Maronitas libaneses: el pueblo que llegó en busca de paz

Maronitas libaneses: el pueblo que llegó en busca de paz

Descendientes cuentan que los primeros inmigrantes llegaron a Tucumán en 1880. Se dedicaron al comercio e hicieron estudiar a sus hijos. San Marón celebra sus 100 años.

PARROQUIA. Los fieles junto al padre Charbel Chahine y el ex párroco Pedro Kerbage. la gaceta / foto de inés quinteros orio PARROQUIA. Los fieles junto al padre Charbel Chahine y el ex párroco Pedro Kerbage. la gaceta / foto de inés quinteros orio

Nació en Tucumán, pero sus raíces se hunden en el Líbano. Lidia Esther Apás ríe y llora al mismo tiempo, de pura alegría. Eso le pasa cada vez que recuerda a su papá, don Cheker Farah Apás, un libanés próspero que llegó a estas tierras a fines de 1880, cuando tenía tan solo 15 años. “Pero no vino con los bolsillos vacíos”, aclara Lidia. Como uno de los 25.000 libaneses que se afincaron en Tucumán, en dos oleadas, Cheker vino buscando la paz.

“No tenía conocimiento del idioma español, pero sabía leer y escribir en su lengua”, dice Lidia sobre su padre. 

A pesar de ello, se pudo comunicar perfectamente y la sangre fenicia que le corría por las venas le bastó para convertir en oro todo lo que tocaba. “¿Vio la casa de Maipú y San Juan?” Se refería al imponente edificio de estilo afrancesado con cúpulas de pizarra que hay en esa esquina. “Era mi casa. Ahí vivíamos con mis padres y mis ocho hermanos”, sonríe como una niña. Lidia era la más pequeña de la familia y ahora, con 92 años, es la única que queda.

Ayer fue un gran día para la comunidad maronita. La parroquia de Nuestro Señor del Milagro y San Marón, de Santiago y Junín, celebró el primer centenario de su fundación. A su alrededor, los primeros inmigrantes que llegaban del Líbano afianzaron su comunidad, aferrados a la fe y al rito oriental. Al párroco, padre Charbel Chahine y superior de la misión de la Orden Libanesa Maronita (OML) le tocó ser el anfitrión de muchos misioneros maronitas que llegaron de todo el mundo, como el ex párroco Paul Kerbage, que vino desde Australia para este acontecimiento, y sacerdotes del rito latino.

El obispo maronita en Argentina, Chamieh Habib, y el abad general de la OLM, Naamtalah Hachem, acompañaron la procesión. Detrás de las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro y San Marón, adornadas con claveles blancos y rojos, iba el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, que pertenece a esta comunidad, acompañado por su gabinete. La procesión recorrió las calles adyacentes a la parroquia y luego se ofició la misa, que pudo verse a través de dos pantallas gigantes colocadas en la calle para la gran cantidad de fieles que no pudo ingresar al templo.

Primeros inmigrantes

La casa de don Cheker Farah Apás tenía 17 habitaciones y hasta un ascensor, y muchos empleados. Hizo traer de Europa la pizarra para la cúpula. Todavía puede leerse en relieve sobre el mármol rojo de la fachada: Farah Apás e hijos. “En la parte de abajo teníamos el negocio. Mi padre vendía telas y zapatos. Era muy generoso. Memoriosos, como Nélida Marta Seade, recuerdan las colas interminables de los jueves, frente a la casa de don Cheker, para recibir yerba y azúcar.

El altar mayor, de mármol de Carrara y jaspe, fue donado por don Cheker y otro libanés, David Bujazha, abuelo de los hermanos Pedro y Geraldine Bujazha, grandes colaboradores de la parroquia.

“Los primeros inmigrantes (entre 1890 y 1910) traían dinero porque eran de familias pudientes. En cambio, entre 1915 y 1940, llegaron los demás, en plena hambruna por la guerra. Ahí vino mi abuelo David, con lo puesto. Se quedaban en las casas de los parientes radicados aquí hasta que podían independizarse. Mi abuelo fue a la casa de don Cheker”, dice Pedro abrazando a su tía.

La solidaridad era moneda corriente entre los libaneses. “Mi padre vino a finales de 1880 porque los turcos se habían apoderado de la península, y a los jóvenes los incorporaban al ejército. Los padres que podían liberar a sus hijos de esa situación los exportaban como aventureros a otros países. Así fue que muchos se quedaron en Europa, otros se vinieron a América. Mi padre, como muchos otros libaneses de Badarane, prefirieron Tucumán, quizás porque les recordaría a su tierra”, supone Lidia.

“El 30% de la población tucumana tiene ascendencia libanesa. En Argentina hay 2 millones de personas de ese origen -agrega Pedro-. Ahora estamos en la cuarta generación”. “Los libaneses venían con muchas ansias de superación. Muchos descendientes hicieron estudiar a sus hijos en la universidad y así surgieron actores sociales como el gobernador Manzur y Emilio Buabse, ambos médicos; Jorge Gandur y Antonio Estofán”, añade.

Los jóvenes

La colectividad libanesa se reunía en la parroquia, en la Asociación Libanesa y en la Casa Libanesa (Chacabuco 56), donde un importante grupo de jóvenes se junta los jueves a las 21, para compartir sus costumbres, su cultura y su gastronomía. La Juventud Unión Cultural Argentino Libanesa (Jucal) moviliza las nuevas generaciones.

La joven Anabella Parane, que además es sacristana de la parroquia, es referente en Tucumán de la Academia Maronita. Su misión es invitar a los jóvenes descendientes del Líbano a conocer su país durante dos semanas. Los interesados solo deben inscribirse en la página www.maroniteacademy.com.

La parroquia maronita de Tucumán es la única del Norte argentino. También recibe fieles de otras parroquias. El padre Charbel explica: “la nuestra es la única Iglesia Oriental que ha permanecido, desde sus orígenes, en plena comunión con la Santa Sede de Roma, sin renunciar a su propia estructura ni a su tradición litúrgica. Por eso decimos que la iglesia maronita es el baluarte del catolicismo en Oriente”.

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