Romper la grieta social

Por Pbro. Marcelo Barrionuevo.

24 Abril 2016
“Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros…”.

No se pueden escuchar estas palabras sin advertir el profundo latido del Corazón de Cristo lleno de preocupación por los que deja en la tierra para que continúen su obra redentora. Amar a los demás, no con nuestra capacidad -siempre pequeña y marcada de egoísmo-, sino como Yo os he amado. Aquí radica la novedad de esta recomendación última del Señor.

Todos nos sentimos atraídos por esta propuesta. Pero todos sufrimos también cuando experimentamos que esta ley exquisita es no sólo difícil de vivir sino, en ocasiones, imposible. En toda convivencia, entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos, amigos, compañeros de profesión, hay un momento en que experimentamos que no somos iguales, se producen roces, aparecen divisiones, conflictos... Si en esas ocasiones se olvidan estas palabras de Jesús la convivencia se deteriora o muere.

Los torneos dialécticos con la mujer, el marido, los hijos, los amigos..., singularmente cuando versan sobre cuestiones opinables, deben hacerse con respeto y apertura de corazón. La crítica a las opiniones ajenas, el sarcasmo o la ironía y cualquiera de las formas de imposición sobre los otros pueden hacerles callar, pero lo que no logran es convencerlos ni ganarlos. Hay que tratar de convencer al que no piensa como nosotros, no vencerle; y en algunos temas, por su banalidad, ni siquiera es decoroso intentar lo primero. Esto no implica indiferencia por la verdad y por quien opina de modo diverso. No es la verdad lo que en la convivencia se ventila, sino el modo de presentarla.

La grieta social en Argentina es real, no estamos bien. Este Bicentenario nos encuentra más divididos que unidos, mas separados que juntos; la reconciliación sigue siendo la deuda interna que no hemos saldado y parece que ella va para largo; el problema fundamental es que así un país no surge, no crece, no progresa. La división, la falta de perdón nos enemista y nos separa, nos paraliza y genera enemistad social. ¡Hay que quererse un poco más! Preguntémonos de tanto en tanto: ¿Sé dominarme cuando los nervios, el mal humor, el cansancio..., me impulsan a levantar la voz? ¿Soy irónico, criticón, mordaz, olvidando que así falto a la caridad y levanto un muro entre los demás y yo?

Amaos como Yo os he amado. Esforcémonos, con la ayuda de Dios, para que la unidad se revele más fuerte que cualquier discrepancia. Cuando uno no quiere -suele decirse-, dos no pelean.

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