Mentiras juradas

La publicación de las declaraciones juradas de los funcionarios nacionales y provinciales generó una estampida social sin precedentes. Se generó un fuerte interés en hacer negocios, en comprar y vender inmuebles, vehículos y objetos de valor.

La gente se puso como loca y creyó que los precios empezaron a bajar por primera vez en la Argentina en 200 años.

Los teléfonos de la redacción empezaron a sonar sin tregua. “Yo quiero los departamentos que (Germán) Alfaro tiene en Barrio Norte, por favor que no los venda”, suplicó un lector a los gritos. Se entiende la desesperación, ya que los departamentos del intendente están valuados en $170.000 y $210.000. Una ganga, como suele decirse.

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En otro llamado una persona se mostró muy interesada por las casas del ex titular del Plan Belgrano, José Cano, que posee en la capital tucumana, de $128.000 y $60.000.

“A mi me interesa el departamento de (Marcelo) Mirkin en Buenos Aires, le doy ya los $164.000 que vale”, dijo otro, en referencia a la declaración del secretario de Extensión de la UNT.

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Hubo varios atraídos por la casa en Yerba Buena del secretario de Bienestar de la UNT, Gustavo Vitulli, de apenas $278.000, y por la vivienda de José Hugo Saab, secretario de Políticas y Comunicación Institucional de la UNT, de $200.000, e incluso por los lindos departamentos de la rectora, Alicia Bardón, de $249.000 y $ 299.000.

Desesperación es poco. La gente quería comprar todos los departamentos, terrenos y casas de los funcionarios que presentaron sus declaraciones juradas.

Algunas de ellas, hermosas propiedades en capital o en Yerba Buena que valen menos que un terreno de 10 por 30 en Irak, en la zona donde no hay petróleo.

Uno de los reyes de la fiebre consumista es, sin dudas, el gobernador Juan Manzur.

El solo puede acaparar toda la subasta, con departamentos, casas, terrenos, campos y locales comerciales, en Tucumán, CABA, San Juan y provincia de Buenos Aires, por montos desopilantes, que parten desde los $30.000. Incluso, había declarado 18 propiedades a cero pesos. A esas parece que ya las regaló.

Asombro y tristeza

El que causó sorpresa, y tristeza en algunos, fue el senador José Alperovich, ya que en el detalle de su declaración jurada no aparecen inmuebles ni autos. Tantos años de “estamos trabajando, hay mucho por hacer” y no pudo comprarse ni un auto ni una casita. Ningún lector preguntó por él, tal vez porque la gente estaba consternada o porque no tiene casas para vender.

La misma sensación dejó en la ciudadanía la declaración jurada del presidente Mauricio Macri. Más que pena, casi lástima. Tiene más de 20 empresas, en cuatro países, y en 58 años de edad apenas acumuló 82 millones de pesos. Debe ser el empresario menos exitoso en la historia universal de la economía.

Idéntica sensación de pena provocó el patrimonio de la senadora Silvia Elías de Pérez, de tan sólo $340.000, dinero que apenas le alcanza para comprarle alguna de las casitas económicas de Manzur.

El más pobre de todos parece ser el intendente de Yerba Buena, Mariano Campero, que con $200.000 de patrimonio algunos pensaron en hacer una colecta.

Salta la lista

Los colegas de Salta informaron que las estampidas comerciales también resonaron en esa provincia. Los salteños fueron masivamente tras los bienes del senador Juan Carlos Romero. La cereza del postre fue un lujoso velero que posee en el dique Cabra Corral que cuesta $0,01.

Hay derrochadores que exhibían monedas de un peso, sin importarles pagar cien veces más por el barco. Otros desquiciados alzaban la mano con billetes de $5 y hasta de $10 al grito de “ese velero es mío”.

Cuentan los periodistas salteños que hubo casos extremos, que llegaron a sacar billetes de 100 pesos en la locura por hacerse con el velero.

También generó mucha ansiedad un lujoso vehículo antiguo que tiene Romero, de 1939, pero en este caso sin tanto desquicio, ya que costaba cien veces más que el velero, es decir, un peso.

Otro personaje que ingresará en los anales de los fracasos empresarios, ya que con decenas de propiedades y empresas, a los 65 años Romero apenas acumuló $80 millones.

La realidad supera a la ficción

Hasta aquí todo parece ficción. Lo cierto es que salvo los llamados de la gente que inventamos, en graciosa licencia literaria (reir para no llorar), el resto es absoluta verdad.

Y los llamados y las estampidas “compristas” de hecho hubieran existido si las declaraciones juradas fueran reales. Pero hasta el menos despierto sabe que son parte de esa gran ficción, de esa hipocresía consensuada, de esa construcción posmoderna que han dado en llamar la “posverdad”, que en este caso sería la “valuación fiscal”.

Posverdad donde a diferencia de la modernidad, que tenía valores claros y tipificaciones bien establecidas, ahora más que los hechos importan las interpretaciones.

El mercado ha transformado a la política y a los políticos en productos de consumo en vez de herramientas de cambio, en objetos de transacción, que se venden y se compran, como una heladera, un auto o una gaseosa.

El dicho y el hecho se alejan cada vez más. Y lo grave es que esto importa cada vez menos.

La hamburguesa de las cadenas de comida rápida son una porquería, pero ninguna otra luce más rica en los afiches. Importa más el afiche que el producto. Y el problema es que la hamburguesa termina pareciendo rica -y siéndolo- y ahí es donde el mercado acaba imponiendo su posverdad, o su mentira, en términos modernos.

En la línea de lo que el pensador polaco Zygmunt Bauman denominó “modernidad líquida”, se van licuando las identificaciones de clase, contemporaneidad o generación, género e ideologías.

En la supuesta búsqueda por la emancipación, el mercado nos hace creer que es más importante parecer que ser. Soy lo que quiero parecer, aunque esto implique el enterramiento del objeto real. Porque la realidad no existe, es una interpretación, ¡nuestra interpretación!

Engañosa construcción de un empoderamiento sobre nuestras libertades y derechos, cuyo resultado es el individualismo más extremo, la desintegración social, la apolítica, la deconstrucción de los valores colectivos, de los principios y amalgamas comunes por sobre los caprichos personales.

Vamos eliminando el arcaico y esclavizante núcleo familiar para dar lugar a un consumidor solitario, sin compromisos y sin amarras más que sus propias y pobres obsesiones.

Emancipaciones controladas

El triunfo del neoliberalismo que globalizó al planeta, por sobre las socialdemocracias en decadencia, ha sido hacerle creer a la gente que cada uno puede hacer y parecer lo que se le venga en gana. “Libertad” es la palabra mágica, inmaculada, incuestionable.

Para esto se han empoderado a los grupos más rebeldes (internet, celulares, redes sociales) y a las minorías más fanáticas y las han ido transformando, perversa e implacablemente, a través de mensajes transculturales muy sofisticados, en grupos antisistema, anarco-consumistas, contra todas las tradiciones, valores y principios “medievales”, que pretendan demorar o frenar de algún modo al libre mercado, al libre albedrío económico financiero.

Donde antes el Estado garantizaba derechos y libertades individuales, ahora el Estado los oprime y censura. Y encima está lleno de ladrones.

El Estado, la Iglesia, la pareja, la familia, la política, ¡todo eso es basura! denunciaban los rebeldes que hoy son más esclavos que nunca.

Así un día los vegetarianos se convirtieron en veganos (de veganism, en inglés), porque toda colonización, antes que nada, comienza por el idioma, y les han hecho creer que el veganismo es una versión superadora del vegetarianismo, y que el incremento de sus productos “verdes” en góndolas son una conquista y no un triunfo del marketing vegano, concebido en una oficina de Wall Street, por las mismas agencias que venden hamburguesas.

En las ruinas de la democracia

Antes -y para que esto ocurra- tienen que fallar las instituciones de la democracia, mucho, bastante, sin pausa, fallar mucho, bastante, sin pausa.

Los populismos de izquierda vienen fracasando estrepitosamente, corrompidos por el mercado e infestados de corrupción, a causa de lo que el analista político italiano Giovanni Sartori llamó “el tríptico que abona la impopularidad de la clase dirigente: la pérdida de la ética del servicio público, el alto costo de la política, y la abundancia de dinero”.

La falta de ética son los negociados en las obras públicas, las adjudicaciones directas, las especulaciones con dineros fiscales, la indivisión entre lo público y los privado.

El alto costo de la política son los millones que se dilapidan en elecciones, en campañas cada vez más millonarias, en aparatos clientelares carísimos.

Por último, la abundancia de dinero son los fondos multimillonarios que se reparten discrecionalmente en forma de subsidios, planes, obras, servicios y contrataciones de todo tipo. Demasiado dinero en manos de gente sin ética es la cicuta del sistema republicano.

La posverdad que impone el neoliberalismo, afirma el psicoanalista Enrique Carpintero, va ahora contra los populismos de derecha, como Donald Trump, en Estados Unidos, o el Brexit, en Europa. Trump llegó a la presidencia mintiendo descarnadamente y Nigel Farage, en Gran Bretaña, después de ganar el Brexit negó todos los eslóganes de campaña, sin argumento alguno, simplemente diciendo “yo no dije eso”.

El semanario inglés The Economist definió a Trump como el máximo exponente de la posverdad, un defensor de sus pasiones y creencias individuales, dueño de decir, hacer o parecer lo que se le antoje.

Aguante la ficción

No son los políticos los únicos responsables de esa ficción llamada declaración jurada, cuya intención es noble y necesaria, pero fracasó de cabo a rabo antes de nacer.

Los valores fiscales son una ficción, porque si fueran reales la tremenda carga impositiva reventaría a esta sociedad, del mismo modo que en las rendiciones, salvo excepciones, no se consignan montos en efectivo o valores (sólo los bancarizados), ni sociedades anónimas, fideicomisos, fondos de inversión, testaferros y un centenar de otras formas de ocultar o licuar una riqueza.

¿Alguien cree realmente que las fortunas de Macri, Alperovich, Romero o Manzur son las que figuran en sus declaraciones juradas?

Y así llegamos entonces a que la Justicia, el último bastión de control de la República, también es una ficción que narran a su antojo los tiempos políticos.

Ayer supimos que en el caso conocido como “la polenta podrida”, un hecho de corrupción del gobierno de Alperovich, la Justicia tardó 12 años, no en resolverlo, lo que ya hubiera sido de una vergonzosa lentitud, sino en declararse incompetente, es decir, en decidir que no puede juzgarlo. La palabra escándalo no alcanza para definir este caso.

No deben sorprender entonces las declaraciones juradas, donde el dueño de una concesionaria de autos dice que anda a pie. Y no pasa nada. Porque cada quien es libre de parecer y de interpretar lo que quiera. ¡Viva el mundo libre!

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