme las zapatillas para sentirme vivo. No sé hacer otra cosa. No quiero hacer otra cosa. Voy a seguir corriendo hasta que mi cuerpo me diga basta. Hasta que me alcance la muerte (si es que puede). Correr será, eternamente, mí necesidad vital”, explica. El 4 de noviembre, anotará otros kilómetros cuando complete el maratón de Nueva York.

Miguel Gianfrancisco Miguel Gianfrancisco

Unos días antes -el domingo 7 de octubre- las abogadas Alina Uriburu y María José Nazur pisarán kilómetros en Chicago. También para ellas correr es una adicción. “He corrido toda mi vida. Cuando no era una moda, yo corría”, cuenta María José. “Correr en Chicago es un sueño hecho realidad. Nunca pensé que se me pudiera dar. Sólo con contarlo se me pone la piel de gallina”, agrega Alina. Mañana, además, se correrá el maratón de Buenos Aires, uno de las más convocantes de América Latina. Varios comprovincianos estarán allí. Leonella Safarsi -42 años, médica y madre- la completó hace dos años. “En todas las carreras, salgo contenta. Después de cuatro o cinco meses de entrenamiento, sólo pararse en la línea de largada es un logro”. En fin, podríamos seguir oyendo testimonios, pero los runners deben volver a sus obligaciones y a anudarse los cordones.

EL SÁBADO QUE VIENE...

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