Atrapados en este presente eterno

Atrapados en este presente eterno

El oficialismo provincial nacionaliza la elección mientras que la oposición de Cambiemos, que tiene el apoyo de la Casa Rosada, la provincializa. Todos parecen haber olvidado de dónde vienen y qué quieren hacer en el futuro.

La batalla electoral ha comenzado. El peronismo tiene muy claro quién es el enemigo. A como dé lugar le apunta al Gobierno nacional. Macri es sinónimo de corrupción y de hambre. Para este sector el año cero comenzó en 2015. Antes hay una tabla rasa.

Por eso el canciller Juan Manzur habla de un presente eterno como si nunca hubiera sido el ministro de Salud de Cristina Fernández o como si nunca hubiera sido un gran defensor del kirchnerismo que hoy ignora o que lo deja en un pasado que prefiere ignorar como si él no hubiera sido protagonista.

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La campaña incluso le ha hecho que hasta haya borrado con el codo lo que escribió con la mano. Este Manzur que se sube a los escenarios a bailar y empuña la espada para despotricar contra la gestión nacional es el mismo canciller que pedía paz y amor hace menos de un año. Es curioso cómo exige a los gritos la renuncia del intendente de Concepción, Roberto Sánchez. Este Manzur es exactamente la misma persona que cuando lo nombraron ministro de la Nación kirchnerista, por las dudas, retuvo el cargo de vicegobernador. Se aferró a él como el náufrago al último trozo de madera que flotaba.

¿A quién le importa esto? El elector fiel prescinde de las contradicciones de este líder y, por el contrario, ciegamente respalda su discurso sin reparar si los comportamientos o los procederes encajan en el rompecabezas del razonamiento lógico.

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Con el candidato estrella ocurre algo parecido. Él también conjuga los verbos en el presente eterno como si no existieran los tiempos pretéritos. Osvaldo Jaldo fue un emblema de los candidatos testimoniales. Retuvo cuanto cargo tuvo y hoy se rasga las vestiduras contra las postulaciones que pudieran ser una farsa. Su discurso electoral cabe perfectamente en los bártulos de la transparencia y de las carencias que afectan a los sectores más pobres, pero no entra en las valijas que dieron vueltas por la ciudad cargada de millones legislativos que aún nadie quiere reconocer ante la Justicia.

¿A quién le importa esto? Posiblemente a nadie que siga el discurso oficialista que ha quedado cerrado en su propio círculo. Los candidatos del poder doméstico (con el titiritero Alperovich a la cabeza) ya les han puesto un techo a los comicios de octubre.

En varias oportunidades han dejado en claro que tienen que sacar los votos que los tucumanos les dieron en 2015. De esa manera quieren demostrar que aquellas acusaciones de fraude y trampa eran infundadas. El escenario no es el mismo. Al no estar en juego los cargos para ediles, legisladores e intendentes, es difícil augurar que el peronismo tendrá a todos sus guerreros dispuestos a dejar la vida en el campo de batalla.

La estrategia de José, el titiritero; de Osvaldo, el general, y de Juan, el devaluado canciller, es comprometer el trabajo de los actuales intendentes advirtiéndoles que los ex intendentes están al acecho para volver a ocupar sus sillones.

Fuera del terruño

El candidato principal de Cambiemos ha tomado contacto con la realidad al lanzarse la campaña. Había vivido en un limbo. Acostumbrado a tirar dardos y cosechar votos mientras calentaba una banca legislativa, este año y medio tuvo que ejercer un rol ejecutivo que, además, lo llevó lejos del Tucumán que lo supo catapultar. Manejar el volante del Plan Belgrano lo hizo alejarse de la realidad comarcana. Tuvo que aprender a jugar en la gramilla de la cancha de Olivos para congraciarse con el Poder Ejecutivo Nacional, mientras en los potreros tucumanos le pusieron los codos como para que ni siquiera suba a cabecear.

Su discurso de campaña es mostrar lo que hizo en este tiempo con muchas piedras basales, con numerosos proyectos y con otras tantas licitaciones, pero con pocas concreciones porque la lógica de un año y medio le impide mostrarlas. Mareado por las candilejas porteñas, el candidato de Cambiemos le ha seguido el juego al oficialismo tucumano. Se olvidó que su crecimiento se apoyó en el valor de haberle señalado los puntos flacos al alperovichismo cuando nadie era capaz ni siquiera de mirarlo fijo.

En ese panorama se debate el electorado tucumano. Cambiemos se esfuerza por provincializar el discurso marcando que durante una década la provincia fue manejada por sus rivales, y el peronismo trata de nacionalizar los comicios señalando la corrupción y el hambre en la gestión macrista. El lunes 24 de octubre, con los resultados en la mano, el ex titular del Plan Belgrano correrá un serio riesgo si no consigue un triunfo porque habrá cosechado una nueva derrota y esta vez el rival no será aquel superpoderoso y millonario Alperovich.

Negar lo evidente

El canciller Manzur está tan imbuido en la campaña electoral que nada le importaron las irregularidades que se destaparon en una institución trascendental como el Instituto Provincial de la Vivienda. Más rápida que su coequiper de siempre, la senadora Silvia Elías de Pérez no miró hacia la Nación sino al IPV, y denunció que dos funcionarios como Lucas Barrionuevo y Miguel Jiménez Augier supuestamente se habían enriquecido. Eso pasó inadvertido no sólo para Manzur sino también para el vice Jaldo y para la misma Justicia.

Pero es absolutamente comprensible que la necesidad de recaudar votos los tenga enloquecidos. Sin embargo, se trata de signos de preguntas que se han abierto en el IPV y que están lejos de cerrarse. Menos aún cuando el sempiterno interventor Gustavo Durán persista en soslayar los problemas. No parece ser grave que empresas de legisladores terminen con obras adjudicadas. Tampoco parece ser un problema para Durán (ni para el Gobierno provincial) que una empresa como Marán sea del empleado de un corralón. Para las autoridades nada de eso implicó una anormalidad: menos aún, que esos propietarios sean sobrinos políticos de Barrionuevo, mano derecha de Durán. El interventor se habría enterado de esto el miércoles pasado y sumarió a Barrionuevo. Ni Manzur ni ningún funcionario se preocupó por la falta de reflejos que, en los últimos años, muestra la gestión de Durán, quien no pudo detectar estas improlijidades hasta el punto de que su propio funcionario le ocultó o mintió que nada tenía que ver con la empresa cuestionada.

Lejos de ser reprendido por los gobernantes, Durán recibió felicitaciones por su defensa del modus operandi del IPV. Más de un empresario aplaudió al funcionario por no llevarle el apunte a estas cuestiones. Los empresarios de la construcción se nuclean en diferentes estructuras que suelen pegar el grito en el cielo por montos millonarios, pero miran para otro lado cuando aparecen estos reparos. A ningún empresario de la construcción le molestó el trato deferente con Marán y las irregularidades que aparecieron en el IPV. Tampoco a la fiscala de turno, Adriana Giannoni, que no vio ninguna irregularidad en la supuesta connivencia de un funcionario del IPV con una empresa y que a esa firma se le hayan adjudicado obras con la mirada piadosa del titular del organismo.

Fallo final

La gran alegría del canciller, del general y del titiritero fue el fallo de la Corte Suprema de la Nación. Para ellos era fundamental la legitimación de unos comicios que les habían hecho pasar momentos de zozobra. Las máximas autoridades de la Justicia de la Nación trapearon a los camaristas Ebe López Piossek y Salvador Ruiz, que habían declarado nulas las elecciones de 2015. Los ministros de la Corte utilizaron el calificativo “incoherente” para definir esa resolución. Hablaron de graves defectos que pusieron en riesgo la gobernabilidad de la provincia.

El fallo de la Corte llega cuando Manzur ha sido reconocido por todos como mandatario provincial. Las irregularidades en los comicios son tan claras como las del IPV, pero no alcanzan para invalidad una elección. Esa exageración fue advertida por la Corte de la provincia y por el mismo presidente de la Corte provincial que también estaba al frente de la Junta Electoral. Él también festejó este fallo que dejó ganadores y perdedores.

Sin dudas los ganadores fueron Manzur, Jaldo y el propio Gandur. Entre los perdedores se anotan el vocal de la Corte, Antonio Estofán, quien fue criticado por, en esas circunstancias delicadas, ausentarse para realizar la conocida “ruta del güisqui” en Reino Unido y los candidatos del Acuerdo para el Bicentenario. También quedaron al borde de la banquina los apoderados Daniel Ponce y Arnaldo Ahumada, que pusieron la firma en aquel planteo.

La campaña electoral ha comenzado. No es una elección más. En este 2017 está en juego 2019, que es cuando se renueva todo el poder. Por eso los políticos están más preocupados por lo que pasará hasta octubre que por lo que ocurrió o pasará en el futuro. Todos atrapados en este presente eterno.

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