El presbítero Juangorena

El presbítero Juangorena

Virtuosa figura del departamento Chicligasta.

IGLESIA DE CONCEPCIÓN. El templo levantado por el padre Juangorena, en un dibujo de 1892. IGLESIA DE CONCEPCIÓN. El templo levantado por el padre Juangorena, en un dibujo de 1892.

Una figura muy destacada en la historia religiosa del sur tucumano es la del presbítero Carlos Juangorena, cuyo apellido el público simplificó llamándolo “Gorena”. Nombrado en 1857 párroco interino del departamento Chicligasta, se abocó a construir un templo para la entonces incipiente villa de Concepción. Con ese fin recogió donaciones vecinales, a las que sumó notables aportes de su propio dinero.

Se ocupó de levantar, además, otras capillas en la zona. En el mensaje de 1873 a la Legislatura, el gobernador Federico Helguera subrayaba que Juangorena “con su peculio está trabajando la iglesia de Santa Cruz, que costará 10.000 pesos, habiendo construido otras dos en el mismo departamento, no contando con más recursos que las pequeñas erogaciones de los vecinos y su infatigable actividad para mejorar el culto”. Agregaba que “este digno sacerdote se ha hecho acreedor a la estimación general”.

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Había nacido en Salta en 1825, hijo de Tomás Juangorena y de María Manuela Soria y se ordenó sacerdote en Chile, en 1852. El obispo de Salta, Buenaventura Risso Patrón, lo nombró cura interino y visitador en varios curatos tucumanos. Contrajo el cólera y murió en Santa Cruz, departamento Chicligasta, el 5 de enero de 1877. Sus restos se inhumaron en ese paraje. Luego se los trasladó a la villa de Medinas, al atrio de la iglesia parroquial. Los cubre la gran placa de mármol que le dedicó su amigo Felipe Bernan, dueño del desaparecido ingenio San Felipe de los Vega. La inscripción de la placa yerra la fecha de muerte, al consignar que fue el 6 de febrero.

Una calle de Concepción lleva su nombre. El diario local “La Razón”, al morir Juangorena, afirmó que “el clero de Tucumán no contaba en su seno con sacerdote más digno ni más virtuoso. Su inagotable caridad, su amor por todo progreso y su desprendimiento, hacían del presbítero Juangorena una de las personas más queridas y simpáticas. Sin ostentación, y con la mayor humildad, ejercía actos caritativos, ya sea socorriendo a los pobres, ya sea abriendo su bolsa para la construcción de un templo o de una escuela”.

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