Rusia resurge como una superpotencia antioccidental

Rusia resurge como una superpotencia antioccidental

El 25 de octubre de 1917 del calendario juliano (el 7 de noviembre para el gregoriano) sucedió la gran revolución del siglo XX. A partir de ese hito y durante más de siete décadas, Rusia fue símbolo del socialismo, del antiimperialismo, y del rechazo al viejo orden europeo y occidental. La desintegración del régimen en 1991 puso fin catastróficamente al mayor experimento de comunismo e igualdad. LA GACETA evocó este acontecimiento mediante un conjunto de producciones elaboradas en los lugares donde ocurrieron los hechos. La entrega de hoy cierra esta serie de producciones publicadas en nuestras ediciones diarias durante las últimas dos semanas. El presidente Vladimir Putin dirige la expansión del primer país que abrazó el comunismo

Rusia resurge como una superpotencia antioccidental

Cien años después de la Revolución Bolchevique de Octubre, Rusia luce decidida a recuperar el rol de polo antioccidental que desarrolló en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Vladimir Putin, un ex agente de inteligencia durante la Guerra Fría, lidera esa avanzada desde la presidencia del país más grande del planeta. El jefe de Rusia Unida acumula 12 años de ejercicio del máximo cargo ejecutivo desde que accedió al control del Kremlin en 2000 -en el interregno gobernó su delfín y primer ministro, Dmitri Medvédev-, y podría llegar a las dos décadas si busca una nueva reelección en 2018. Está en condiciones de repetir porque propició una reforma constitucional que le permitió extender el mandato de cuatro a seis años y estipuló que los períodos en desarrollo durante la enmienda no valían a los efectos del cómputo de la reelección. Las encuestas indican que el Presidente Putin ganaría con comodidad en los comicios de marzo.

El resurgimiento internacional de este país arruinado a finales del siglo XX por el desmantelamiento de la Unión Soviética parece encajar en la teoría del eterno retorno, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Rusia tiene, por dimensión e historia, “naturaleza imperial”. Esa identidad comenzó a forjarse en el año 862 con el advenimiento de la dinastía Rúrika y se magnificó durante el apogeo del zarismo, con “los grandes” autócratas, Pedro y Catalina, y el sepulturero de Napoleón Bonaparte, Alejandro I. Luego el comunismo aportaría lo suyo con la formación de un bloque transnacional allende “el telón de acero”. La caída del muro de Berlín, en 1989, puso en marcha la etapa de transición o Perestroika que confinó a Rusia al repliegue. El ensimismamiento fue pasajero: con Putin al mando, y gracias a precios récord del gas y del petróleo, el país volvió a levantar el perfil y a tender influencias más allá de sus fronteras.

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La grieta de Crimea

La propensión a la expansión tal vez sea una consecuencia geopolítica natural. Basta con girar el globo terráqueo para advertir que Rusia está “a la vuelta de la esquina” de todos lados. Limita con Asia y media Europa, y un estrecho Mar de Bering la separa de Norteamérica. Su grandeza geográfica no tiene fin. Pero, aún así, va por más: en medio de un conflicto político interno en Ucrania, Moscú se anexionó la Península de Crimea. La ocupación ocurrió en 2014 y es fuente de las tensiones renovadas con Occidente, en particular con la Unión Europea (UE). La imposición de sanciones mantiene virtualmente aislado al territorio crimeano, donde, según la prensa, no funcionan las tarjetas de crédito extranjeras y no atracan los cruceros con pabellón de la UE que recorren el Mar Negro. De los insurgentes ucranianos prorrusos salió el misil que tumbó el vuelo de Malaysia Airlines MH-17: el avión se partió en el aire con 298 pasajeros a bordo, quienes murieron instantáneamente el 17 de julio de 2014.

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Tras Siria y Venezuela

Rusia apoya el régimen del dictador sirio Bachar el Asad que resiste a costa de una guerra civil desgarradora y, en el último tiempo, ha incrementado el asistencialismo financiero y moral del populista venezolano Nicolás Maduro, como en su momento lo hiciera respecto de Cuba. “Moscú se ha convertido en el prestamista de último recurso del país latinoamericano en plena bancarrota”, definieron los analistas internacionales Moisés Naim y Andrew Weiss en septiembre, en una tribuna del diario español El País. Entre hechos y gestos simbólicos, Putin se erige en árbitro y sostén de los conflictos propulsado por su poderío militar, y sus intereses políticos y económicos estratégicos externos y domésticos. Hacia adentro, nada parece reportar más votos que la imagen de una “Rusia fuerte, respetada y temida” por los demás Estados. Cuando el primer ministro Medvédev anunció en la Conferencia de Seguridad de Múnich (Alemania, 2016) que el mundo se dirigía hacia una reedición de la Guerra Fría, el “gurú” estadounidense Ian Bremmer advirtió que la idea de revivir el conflicto bélico asociado a “la cortina de hierro” es “profundamente atractiva” para Rusia en la medida en que un enemigo extranjero común puede ser muy efectivo para cohesionar la opinión pública interna.

Regalo para el presidente

Las controversias de la política internacional de Putin llegaron a su clímax con la ascensión de Donald Trump a la Casa Blanca. Serias sospechas implican a los servicios de inteligencia rusos con la intromisión en la campaña electoral estadounidense y los ataques informáticos que desprestigiaron a la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton. Las vinculaciones de Washington con Moscú -actualizada con los “Paradise Papers”-, y la afinidad política y de estilo entre los mandatarios alimentan el estado de alerta internacional y la volatilidad de la superpotencia occidental llamada a “garantizar” la vigencia de los valores democráticos. Después de un siglo de diferencias, los hemisferios se acercan gracias a Trump y Putin, quienes son considerados emblemas del nuevo populismo.

Pero la hegemonía oficialista en Rusia ha diezmado la crítica interna. La lógica amigo-enemigo desalienta toda oposición. Alexei Navalny, rival de Putin y abanderado de la lucha anticorrupción, pasó tres temporadas en la cárcel este año. El 1 de octubre, la Justicia rusa le dio 20 días más de detención por violar las normas sobre concentraciones callejeras: la sentencia impidió a Navalny participar de la protesta contra el Gobierno organizada en San Petersburgo, ciudad natal del Presidente, en ocasión de su cumpleaños número 65. “Es un regalo para Putin”, dijo el opositor. Navalny previamente había sido condenado por fraude en un proceso muy polémico, que, a los fines prácticos, lo sacaría de la carrera electoral de 2018. Esta y otras restricciones a la participación electoral han generado la convicción de que el régimen de selección de autoridades funciona a la medida del Kremlin.

El Mundial y las Pussy Riot

La prensa, al igual que el espacio público, está sujeta a un control estricto por parte del poder político. Cuentan como excepción a esa regla The Moscow Times, un diario publicado en inglés; Dozhd TV (TV Rain o TV Lluvia), un canal independiente acusado de instigar el terrorismo con dificultades para sobrevivir; Novaya Gazeta, diario fundado en 1990 por el ex presidente Mijaíl Gorbachov con la dotación económica del premio Nobel, y portales digitales como The Calvert Journal (también en inglés). Desde 2001 fueron asesinados seis periodistas críticos de la Novaya Gazeta, entre ellos Anna Politkovskaya, quien investigó los excesos del Gobierno en Chechenia. Las amenazas a la libertad de expresión quedaron expuestas en 2012 con el arresto y la posterior condena de las integrantes de la banda Pussy Riot mientras lanzaban consignas feministas y “antiPutin” en un concierto no autorizado sobre la explanada de la Catedral de Cristo El Salvador. Desinformación, “posverdad” y relato conviven con un aparato de publicidad oficial potente y eficaz. La televisión oficial sigue siendo la primera forma de conexión social en la vastedad de Rusia.

La percepción de una corrupción cebada por la obra pública descontrolada emergió durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi. Debían ser los del relanzamiento de Rusia, pero serán recordados por las suntuosidades que los convirtieron en los más caros de la historia: costaron 51.000 millones de dólares. Esta sombra se cierne sobre el Mundial de Fútbol de 2018, un acontecimiento que ya impactó en los precios de bienes y servicios. La incapacidad de la Justicia para combatir la corrupción tiene como contrapartida una persecución intensa de las minorías y activistas, como los ambientalistas y grupos sexuales diversos. La organización Human Rights Watch ha denunciado retrocesos sin precedentes del Estado de Derecho y el avance sistemático de la impunidad.

La clave de Pushkin

Los recursos naturales abundantes y preciados permitieron a Moscú salir de la crisis total que había dejado la debacle de la Unión Soviética. Entre 1991 y el presente, sucesivas privatizaciones y re-estatizaciones marcaron el ritmo de una economía que sigue siendo intensamente regulada. El proteccionismo parece haber generado una casta de magnates cercanos al poder: grandes fortunas surgieron a la sombra de un Estado opaco e incrementaron la desigualdad. “En Rusia, la distancia entre los más ricos y los más pobres es considerable y tiende a ampliarse”, señala el último Índice “Better Life” (Mejor Vida) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Rusia encarna los contrastes y el apego al pasado. A la visión que advierte un autoritarismo rampante y una democracia sólo en los papeles se opone la que sostiene que las quejas se fundan en prejuicios occidentalistas incapaces de comprender la esencia de la cultura rusa. Alexandr Pushkin, poeta nacional, intentó explicar esa idiosincrasia en cuatro versos de la obra “Borís Godunov”: “conozco bien el alma de mi pueblo / su devoción no alberga ningún fanatismo / más sagrado le es el ejemplo de su zar. / Por lo demás, su tolerancia es siempre inalterable”.



“hay que entender antes de juzgar”
El embajador Lagorio elogió las oportunidades del Mundial de 2018 
(De nuestra enviada especial a Moscú, Irene Benito). El embajador argentino Ricardo Lagorio no oculta su fascinación y entusiasmo con el destino diplomático que le asignó el presidente Mauricio Macri. “¿Cómo no voy a estar contento con Rusia? ¿Viste lo que es este país?”, pregunta despojado de formalidades mientras abre la puerta de la sede argentina en Moscú. La embajada, una casona con estilo imperial, está situada a 2,9 kilómetros al sur de la Plaza Roja, el centro total del país de Vladimir Putin. Ágil y directo, Lagorio dice que está en Rusia para comprender a su pueblo, y mejorar las vías de comunicación e intercambio existentes entre los dos países. “Al igual que (el escritor) Milan Kundera, creo que hay que entender antes de juzgar. Tendemos mucho a refugiarnos en prejuicios que no nos ayudan a generar relaciones positivas. Por ejemplo, no sería justo ni verdadero que el resto del mundo creyera que los argentinos somos ladrones y corruptos”, reflexiona.
En su estadía corta en Rusia, Lagorio ya descubrió que el religioso es un factor fundamental de la idiosincracia local. “Para ello basta con ver a los peregrinos que en este momento (julio) hacen filas larguísimas en la Catedral de Cristo el Salvador para rendir culto a las reliquias de San Nicolás de Bari. ¡Es impresionante!”, exclama. El diplomático advierte que ese fervor choca contra el centenario de la Revolución Bolchevique de donde salió el sistema comunista que pretendió abolir la religión. “Recordemos que, a posteriori, la Iglesia Ortodoxa canonizó a Nicolás II, el último zar.  Es difícil procesar el aniversario de la Revolución en estas circunstancias”, explica Lagorio.
Hacia adelante, el embajador casado con una tucumana (Alejandra Rodríguez Galán Colombres) se ilusiona con las posibilidades que abre el Mundial de Fútbol. “Para nosotros el torneo comienza antes: el 11 de noviembre, con el partido amistoso entre las dos selecciones. El fútbol nos une, pero también la cultura. Así como los rusos tienen el Bolshoi, nosotros tenemos el Colón. Así como nosotros tenemos a Jorge Luis Borges, ellos tienen a León Tolstoi”, acota. Lagorio considera que las relaciones entre Argentina y Rusia son estables y serias: “mi desafío es profundizarlas. Hoy les vendemos limones y peras, pero queremos comerciar bienes y servicios del siglo XXI”.


El embajador Lagorio elogió las oportunidades del Mundial de 2018 

(De nuestra enviada especial a Moscú, Irene Benito). El embajador argentino Ricardo Lagorio no oculta su fascinación y entusiasmo con el destino diplomático que le asignó el presidente Mauricio Macri. “¿Cómo no voy a estar contento con Rusia? ¿Viste lo que es este país?”, pregunta despojado de formalidades mientras abre la puerta de la sede argentina en Moscú. La embajada, una casona con estilo imperial, está situada a 2,9 kilómetros al sur de la Plaza Roja, el centro total del país de Vladimir Putin. Ágil y directo, Lagorio dice que está en Rusia para comprender a su pueblo, y mejorar las vías de comunicación e intercambio existentes entre los dos países. “Al igual que (el escritor) Milan Kundera, creo que hay que entender antes de juzgar. Tendemos mucho a refugiarnos en prejuicios que no nos ayudan a generar relaciones positivas. Por ejemplo, no sería justo ni verdadero que el resto del mundo creyera que los argentinos somos ladrones y corruptos”, reflexiona.
En su estadía corta en Rusia, Lagorio ya descubrió que el religioso es un factor fundamental de la idiosincracia local. “Para ello basta con ver a los peregrinos que en este momento (julio) hacen filas larguísimas en la Catedral de Cristo el Salvador para rendir culto a las reliquias de San Nicolás de Bari. ¡Es impresionante!”, exclama. El diplomático advierte que ese fervor choca contra el centenario de la Revolución Bolchevique de donde salió el sistema comunista que pretendió abolir la religión. “Recordemos que, a posteriori, la Iglesia Ortodoxa canonizó a Nicolás II, el último zar.  Es difícil procesar el aniversario de la Revolución en estas circunstancias”, explica Lagorio.
Hacia adelante, el embajador casado con una tucumana (Alejandra Rodríguez Galán Colombres) se ilusiona con las posibilidades que abre el Mundial de Fútbol. “Para nosotros el torneo comienza antes: el 11 de noviembre, con el partido amistoso entre las dos selecciones. El fútbol nos une, pero también la cultura. Así como los rusos tienen el Bolshoi, nosotros tenemos el Colón. Así como nosotros tenemos a Jorge Luis Borges, ellos tienen a León Tolstoi”, acota. Lagorio considera que las relaciones entre Argentina y Rusia son estables y serias: “mi desafío es profundizarlas. Hoy les vendemos limones y peras, pero queremos comerciar bienes y servicios del siglo XXI”.

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