Juegos de poder
04 Marzo 2018

Por Cristina Bulacio - Para LA GACETA - Tucumán

Francisco advierte en una Carta Eclesiástica a los altos dignatarios de la Iglesia que al jubilarse deben “despojarse de los deseos de poder”. Gran conocedor de la condición humana, el Papa sabe que las personas aman profundamente el poder y –conscientes de su fragilidad– lo buscan para sobrevivir. El poder genera estructuras jerárquicas que sirvieron, a lo largo de la historia, para organizar y consolidar los primeros conglomerados: aldeas, ciudades, reinos y hasta religiones

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En la cúspide de esa jerarquía siempre existe alguien –masculino– que detenta el poder supremo: un rey, un Papa, un gobernador, un jefe, un cacique; autoridades que harán posible la convivencia social. De allí derivan las instituciones, las estructuras políticas, los gobiernos. Las democracias aparecen tardíamente porque en ellas el poder se debilita al repartirse en ejecutivo, judicial y parlamentario.

En los inevitables juegos sociales del poder, el género masculino triunfa por razones físicas, históricas y culturales. Por ser el proveedor de alimentos se lo ungió como el sujeto fuerte y hábil en ardides. Los héroes mitológicos, tanto como la Divinidad de las tres religiones más importantes, son representaciones masculinas.

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Este sucinto marco teórico nos ayuda a ver qué poco han cambiado las cosas. Lo que debatimos hoy –el alcance de los movimientos actuales Me Too y Time’s up en los que se denuncia el acoso al más débil– se centra en el uso del poder que, en el 90% de los casos es de hombres hacia mujeres. La educación de la mujer, en el mundo, ha favorecido el sometimiento al hombre y la invisibilidad femenina, lo que los hizo sentir superiores. Craso error.

Felizmente la mujer siglo XXI se ha adueñado de sí misma, más allá de los hijos y el hogar, ha salido a poner límites a ese poderío arbitrario del hombre. Hace 10 años una denuncia pública inició un movimiento que hizo posible el empoderamiento femenino. Ya es una realidad, aunque todavía produce reacciones violentas; los femicidios revelan la impotencia del macho ante la libertad de la hembra para decir NO en cualquier territorio.

Sin embargo, estemos atentos, el juego del poder no cesa; quien lo detenta busca más poder y desprecia la equidad como signo de debilidad. La paridad hombre-mujer por la que se lucha legítimamente hoy, solo puede garantizarla una sociedad justa, tolerante, pacífica, que acepte al otro como igual en todos los planos. Una sociedad democrática en serio, lo que, creo yo, requiere tiempo todavía…

© LA GACETA

Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía

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