Un verano con Mónica

Un verano con Mónica

En Un verano con Mónica no sólo asistimos a la puesta en escena de la vida desenfrenada de una pareja de jóvenes idealistas, sino también al fracaso de una ilusión. Mónica y Harry viven un verano que despliega una idea de libertad entendida al modo sartreano. El amor, ese modo difícil e inestable de las relaciones entre los hombres, finalmente se convierte en el espejo sombrío del infierno.

29 Julio 2018

Un verano en la isla

Una joven, Mónica, y un cadete, Harry, trabajan en negocios ruines. Ella vive con su padre borracho y con una madre pobre e inculta. El joven, en cambio, es huérfano de madre y vive, como un pequeño burgués, junto a su padre enfermo y casi ciego.

Mónica y Harry desprecian su trabajo y desean una vida fuera de la ruinosa vida cotidiana. Ella, al conocerlo en un café que es una pocilga para ancianos, le dice a Harry que anhela irse fuera de la ciudad y, mientras desayunan, le cuenta su deseo de ir al cine. Harry capta el sobreentendido y la lleva. Ni bien salen de la sala oscura ya se sienten amantes. Son jóvenes y los aires de la primavera alimentan la pasión. Mónica encarna el arquetipo de la altiva joven desprejuiciada: fuma y usa una ropa prohibida para la época. No tiene rigores morales (un vecino le sugiere delante de Harry que ella acumula novios con facilidad) y tampoco se lleva bien con su padre. Una discusión le despierta el deseo de la fuga. Sale despavorida y busca a Harry con angustia: le cuenta la pelea con su padre, borracho, y le suplica que la ayude. Harry –guiado menos por la pasión que por el empuje de Mónica–, le propone internarse en una isla. Ella acepta, eufórica.

Abandonan sus trabajos. Y Harry le muestra el barco de su padre. Duermen allí y a la mañana siguiente acomodan sus exiguos equipajes. Ellos encarnan la perspectiva existencialista: son jóvenes (no quieren vivir de acuerdo con los dictámenes de su pasado ni tienen algo que los aferre a la tradición) y tienen un proyecto. Desean una vida nueva y planean un viaje para decidir quiénes pueden llegar a ser.

Harry y Mónica llegan a la isla. Mónica, divina, blanca y eufórica se quita la ropa y protagoniza una escena escandalosa (para la época). En medio de las piedras y del brillo del agua, se oculta en la arena, desnuda, y luego baila con una música que rumorea en el silencio del mar. Al otro día, mientras toman café entre las piedras y ríen y bailan, un joven ladrón ingresa a la barqueta, les roba y enciende fuego los objetos. Harry descubre el asedio y lo persigue. Lo golpea. El joven huye. A partir de ese momento, el film adquiere un tono sombrío.

El primer proyecto de la vida idílica en una isla parece desvanecerse. Pero Mónica está decidida a mantener ese sueño. Le cuenta a Harry que está embarazada y esa noticia reaviva el amor. Ella sueña con la vida en familia.

Pasan varios días y los alimentos escasean. Entonces, entran a robar en una casa. Esta secuencia es central: Harry y Mónica deciden su futuro y realizan las acciones que les permitirán cumplir su proyecto de vida. Incluso, en los momentos más difíciles (el robo de sus pertenencias y la falta de alimento), mantienen su proyecto. Por eso el robo está justificado: ningún obstáculo puede alterar la idea de la vida. No se sienten coaccionados por la moral tradicional. Al contrario, ellos inventan una moral acorde con el proyecto de vida. Es decir, nada está por encima de su proyecto: ni siquiera la moral que condena el robo. Ellos son víctimas del robo y luego son sujetos del robo. En este sentido, Mónica ejerce su libertad. El presente está al servicio del proyecto.

Sin embargo, después del robo en la mansión, con el dolor punzante del tobillo golpeado, ella siente que el proyecto de la vida en común puede desvanecerse. Le dice a Harry: “con el chico todo se complica”. Y Harry intenta calmarla: “Todo mejorará”. Ella no le cree. Agrega: “¿por qué algunos siempre se divierten y otros somos tan miserables?” Y Harry argumenta: “Mónica, nos tenemos el uno al otro”.

Los vaivenes del amor

El filósofo Jean Paul Sartre entiende al amor como un modo fundamental del ser-para-otro. Harry y Mónica establecen una relación amorosa y encarnan los vaivenes del amor. Al principio sueñan y sienten que el otro es la realización de su libertad. Es decir, ella entrega su libertad a Harry y él hace lo propio. La libertad se aliena en pos del amor. Viven esa relación con una intensidad acorde con el sentimiento amoroso. Ahora bien, cuando ella le dice que está embarazada se inicia una nueva etapa en el amor. El amor corre peligro de resquebrajarse. Harry apela a la idea de que la relación amorosa es el cobijo frente a la hostilidad del mundo. Al decirle que ellos se tienen entre sí le está diciendo que conforman como pareja el mejor escudo frente a los vaivenes del mundo.

Al otro día, Harry le dice que deben regresar a Estocolmo. Y luego hace un balance: “ha sido un verano maravilloso”. Este es un dictamen que está basado en la visión de proyecto. A pesar de la falta de alimento y del hambre, a pesar del robo, de la vida como marginales, el verano ha sido maravilloso. Harry quiere tener una visión optimista ya que mira el pasado inmediato desde los ojos del proyecto: la consolidación del amor.

Mónica es más escéptica. Parece no compartir la visión idílica del verano. Lo escucha y, mientras se lava la cara, le dice que quiere volver a la ciudad. Y agrega: “no hemos ido al cine desde La chica soñadora”. Entonces Harry le dice que es cierto pero que ellos han soñado. Es decir, Harry refuerza su visión cargada de futuro. Él piensa que su vida ha igualado las cualidades de la vida soñada. No es casual, por otro lado, el nombre de la última película que han visto en el cine: “La chica soñadora”. La chica soñadora es Mónica y la mención de la última película indica el cierre del primer ciclo en el amor. De hecho, veremos después que la estancia en la isla será el último momento de la vida como sueño, como realización del deseo. Con el regreso forzado y a partir de la vida en común, el amor obtendrá las cualidades del infierno terrenal.

Se casan y empiezan un nuevo proyecto. Han decidido llevar hasta las últimas consecuencias las circunstancias que les ha tocado vivir. Ellos podrían haberse separado pero eligen permanecer juntos. Mónica sigue eligiendo estar con Harry. Y él con ella.

Al principio, Mónica parece cumplir su sueño. Pero rápidamente se internan en la atmósfera difícil de los padres con un recién nacido: el bebé se despierta por las noches y padecen el insomnio. Con los días, ella se agota y se desespera. Harry obtiene un trabajo en la ciudad de Lund, lejos de la urbe que los cobija. Y le anuncia que se irá de la casa. Ella le reprocha la vida difícil y despojada, la escasez económica, la vida rutinaria. Harry le promete el paraíso y se va.

En la escena siguiente, Mónica está sentada en un local nocturno, acompañada por un joven. Ella tiene un cigarrillo en la mano y fuma, desenvuelta. Una música furiosa, rítmica, inunda la escena. Ella parece abstraída mientras la cámara se acerca. Mónica mira a la cámara, con decisión. El plano no es casual. Bergman elige el primer plano para detenerse en un rostro expresivo. El plano se demora y percibimos el cambio sutil de registro: la cara es, al principio, suavemente melancólica y luego adquiere un tono imponente y ciertamente temible. Ese plano es una síntesis de la transformación de Mónica. Ese plano muestra su cambio de elección. A partir de ese momento, ella ha renunciado a su pasado inmediato, a su presente opresivo y ha elegido otro futuro.

Harry regresa y encuentra una novedad que modifica sus vidas: hay un hombre. A decir verdad, Bergman no muestra qué es lo que ve Harry en el interior de la casa. Sólo vemos que Harry sale despavorido. Con la cara desencajada, se oculta detrás de un auto y espera la salida del joven que “visita” a Mónica. La escena fuera de campo ha mostrado una situación evidente: ella lo ha engañado. Mónica se ha cansado de esperar a Harry, se ha hastiado de la vida monótona. O, tal vez, se ha cansado de depositar en Harry la razón de su libertad. Y por eso ha decidido abandonar su vínculo con Harry y buscar otro modo de satisfacer su deseo, su idea del futuro. En ese contexto, ¿ella ha abandonado su libertad? No. Mónica ha sido fiel a su visión del mundo. Ha abandonado su relación con Harry pero no ha faltado a su búsqueda permanente. Mónica desenvuelve su libertad de otra manera. Ha dejado de relacionarse con el otro a través del amor y ha elegido, para salvar su libertad, replegarse sobre sí misma.

Una vida sin Dios

A pesar de que en casi toda la filmografía de Bergman Dios aparece como un asunto controversial entre los personajes, en esta película Dios no aparece. Mónica y Harry viven en un mundo sin Dios. Ellos son los únicos dueños de sus actos y la moral es una invención. Su relación se desarrolla en el nihilismo y el robo que padecen y el robo que cometen forman parte de la nueva moral que se han creado para sí mismos. En la isla, viven una vida de amorales, según la expresión de Nietzsche. Y Mónica, cuando decide dejar a Harry obra, de alguna manera, de acuerdo a la nueva moral, despojada de los prejuicios del presente. Se podría entender la decisión de Mónica como un modo de realizar su libertad.

En Un verano con Mónica no sólo asistimos a la puesta en escena de la vida desenfrenada de una pareja de jóvenes idealistas sino también al fracaso de una ilusión. Mónica y Harry viven un verano que despliega una idea de libertad entendida al modo sartreano. El amor, ese modo difícil e inestable de las relaciones entre los hombres, pasa por diferentes etapas. Y se convierte, al final, en el espejo sombrío del infierno. La progresión de la relación amorosa se desarrolla en el marco de la concepción pesimista que sostiene Sartre en El ser y la nada. La película de Bergman no sólo nos propone una idea de hombre sino también una manera de entender la libertad y el amor.

© LA GACETA

Fabián Soberón - Profesor de

Teoría y Estética del Cine.

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