Hermanos de sangre: Rubén salvó su vida gracias al trasplante de médula que recibió de Diego

Hermanos de sangre: Rubén salvó su vida gracias al trasplante de médula que recibió de Diego

Desde chicos habían aprendido a cuidarse.

LOS IBÁÑEZ, JUNTOS Y BIEN. Ahora trabajan en el mismo rubro: fabricando y vendiendo plumeros. la gaceta / foto de hector peralta LOS IBÁÑEZ, JUNTOS Y BIEN. Ahora trabajan en el mismo rubro: fabricando y vendiendo plumeros. la gaceta / foto de hector peralta
01 Abril 2018

No tienen ni un rasgo parecido. Ni en un dedo del pie. Nada. Sin embargo, una complicidad innata los une desde que eran pequeños. Los hermanos Diego (34) y Rubén Ibáñez (31) se miran y se dicen todo. De chicos jugaron, se defendieron y se cuidaron toda la vida. Sus sentimientos tuvieron su máxima expresión el año pasado, cuando Diego quedó al borde de la muerte por una leucemia que empeoraba día a día, y Rubén resultó 100% compatible para donarle la médula ósea. Con el trasplante, lo salvó.

Diego es padre de cuatro hijos y hasta hace dos años realizaba trabajos de plomería. A comienzos de 2016 empezó a notar que se cansaba a menudo, que le dolían las piernas y le aparecían hematomas inexplicables en la espalda. Se hizo un chequeo médico de rutina y apenas obtuvo los resultados quedó internado. Fue el 28 de marzo de 2016. El diagnóstico llegó con la fuerza de un huracán. “Tenía cáncer, un 87% de mi cuerpo tomado, y muy pocas probabilidades de sobrevivir. Empecé quimioterapia sin muchas expectativas, pero yo quería vivir. Fue un golpe durísimo”, recuerda.

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Los estudios genéticos le darían otra chance a Diego. Nuevas pruebas indicaban que el cáncer que padecía podía curarse únicamente con un trasplante de médula ósea. “Primero había que buscar entre mis hermanos si alguno de ellos era compatible. Mis tres hermanos varones se hicieron los análisis. Y dio la casualidad de que dos de ellos salieron 100% compatibles. Tuve mucha suerte. Y nadie esperaba que fuera Rubén el más indicado, porque es el único con el que no nos parecemos en nada”, cuenta.

Al principio estaban asustados. No tenían idea acerca de cómo se hacía un trasplante de médula. Creían que era una cirugía dolorosa.

“Nada que ver. Es lo más sencillo y no duele nada”, confiesa Rubén, que tuvo que colocarse vacunas cinco días antes del trasplante (para producir más células madre). Por su parte, Diego debió someterse a quimioterapia. “Viajamos a Buenos Aires, donde me extrajeron médula ósea. Es algo similar a cuando te sacan sangre; nada más. Y finalmente le pusieron esto a mi hermano”, relató.

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Si bien sufrió algunas complicaciones en el camino, Diego se acaba de hacer un estudio que prueba que todas células de su hermano circulan por su cuerpo y que está 100% libre de la enfermedad.

En su modesta casa del barrio Oeste II, Diego fabrica plumeros que luego sale a vender junto a su hermano. Aprendió el oficio después de que los médicos le prohibieron volver a la plomería o a cualquier otro trabajo relacionado con la construcción.

“Más allá de todo lo malo que pasamos esto unió mucho a mi familia. Aprendimos a valorar las cosas más simples y a querernos más todavía”, resalta Diego.

“Lo volvería a hacer, todo el mundo lo debería hacer… por su hermano o por cualquier persona”, le dice a Rubén. Y le regala, una vez más, una mirada cómplice.

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