Del Papa al arzobispo, sin escalas

Muchos tucumanos agendaron unas vacaciones diferentes y planifican una visita a Chile a mediados de enero. Pero no irán al encuentro de las malls de Vitacura ni de las irresistibles callecitas de Valparaíso: los aguarda el encuentro con Francisco. La gira andina llevará al Papa de Santiago hasta Lima, previo paso por Temuco e Iquique. Serán pocos días pero, al estilo Bergoglio, intensos y colmados de gestos. Mucho se habla, por caso, del encuentro que mantendrá con representantes de los pueblos originarios de la zona de la Araucanía. Con ellos almorzará el miércoles 17. La pelota quedó picando para algún título amarillista y malintencionado del estilo “el Papa viaja a Chile para reunirse con los mapuches”. Que el Pontífice haga lo mismo en cada recorrido pastoral -escuchar de primera mano a los sectores sociales más postergados- no suele formar parte del background periodístico.

Será lo más cerca que pasará el Papa de la Argentina, al menos durante 2018. Las condiciones para una gira por el país distan de ser las ideales, en la medida en que la brecha no sólo se mantiene intacta, sino que se sazona con el indeseable ingrediente de la violencia. No deja de ser curioso ese zarandeo que sectores de la sociedad argentina ejercen sobre la figura de Francisco. Antes de su entronización a la poltrona de Pedro era el campeón de los anti K, un baluarte de la resistencia al modelo. Después, cuando en su carácter de jefe espiritual de más de mil millones de católicos tomó la distancia del caso pasaron a denostarlo. ¿Esperaban acaso una condena vaticana a las políticas de Cristina Kirchner?

Publicidad

Lo insólito -y esto puede comprobarse en distintos ámbitos de la vida nacional- es la cantidad de compatriotas que se sienten autorizados a abrir toda clase de juicios de valor sobre el pensamiento y el accionar de Francisco. Juicios negativos y despreciativos, por supuesto, como si hubiera alguna clase de traición de por medio. Es el medio pelo argentino funcionando a pleno, como lo explicó con maestría Arturo Jauretche. ¿Qué clase de deuda tendrá, según ellos, que saldar el Papa? O tal vez anhelen el disfrute de verlo agredido o políticamente tironeado, un fruto prohibido mientras la brecha se mantenga en llamas, porque en estas condiciones el Pontífice no vendrá. Nada de qué sorprenderse: si el manual de zonceras argentinas permite llamar “pecho frío” a Lionel Messi o criticarlo “porque no canta el Himno”, ¿cómo vamos a privarnos de sacarle el cuero a uno de los hombres más queridos y prestigiosos del mundo, si cometió el pecado de nacer en estas tierras?

En paralelo, las mesas de arena nunca se quedan quietas. El año se cierra con nueva conducción en la Conferencia Episcopal, un equipo de trabajo hecho a imagen y semejanza del Papa. El nuevo presidente del cuerpo, monseñor Oscar Ojea (obispo de San Isidro), se mueve en absoluta sintonía con Roma. En la mesa ejecutiva y en las comisiones se habla el idioma de Bergoglio: “una Iglesia de los pobres”. La elevación de dos curas villeros al rango obispal fue todo un mensaje, que no dejó de causar escozor en infinidad de epidermis del clero y del laicado. Es el legado que el Pontífice pretende dejar, ya que sea que lo convoquen desde el más allá o que opte por un retiro similar al de Benedicto XVI. ¿Dos Papas Eméritos tomando el té juntos?

Publicidad

En ese mapa está haciendo pie Carlos Sánchez, un arzobispo cortado por la tijera papal. Desde que asumió hace apenas dos meses y medio se lo ve hiperactivo, marcando presencia en el terreno. Cercano a los fieles. Se esperaba esa diferenciación del estilo académico y lejano de monseñor Zecca. Sánchez va aprendiendo las reglas del juego en la cancha, a la vez que se da tiempo para tomar decisiones referidas a la conformación definitiva de la curia. Hace unos días ordenó cinco sacerdotes en una sola ceremonia, todo un acontecimiento para la Iglesia tucumana, tan necesitada de vocaciones y de seminaristas convencidos. Fue un momento feliz para el azobispo, tanto como la Nochebuena en la plaza Independencia.

Donde termina la arquidiócesis de Tucumán empieza la de Concepción. Allí, el obispo José María Rossi viene alertando sobre las obras que no se hicieron y abriendo el paraguas de cara a las inminentes tormentas de verano. La contención material y espiritual de los que sufren, por ejemplo las inundaciones, es una tarea a la que la Iglesia no suele sacarle el cuerpo. Nada más imperdonable que bajar la guardia.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios