La hora del “siento, luego existo”

Por Thomas Friedman - The New York Times.

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07 Enero 2017
Se ha comenzado a escribir poesía, artículos deportivos y noticias de negocios con programas informáticos. El Watson de IBM está cocomponiendo éxitos del pop. Uber ha empezado a desplazar taxis con piloto automático en calles reales de algunas ciudades y, el mes pasado, Amazon entregó su primer paquete por medio de un dron a un cliente del campo de las islas británicas.

Si se suma todo, uno se da cuenta rápidamente de que la elección de Donald Trump no es lo único que hoy está afectando a la sociedad. Una perturbación muchísimo más profunda se está dando en el centro del trabajo y en la economía en general, a medida de que la marcha implacable de la tecnología nos ha traído a un punto en el que las máquinas y los programas informáticos no solo tienen más capacidad de trabajo que nosotros, sino que han empezando a pensar con mayor rapidez en cada vez más campos.

Para reflexionar sobre este cambio rápido, así como para conocer su opinión, me senté a conversar con mi maestro y amigo, Dov Seidman, un alto ejecutivo de LRN, que asesora a empresas en liderazgo y sobre cómo forjar culturas éticas,

“Lo que estamos experimentando hoy en día tiene una asombrosa similitud en tamaño e implicaciones con la revolución científica que comenzó en el siglo XVI”, manifestó Seidman. “Los descubrimientos de Copérnico y Galileo, que impulsaron esa revolución científica, cuestionaron todo nuestro entendimiento sobre el mundo que nos rodea y lo que está más allá, y nos obligaron, en tanto seres humanos, a replantearnos nuestro lugar en él”.

Una vez que se consagraron los métodos científicos, usamos a la ciencia y a la razón para abrirnos paso, añadió, tanto así que “el filósofo francés René Descartes cristalizó esta edad de la razón con una frase: “pienso, luego existo”. El punto de Descartes, señaló Seidman, “era que nuestra capacidad para ‘pensar’ es lo que más distingue a los seres humanos de todos los demás animales de la Tierra”.

La revolución tecnológica del siglo XXI es tan significativa como la revolución científica -arguyó Seidman- y nos está obligando a responder un interrogante sumamente profundo, una pregunta que nunca antes habíamos tenido que plantearnos: ¿qué significa ser humano en la edad de las máquinas inteligentes?. En resumen: si las máquinas pueden competir con las personas en el pensamiento, ¿qué es lo que nos hace ser únicos a nosotros, los humanos? ¿Y qué nos permitirá continuar creando valores sociales y económicos? La respuesta, dijo Seidman, es la única cosa que las máquinas nunca tendrán: “un corazón”.

“Será todas las cosas que un corazón puede hacer”, explicó. “Los humanos pueden amar, pueden sentir compasión, pueden soñar. Mientras los humanos pueden actuar por miedo y enojo, y ser perjudiciales en su máxima expresión, también pueden inspirar y ser virtuosos. Y, si bien las máquinas pueden interactuar confiablemente, los humanos, en forma exclusiva, pueden forjar relaciones profundas de confianza”. Por lo tanto -añadió Seidman-, es necesario redefinir el más alto autoconcepto “pienso, luego existo” y pasar al “a mí me importa, luego existo; espero, luego existo; imagino, luego existo. Soy ético, luego existo. Tengo un propósito, luego existo. Me detengo y reflexiono, luego existo”.

Seguiremos necesitando mano de obra y la gente seguirá trabajando con máquinas para hacer cosas extraordinarias. Seidman simplemente cree que la revolución tecnológica obligará a los humanos a crear más valor con el corazón y entre corazones. Yo estoy de acuerdo. Cuando las máquinas y los programas informáticos controlen cada vez más nuestra vida, la gente buscará más conexiones de un ser humano a otro.

Seidman me recordó un adagio talmúdico: “lo que sale del corazón, entra al corazón”. Ello explica porqué hasta los empleos que todavía tienen un enorme componente tecnológico se beneficiarán del corazón, como el médico que puede obtener el mejor diagnóstico de cáncer con el Watson de IBM y, luego, transmitir la situación al paciente de la mejor forma.

No sorprende que una de las franquicias estadounidenses de crecimiento más rápido hoy sea Paint Nite, que mezcla clases de pintura para adultos con bebidas. Bloomberg Buinessweek explicó en un artículo de 2015 que Paint Nite organiza fiestas después del trabajo para clientes que son, en su mayoría, abogados, profesores y empleados en tecnología, ansiosos por tener un pasatiempo creativo. Los profesores artistas que trabajan cinco noches a la semana pueden ganar 50.000 dólares al año conectando personas a su corazón.

Se etiqueta a las economías según la forma predominante en la que las personas crean valor, señaló Seidman, también autor del libro “How: Why How We do Anything Means Everything” (“Cómo. Por qué el cómo hacemos cualquier cosa significa todo”). Observó que la economía industrial se trató de la contratación de la mano de obra. La economía del conocimiento se trató de contratar cerebros. La revolución tecnológica nos está lanzando a la “economía humana”, que se tratará más de crear valor con corazones contratados: todos los atributos que no se pueden meter en un programa informático, como la pasión, el carácter y el espíritu de colaboración.

No sorprende que el gobierno francés empezara a requerir a las compañías francesas que a partir del primero de enero garantizaran a sus empleados el “derecho a desconectarse” de la tecnología cuando no están en el trabajo para tratar de combatir la cultura laboral de “siempre conectado”.

Los dirigentes, negocios y comunidades seguirán aprovechando la tecnología para ganar ventaja, pero quienes pongan la conexión humana en el centro de todo lo que hagan – y de cómo lo hacen – serán ganadores perdurables. Seidman insistió: “se puede programar a las máquinas para que hagan bien el siguiente proceso. Pero sólo los humanos pueden hacer el bien”.

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