La política siempre tuvo la pelota

La política siempre tuvo la pelota

Macri para la contra. Macri para la contra.

Que el Fútbol Codificado. Que la Superliga. Que los Clubes Sociedades Anónimas. Que Boca y la AFA. Los árbitros. Que el Superclásico de Mendoza. Que los insultos que crecen contra el Presidente de la Nación. Y ahora que “No maten al fútbol del interior”. El fútbol vive horas movidas. Calientes y politizadas. La inevitable tensión entre los que quieren cambios y los que resisten. Los que resisten porque sólo defienden viejos negocios. O los que resisten porque creen que el cambio sólo busca beneficiar negocios nuevos. Negocios de unos pocos.

Se recuerdan coros políticos en las canchas, especialmente la Marcha Peronista en tiempos de prohibiciones. Los insultos de estos últimos días al presidente Mauricio Macri que preocupan cada vez más al gobierno casi no tienen precedentes. Pero nunca antes un presidente de la nación aterrizaba tan directo a la política, y a la Casa de Gobierno tras conducir a un club de fútbol. Y no a un club cualquiera. Sino al club que, desde los tiempos del “Puma” Alberto J. Armando, se jactaba de ser “la mitad más uno”.

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Cuando asumió en Boca en 1995, Macri, además de rebautizar la Bombonera con el nombre de Armando, habló de un “Boca hegemónico”. Como sea, “mitad más uno” o “hegemonía”, los que quedan afuera (por lo menos la otra mitad) tendrán algo que decir. Y lo están diciendo.

River se queja. Pero River, sabemos, también es el poder. Por eso, un Boca-River suele acaparar todo. Y el Superclásico del 14 de marzo en Mendoza se está jugando desde hace demasiado tiempo. Sería un partido casi sin peso si fueran otros equipos. Pero tocó a los dos más grandes.

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La tensión creció tanto que, en las últimas horas, los presidentes de los dos clubes salieron a enfriar el clima. No resultaron muy creíbles. Pero se entiende. Saben que el fútbol argentino suele ser poco sutil. No conoce de metáforas. Allí está sino su lista de víctimas y barras bravas para demostrarlo.

Es cierto, hay contraejemplos: la conferencia conjunta de los técnicos Leonardo Madelón y Eduardo Domínguez antes del clásico santafesino y el Independiente de Ariel Holan que, aún después de una dura derrota, permaneció dentro del campo toda la premiación de Gremio, el rival que le ganó la Supercopa sudamericana (un gesto que debería ser casi de rutina, no lo es en el fútbol argentino).

Preocupados por cómo creció la tensión, Boca y River pretenden hacernos creer ahora que los partidos sólo se definen dentro de la cancha. Es ridículo decir que todo está arreglado. Tan ridículo como querer decirnos que el fútbol es apenas un juego. Somos grandes. Sabemos desde hace tiempo que el fútbol no sólo es juego. Que, además de pasión, también es negocio. Y también es política. Y que las tensiones se acrecientan en momentos de cambios. Rodolfo D’Onofrio consideró ridículo que algunos piensen (no él, claro) que el presidente de la nación se esté ocupando de cuestiones de fútbol cuando en el país hay prioridades.

El tema es que lo hace. Porque Macri no sólo se ocupa de Boca. ¿Acaso no volvió a reunirse en las últimas semanas con Jorge Sampaoli primero y con el presidente de la AFA después? La reunión con Guillermo Barros Schelotto al día siguiente de los insultos en el Monumental fue, ante todo, una gran demostración de falta de tacto. Algo parece estar fallando en el gobierno sobre el tema del tacto. Y no sólo en el fútbol.

Fútbol y política siempre estuvieron de la mano. Mucho más en un año de Mundial. Lo curioso es que en toda la tensión de estas semanas el Mundial no tiene nada que ver. El debate es la vuelta del Boca hegemónico. Y de River. El Superclásico de Mendoza, en medio de tanta tensión, acrecentará los espacios. Es inevitable.

Pero debajo de todo, del Boca-River que se viene, del Mundial que llegará luego, y acaso del proyecto legislativo sobre Clubes SA, comienza a tomar forma ya no el rumor, sino el proyecto concreto de reforma del fútbol del interior. Y, por eso, también comienza a tomar forma la campaña “No maten al fútbol del interior”.

Imposible no creer que la reforma no viene tras reuniones con el gobierno. De la mano de problemas reales, el poder político hace sentir su peso al poder del fútbol. Lo hizo con la AFA, con el gremio de futbolistas y con la TV. Son demasiados cambios. Demasiada ambición. Inevitable que algunos protesten. En los estadios también.

La protesta “No maten al fútbol del interior” incluye a jugadores y especialmente a hinchas. Pero a pocos dirigentes. Muchos acaso son concientes sobre cambios que parecen inevitables. De que no hay lugar para todos. De que habrá que jugar “por el sándwich y la Coca”, como decíamos de pibes, o abrazarse a los nuevos tiempos a través de dineros y mecenas que están allí agazapados, esperando su momento. El poder sabe que tiene que aprovechar el viento de cola, porque ese viento no sopla con la misma intensidad y, a veces, deja de soplar. Hablamos de Argentina y de fútbol. Donde, casi siempre, podemos pensar de domingo a domingo. Y de cómo sople el viento ese domingo.

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