“Advertir sobre los peligros del consumo excesivo de creatina no disminuye de ninguna manera el gran juego ni la caballerosidad de Jonah Lomu y puede ser una oportunidad para educar a miles de jóvenes”. Encuentro la respuesta en alguno de los tantos foros en los medios de Nueva Zelanda. La prensa mundial casi no habló del tema, como si pudiera significar una mancha para el primer icono global que ha tenido la historia del rugby, homenajeado ayer en la lucida victoria de Los Pumas ante Barbarians en Londres, tras su muerte el martes pasado, con apenas 40 años de edad, luego de padecer un síndrome nefrótico, una grave afección a los riñones que le fue detectada en 1995, justo en el año de su gran explosión en el Mundial de Sudáfrica.
“Esto debe estar equivocado”, cuentan que dijo Gerry Murphy, entrenador de Irlanda, al leer antes del debut en el Mundial 95 una planilla que avisaba que Lomu, wing de 20 años de los All Blacks, pesaba 120 kilos y medía 1,96m. Era cierto. Nueva Zelanda ganó 43-19 y Lomu anotó dos tries. La prensa alertó que, además de grandote, Lomu corría los 100 metros en 10.7 segundos. En la semifinal ante Inglaterra, ante 51.000 personas en Newlands, Ciudad del Cabo, Lomu recibió un pase deficiente tras un scrum, se abrió y evitó a Rory Underwood con un hand-off, superó a Will Carlin al entrar a las 22 yardas y llegó trastabillando al encuentro con el fullback Mike Catt. Lo pasó por arriba. Fue acaso el try más espectacular de la historia. Lomu podía anotar acelerando, esquivando o embistiendo. “Fue como si me pasara un elefante por encima”, contó Catt. Lomu, ya modelo de publicistas, tentado para jugar en el football americano, amante de los autos y la música, siempre rechazó realizar comerciales sobre ese try. Sentía que podía ofender a Catt. La fama no había alterado su calidad personal.
Los All Blacks ganaron esa semifinal 45-29 con cuatro tries de Lomu. Nelson Mandela se detiene sólo ante él cuando saluda a los All Blacks antes de la histórica final del ‘95. “Tuve la imagen de Mandela dándome vueltas por la cabeza durante todo el partido”, contaría luego Lomu a John Carlin para el libro “El factor humano”, base de la película Invictus. Más que Mandela, lo que afectó cuerpo y cabeza de varios jugadores neocelandeses en aquella final fue una intoxicación masiva, supuestamente deliberada, provocada por una cocinera sudafricana del hotel, según algunas de las pocas crónicas que osaron contar la entretela de un triunfo mítico. Porque la victoria de los Springboks en Ellis Park fue la de un país que ponía fin a medio siglo de apartheid. Mandela aparte, la otra gran postal que dejó el Mundial de Sudáfrica, no obstante la derrota en la final, fue Lomu, claro. En Argentina, algunos recordarán a Alejandro “Chiquito” Travaglini, aquel tres cuartos grandote del CASI y Los Pumas de los años ‘60 y ‘70. Lomu, como escribió un colega, “paquidermizó” la línea de los tres cuartos. Y tornó atléticos a forwards que antes se permitían kilos de más. Los grandotes también debían jugar. Lomu aplicaba un hand-off tremendo, corría con la cabeza alta, sabía buscar los espacios y era pura potencia. Marcó un antes y un después. Y su aparición, claro, coincidió con el inicio del profesionalismo. El rugby todo se convirtió en un juego más veloz, más dinámico, más atlético. Los nuevos Pumas demostraron ayer en Twickenham que, como avisaba Lomu dos décadas atrás, se puede atacar desde cualquier lugar de la cancha. Y que atacan todos.
Por eso la muerte de Lomu, el hombre que cambió el rugby, tuvo espacios notables en la prensa mundial. Los videos de sus tries inolvidables. Su simpatía. Su don de gente. Sus comerciales. Y su enfermedad que, paradójicamente, también comenzó en 1995. Pero, por las razones que fuere, casi no hay menciones a la creatina, el suplemento acaso más popular de los culturistas, que nuestro cuerpo produce naturalmente, pero que también puede ser consumido para incrementar fuerza y velocidad.
El exrugbier irlandés Neil Francis recordó en un interesante artículo de 2013 que Auckland Blues, gran equipo que integró Lomu a comienzos de los ‘90, aplicó a sus jugadores un programa sistemático de creatina. “Jugué con y contra Lomu. Su cuerpo era la personificación de poder, ritmo y rendimiento. Ahora lo tiene prisionero, deprimido, debilitado y con diálisis”, inició Francis su artículo. Contó que acababa de ver numerosos partidos de rugby juvenil en Europa. Y que le pareció evidente que esos jugadores, atléticos, casi impecables, consumían mucha creatina. Porque sus músculos, que por la creatina retenían agua, sufrían síntomas clásicos de calambres y los jugadores, deshidratados, debían beber sin parar. Y recordó el caso de Joel Vidiri.
Compañero de Lomu en Auckland Blues, también fabuloso cuando se lanzaba al ataque, fue justamente Vidiri quien contó públicamente el programa de creatina del equipo neocelandés, cuando su técnico fue Graham Henry, entrenador luego de los All Blacks. Igual que Lomu, Vidiri también sufrió síndrome nefrótico y precisó diálisis y de un trasplante de riñón para seguir vivo. En estos días, Vidiri, de 41 años, y que anotó seis tries en los nueve test matches que alcanzó a jugar con los All Blacks, contó su gran relación con Lomu, lo mucho que se alentaron mutuamente ante cada trasplante y recaída y lo duro que fue enterarse de su muerte. “La creatina fue popular cuando el rugby neocelandés introdujo el Super 12”, contó un artículo de 2004 del “Weekend Herald” de Nueva Zelanda. Pareció convertirse en una alternativa legal a los peligrosos anabólicos. El jugador Carlos Spencer aparecía en una publicidad en revistas contando las bondades del suplemento, que de ninguna manera estaba en listados de doping. En 1997 un debate parlamentario en Nueva Zelanda alertó igualmente sobre sus riesgos. En 2004, la Agencia Mundial Antidoping (WADA) también advirtió que el consumo masivo de creatina era peligroso especialmente para quienes sufrían enfermedades renales.
Lomu, a diferencia de Vidiri, negó haber consumido creatina. Dijo que su enfermedad era congénita. Contó que habló de la creatina con John Mayhew, médico de los All Blacks. Los médicos, en rigor, debatieron sobre si la creatina pudo eventualmente haber provocado o aumentado el síndrome nefrótico. Y dijeron inclusive que Lomu y Vidiri sufrían diferentes síndromes. En 2011, Lomu, que fue jurado hasta de concursos de belleza, que vivió en Tonga hasta los seis años y a los 15 fue echado de su casa por un padre alcohólico y golpeador, participó de un torneo de físicoculturismo en Wellington. Contó a Brian Bullman, de bodybuilding.com, que de joven leía revistas como Musclemag y que al ser paciente renal se preparó con su entrenador Joe Ulberg, seis veces campeón de Nueva Zelanda, con dosis cuidadas de creatina, alentado por su hijo Brayley y, según confesó, mirándose al espejo para ver cómo crecían sus músculos aceitados. Homenajeó, además, al conocido animador radial y DJ Grant Kereama, que había sido su primer donante y era un fan del físicoculturismo. El nuevo riñón falló y Lomu casi muere ese mismo año de 2011, cuando su cuerpo, como contó en su autobiografía “Jonah: My Story”, entró “en crisis total”. Llegó temblando y vomitando al hospital y pasó dos semanas cerca de la muerte. “Todo el mundo tiene que morir algún día”, dijo Lomu, confesando miedo, en una entrevista de 2012, mientras esperaba un segundo trasplante de riñón. “Las leyendas -le escribió entonces un fan- nunca mueren”. Lomu le respondió de inmediato: “No quiero ser una leyenda”.
“Esto debe estar equivocado”, cuentan que dijo Gerry Murphy, entrenador de Irlanda, al leer antes del debut en el Mundial 95 una planilla que avisaba que Lomu, wing de 20 años de los All Blacks, pesaba 120 kilos y medía 1,96m. Era cierto. Nueva Zelanda ganó 43-19 y Lomu anotó dos tries. La prensa alertó que, además de grandote, Lomu corría los 100 metros en 10.7 segundos. En la semifinal ante Inglaterra, ante 51.000 personas en Newlands, Ciudad del Cabo, Lomu recibió un pase deficiente tras un scrum, se abrió y evitó a Rory Underwood con un hand-off, superó a Will Carlin al entrar a las 22 yardas y llegó trastabillando al encuentro con el fullback Mike Catt. Lo pasó por arriba. Fue acaso el try más espectacular de la historia. Lomu podía anotar acelerando, esquivando o embistiendo. “Fue como si me pasara un elefante por encima”, contó Catt. Lomu, ya modelo de publicistas, tentado para jugar en el football americano, amante de los autos y la música, siempre rechazó realizar comerciales sobre ese try. Sentía que podía ofender a Catt. La fama no había alterado su calidad personal.
Los All Blacks ganaron esa semifinal 45-29 con cuatro tries de Lomu. Nelson Mandela se detiene sólo ante él cuando saluda a los All Blacks antes de la histórica final del ‘95. “Tuve la imagen de Mandela dándome vueltas por la cabeza durante todo el partido”, contaría luego Lomu a John Carlin para el libro “El factor humano”, base de la película Invictus. Más que Mandela, lo que afectó cuerpo y cabeza de varios jugadores neocelandeses en aquella final fue una intoxicación masiva, supuestamente deliberada, provocada por una cocinera sudafricana del hotel, según algunas de las pocas crónicas que osaron contar la entretela de un triunfo mítico. Porque la victoria de los Springboks en Ellis Park fue la de un país que ponía fin a medio siglo de apartheid. Mandela aparte, la otra gran postal que dejó el Mundial de Sudáfrica, no obstante la derrota en la final, fue Lomu, claro. En Argentina, algunos recordarán a Alejandro “Chiquito” Travaglini, aquel tres cuartos grandote del CASI y Los Pumas de los años ‘60 y ‘70. Lomu, como escribió un colega, “paquidermizó” la línea de los tres cuartos. Y tornó atléticos a forwards que antes se permitían kilos de más. Los grandotes también debían jugar. Lomu aplicaba un hand-off tremendo, corría con la cabeza alta, sabía buscar los espacios y era pura potencia. Marcó un antes y un después. Y su aparición, claro, coincidió con el inicio del profesionalismo. El rugby todo se convirtió en un juego más veloz, más dinámico, más atlético. Los nuevos Pumas demostraron ayer en Twickenham que, como avisaba Lomu dos décadas atrás, se puede atacar desde cualquier lugar de la cancha. Y que atacan todos.
Por eso la muerte de Lomu, el hombre que cambió el rugby, tuvo espacios notables en la prensa mundial. Los videos de sus tries inolvidables. Su simpatía. Su don de gente. Sus comerciales. Y su enfermedad que, paradójicamente, también comenzó en 1995. Pero, por las razones que fuere, casi no hay menciones a la creatina, el suplemento acaso más popular de los culturistas, que nuestro cuerpo produce naturalmente, pero que también puede ser consumido para incrementar fuerza y velocidad.
El exrugbier irlandés Neil Francis recordó en un interesante artículo de 2013 que Auckland Blues, gran equipo que integró Lomu a comienzos de los ‘90, aplicó a sus jugadores un programa sistemático de creatina. “Jugué con y contra Lomu. Su cuerpo era la personificación de poder, ritmo y rendimiento. Ahora lo tiene prisionero, deprimido, debilitado y con diálisis”, inició Francis su artículo. Contó que acababa de ver numerosos partidos de rugby juvenil en Europa. Y que le pareció evidente que esos jugadores, atléticos, casi impecables, consumían mucha creatina. Porque sus músculos, que por la creatina retenían agua, sufrían síntomas clásicos de calambres y los jugadores, deshidratados, debían beber sin parar. Y recordó el caso de Joel Vidiri.
Compañero de Lomu en Auckland Blues, también fabuloso cuando se lanzaba al ataque, fue justamente Vidiri quien contó públicamente el programa de creatina del equipo neocelandés, cuando su técnico fue Graham Henry, entrenador luego de los All Blacks. Igual que Lomu, Vidiri también sufrió síndrome nefrótico y precisó diálisis y de un trasplante de riñón para seguir vivo. En estos días, Vidiri, de 41 años, y que anotó seis tries en los nueve test matches que alcanzó a jugar con los All Blacks, contó su gran relación con Lomu, lo mucho que se alentaron mutuamente ante cada trasplante y recaída y lo duro que fue enterarse de su muerte. “La creatina fue popular cuando el rugby neocelandés introdujo el Super 12”, contó un artículo de 2004 del “Weekend Herald” de Nueva Zelanda. Pareció convertirse en una alternativa legal a los peligrosos anabólicos. El jugador Carlos Spencer aparecía en una publicidad en revistas contando las bondades del suplemento, que de ninguna manera estaba en listados de doping. En 1997 un debate parlamentario en Nueva Zelanda alertó igualmente sobre sus riesgos. En 2004, la Agencia Mundial Antidoping (WADA) también advirtió que el consumo masivo de creatina era peligroso especialmente para quienes sufrían enfermedades renales.
Lomu, a diferencia de Vidiri, negó haber consumido creatina. Dijo que su enfermedad era congénita. Contó que habló de la creatina con John Mayhew, médico de los All Blacks. Los médicos, en rigor, debatieron sobre si la creatina pudo eventualmente haber provocado o aumentado el síndrome nefrótico. Y dijeron inclusive que Lomu y Vidiri sufrían diferentes síndromes. En 2011, Lomu, que fue jurado hasta de concursos de belleza, que vivió en Tonga hasta los seis años y a los 15 fue echado de su casa por un padre alcohólico y golpeador, participó de un torneo de físicoculturismo en Wellington. Contó a Brian Bullman, de bodybuilding.com, que de joven leía revistas como Musclemag y que al ser paciente renal se preparó con su entrenador Joe Ulberg, seis veces campeón de Nueva Zelanda, con dosis cuidadas de creatina, alentado por su hijo Brayley y, según confesó, mirándose al espejo para ver cómo crecían sus músculos aceitados. Homenajeó, además, al conocido animador radial y DJ Grant Kereama, que había sido su primer donante y era un fan del físicoculturismo. El nuevo riñón falló y Lomu casi muere ese mismo año de 2011, cuando su cuerpo, como contó en su autobiografía “Jonah: My Story”, entró “en crisis total”. Llegó temblando y vomitando al hospital y pasó dos semanas cerca de la muerte. “Todo el mundo tiene que morir algún día”, dijo Lomu, confesando miedo, en una entrevista de 2012, mientras esperaba un segundo trasplante de riñón. “Las leyendas -le escribió entonces un fan- nunca mueren”. Lomu le respondió de inmediato: “No quiero ser una leyenda”.








