Por Carlos Páez de la Torre H
25 Abril 2017
SANTIAGO FALCUCCI. Recordaba, en su disertación, que gracias al arte nos llegó la historia de los pueblos remotos.
El pintor italiano Santiago Falcucci (1857-1922) fue uno de los pioneros de la plástica en Tucumán y se preocupó también por difundir, en la mente de los tucumanos, la importancia del arte. “El arte nos enseñó la historia”, se titulaba su disertación en la Sociedad Sarmiento, en 1889.
Quería “poner de relieve la importancia de las ruinas, que han vencido al poder destructor de los siglos para llegar hasta nosotros, y demostrar así que el arte nos enseñó la historia”. Se preguntaba: “¿qué hecho nos ha dado a conocer la historia de los celtas, de los egipcios y babilonios, de los griegos y de los pelasgos, de los etruscos, y de otros pueblos y generaciones de la tierra, que ninguna relación, ninguna afinidad han tenido con nosotros?”.
Y “¿cómo hemos podido juzgar los grados de civilización entre unos y otros? ¿Por medio de las tradiciones? No, porque las tradiciones han sufrido alteraciones y modificaciones, según el carácter y la inteligencia del individuo, familia o pueblo depositario. ¿Por medio de las letras? No, porque solamente en los siglos posteriores empezaron los jeroglíficos de los egipcios, que también son obras de arte grabadas en las piedras. Pues ¿qué cosa nos han enseñado las tradiciones y la historia de esos pueblos?”. Y se respondía: “la categoría de los monumentos numerosísimos que existen todavía en toda la faz de la tierra”.
Recordaba que esos monumentos habían dominado los instintos salvajes primitivos, para “reunirlos y asociarlos, sofocando el egoísmo individual y la razón de la fuerza”. Esas piedras, símbolos, altares y templos, “buscaban producir en el alma humana una impresión fuerte y sujetar las ideas de rebelión”. Y, “considerándose como productos del arte, así rústicos y primitivos como son, e influyentes en la civilización de las generaciones, inmortalizando los hechos, nos han trasmitido la vida de nuestros antepasados”.
Quería “poner de relieve la importancia de las ruinas, que han vencido al poder destructor de los siglos para llegar hasta nosotros, y demostrar así que el arte nos enseñó la historia”. Se preguntaba: “¿qué hecho nos ha dado a conocer la historia de los celtas, de los egipcios y babilonios, de los griegos y de los pelasgos, de los etruscos, y de otros pueblos y generaciones de la tierra, que ninguna relación, ninguna afinidad han tenido con nosotros?”.
Y “¿cómo hemos podido juzgar los grados de civilización entre unos y otros? ¿Por medio de las tradiciones? No, porque las tradiciones han sufrido alteraciones y modificaciones, según el carácter y la inteligencia del individuo, familia o pueblo depositario. ¿Por medio de las letras? No, porque solamente en los siglos posteriores empezaron los jeroglíficos de los egipcios, que también son obras de arte grabadas en las piedras. Pues ¿qué cosa nos han enseñado las tradiciones y la historia de esos pueblos?”. Y se respondía: “la categoría de los monumentos numerosísimos que existen todavía en toda la faz de la tierra”.
Recordaba que esos monumentos habían dominado los instintos salvajes primitivos, para “reunirlos y asociarlos, sofocando el egoísmo individual y la razón de la fuerza”. Esas piedras, símbolos, altares y templos, “buscaban producir en el alma humana una impresión fuerte y sujetar las ideas de rebelión”. Y, “considerándose como productos del arte, así rústicos y primitivos como son, e influyentes en la civilización de las generaciones, inmortalizando los hechos, nos han trasmitido la vida de nuestros antepasados”.
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