Remembranzas del viento: la carta que Atahualpa Yupanqui les mandó a los raqueños

Remembranzas del viento: la carta que Atahualpa Yupanqui les mandó a los raqueños

Hace 110 años en Campo de la Cruz, Pergamino, nació el autor de “Luna tucumana”. Carta poco conocida a los raqueños.

El viento canta en las pupilas de la memoria. El alazán de sus pensamientos le galopa la soledad de los recuerdos. La bordona late en la verde serranía. Por la ventana del rancho, deja escapar una zambita: “Yo soy gaucho curtido, mato las penas cantando, igual que las charrascas en el sunchal de mi campo…” Tal vez ahora llueve nostalgia. La máquina de escribir está llamando a los dedos de su corazón.

“Vecinos de Raco, paisanos del pago, jinetes de las abras, hombres del diario trajinar campesino: Tarde me anoticiaron de una fiesta conmemorando una fecha, en el Corral de Pircas de Raco. Cuando supe, me lastimó la imposibilidad de llegarme, aunque solo sea a contemplar desde lejos el ambular de mozos por esos faldeos mansos; a escuchar desde un rincón cualquiera el traveseo de la guitarra, la queja de un tambor, el ay de una vidala. La distancia idealiza el sonido y el sonido, quizás por eso se idealiza el Corral de Pircas.

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El horizonte se pierde en su mirada. La silueta indiana de Chocobar lo ayuda a levantar los horcones de su rancho en esas cumbres raqueñas, donde sueñan las trenzas de una moza: “Cuando voy a la loma se me hace que subo al cielo a buscar una estrella, vidita, para tu pelo…” El eco del silencio le arrima el paisaje a través de la ventana.

Para mi amor a Tucumán, la fiesta, la fecha, significa algo más. Es como si el pueblo, en un momento de la existencia, de frente al progreso y al futuro, se quedara junto al callejón que se adentra cerro arriba, para contemplar el desfile de las sombras criollas, rebozo o poncho, ushuta o bota, que vivió luego de construirlo, la faena heroica que la vida le imponía al gaucho y a su china, en tiempos de cercos ariscos y bagualas trasnochadas.

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Viento. Agua. Paz. Rumor de nubes. El cielo abre su alma. El río bagualea. Las pircas bailan. Una voz se desmadeja entre las hojas. Entre los árboles. Murmullo de agua. Remembranzas del viento zumban en el encordado.

Me parece ver, y reconocer, entre esas sombras, a los arrieros, camino de Anfama y Chasquivil; a los cazadores de las últimas tropillas de vicuñas; a los leoneros, con sus perros chicones y aguerridos; a los vidaleros que tañían la única cuerda bárbara de su azotera, sobre un parche del guardamonte; a los callados paisanos mitad collas, mitad gauchos, en cuyos pechos cabían todas las coplas que jamás cantaron, quizá por no haber superado todavía los antiguos dolores de la raza…

La guitarra abre su boca. Derrama duendes en el aire. La añoranza puebla sus ojos. Un murmullo de chingolos vidalea en las pestañas de la brisa serrana. El trote del alazán se ejercita en los precipicios del tiempo.

Lencinas, Chocobares, Pérez, Bustos, Mamanís, Huidobros y Colombres, Arces y Lunas… Nombres del gaucho vivir en las lomas del Raco de otro tiempo; nombres cuyo eco devuelven las quebradas cada vez que suena un alarido, cada vez que un toro rezonga en los montes, o en los pajonales de las cumbres de Llampa. Para esa fuerza, para ese crisol de tierra, y árbol, y niebla desmadejada, y hombre de a caballo, va el saludo de mi corazón, con todas sus coplas desplegadas bajo el cielo tucumano!”

Esa tarde de un día sin fecha, quizás gotea melancolía en Buenos Aires. En su departamento de San Benito de Palermo 1641, Atahualpa Yupanqui ha concluido su “Mensaje a los raqueños”. La zambita le cosquillea ahora la sombra de las ausencias: “En el corral de pirca zumba mi lazo, así me zumba el alma, vidita, cuando te abrazo…”

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