Ezequiel Fernández Moores
Por Ezequiel Fernández Moores 27 Septiembre 2015
El aficionado inglés salta y canta feliz junto con los hinchas argentinos. Celebra como nunca porque dice que ya ni siquiera en los partidos de fútbol se vive tanta fiesta en un estadio inglés. En la Premier League, los vigilantes privados de los clubes ordenan sentarse apenas un aficionado se levanta para alentar o para lo que fuere. Y, si el vigilante no actúa, el vecino de asiento puede denunciarte. Son estadios-teatro. Los asientos más caros del fútbol europeo. Por eso, el aficionado inglés salta y canta feliz y se suma a la fiesta de los argentinos. “Intentaba seguir la letra -dice luego-, pero jamás me hubiese imaginado que cantaban canciones anti-inglesas”. Los hinchas argentinos, audacia inédita en Inglaterra, cantaban un clásico de las canchas argentinas: “’¡y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés!”.

Sucedió, claro, no ayer en Twickenham, donde Gales amargó a Inglaterra, sino el domingo pasado en Wembley. El episodio aparece relatado en un foro de lectores de un diario británico. El artículo traduce la canción para sus lectores ingleses: “Now you see, now you see! He who doesn’t jump is an Englishman!”. El foro se pone tan animado que un lector aporta diciendo que la canción se hizo famosa en pleno Mundial 78, pero que, en lugar de inglés, decía “holandés”. “El que no salta es un holandés”. Por la final que la Selección de César Menotti ganó 3-1 en el Monumental. Pero ahora estamos en Wembley. El domingo pasado habíamos recordado en esta misma columna la importancia de Wembley como estadio de cierta trasgresión para la historia del rugby británico. Pero Wembley, claro, es un estadio de rica historia futbolera. Los argentinos lo recordamos especialmente porque allí lo echaron a Antonio Rattín y facilitaron el triunfo 1-0 del anfitrión Inglaterra para avanzar a semifinales del Mundial 66. Fue la primera expulsión de un capitán extranjero en la historia de Wembley.

Eran tiempos distintos, claro. La AFA ya había hecho un acuerdo con Adidas. Cada jugador cobró 24 dólares. Me lo contó Silvio Marzolini, uno de los mejores jugadores de aquella selección. La FIFA, que tenía como presidente al inglés Stanley Rous, designó a los árbitros de cuartos de final sin esperar que los delegados sudamericanos llegaran al Kensington Palace Hotel. Un inglés fue designado para dirigir Alemania-Uruguay y un alemán para Inglaterra-Argentina. Las trampas comenzaron antes que Joseph Blatter. El inglés James Finney anuló un gol a Uruguay y no le cobró un penal en los primeros ocho minutos del partido. Expulsó a dos uruguayos al inicio del segundo tiempo. Alemania anotó tres goles en los últimos veinte minutos y ganó 4-0. A su vez, el alemán Rudolf Kreitlein expulsó a Rattín a los 36 minutos, cansado de sus protestas y, según admitió, temeroso de su mirada. Rattín, que paralizó ocho minutos el partido y llegó a pedir hasta un traductor porque se negaba a dejar la cancha, manoseó en su salida un banderín con la Union Jack y se sentó en la alfombra real.

Fue el día que el DT inglés Alf Ramsey calificó de “animals” a los jugadores argentinos, que hicieron casi la mitad de falta que los ingleses (33-19). “Primero -tituló ‘Crónica’ en Argentina- nos robaron las Malvinas y ahora nos robaron la Copa Mundial”.

El recuerdo no es gratuito. El domingo pasado, en un Wembley completamente nuevo, en el debut con derrota de Los Pumas contra los All Blacks de Nueva Zelanda, no hubo expulsión. Tampoco amonestación. O rival lastimado. No hubo siquiera una queja. Lo que sucedió fue un forcejeo de los tantos que hay en el rugby cuando se disputa una pelota. Un típico maul después de un line out. El rugby, he aquí tal vez buena parte de su encanto, es acaso el deporte de contacto que mejor mezcla fuerza y habilidad. Sirve la fuerza de un Tyson. Pero, como lo demostró el viernes Santiago Cordero, sirve también la habilidad de un Ricardo Bochini. Mariano Galarza pujó ese domingo en Wembley con todo por una pelota. Su manotazo, con el rival de espaldas, terminó impactando peligrosamente cerca de los ojos del rival, Brodie Retallick. La decisión del rugby de frenar de cuajo cualquier acción desleal y juzgar luego toda puja con las 32 camaritas de TV disponibles, y también con fotogramas, llevó a que la opinión de una sola persona, el inglés Christopher Quinlan, dejara a Galarza afuera del Mundial.

El victimismo, sabemos, ha sido un atajo fácil para justificar errores y derrotas en la historia de nuestro deporte. Rattín volvió de Wembley como falso héroe patrio y la selección como “campeona moral”. A diferencia del ‘66, el Wembley de 2015 fue un escenario amigable para Argentina. Nunca se escuchó nuestro himno con tanta fuerza. Ni el grito de “Argentina, Argentina”. Ni a miles de ingleses volcándose así por nuestra selección. Y silbando al capitán rival Richie McCaw cada vez que aparecía en la pantalla del estadio o entraba en juego.

Sorprendió que se hiciera un análisis pospartido del manotazo de Galarza, aunque la acción, efectivamente, existió. Pero sorprendió más lo duro de la sanción, que inclusive fue atenuada porque Galarza, el Puma platense que más tackleó en ese partido, no tenía antecedentes. Y la sorpresa se convirtió en fastidio porque no existió la misma severidad para juzgar en ese mismo partido otra acción de igual imprudencia: la patada a destiempo del neocelandés Dan Carter a Guido Petti cuando apoya el try argentino. Peor aún, Retallick siguió jugando como si nada después del manotazo. Petti salió lastimado y no pudo jugar tampoco el partido siguiente. Carter seguramente no quiso lastimar a Petti. Pero lo hizo. Y, a diferencia de Galarza, Carter ni siquiera fue citado.

La persona que estudió el “contacto ocular” cometido por Galarza y decidió citarlo fue el irlandés Murray White. Irlanda, justamente, sería hipotético rival de Los Pumas en cuartos de final. Los memoriosos recuerdan una pica contra Irlanda que comenzó acaso cuando Los Pumas cayeron por un punto en cuartos de final del Mundial 2003. En un partido siguiente, 2004 en Dublín, nueva victoria de Irlanda, con arbitraje polémico del local Tony Spreadbury, el final fue caliente e incluyó supuestas cargadas de jugadores europeos. En la conferencia de prensa, el entrenador Eddie O’Sullivan y el capitán Brian O’Driscoll acusaron a los argentinos de hacerles piquetes de ojo y dijeron que tenían cinco jugadores lastimados por esa razón. Recordamos, sucedió en Irlanda, contra Irlanda y con árbitro irlandés.

El gran segundo tiempo de Los Pumas en el triunfo del viernes pasado contra Georgia en Gloucester cambió clima y ánimos. Los Pumas confirmaron lo que habían insinuado en el primer tiempo contra los All Blacks. Y mostraron acaso una de los mejores pares de wines que tiene el Mundial (Juan Imhoff y Cordero). Pero se hace inevitable pensar en el hipotético Pumas-Irlanda en cuartos. En el Reino Unido, si hay enfrentamiento deportivo contra Argentina, recuerdan siempre a “La Mano de Dios”, el gol antirreglamentario de Diego en México 86. Los más viejos acaso recuerden inclusive aquel “animals” de Ramsey de 1966. El rugby, a diferencia del fútbol, siempre se caracterizó por ser un juego mucho más respetuoso de los reglamentos y de las decisiones arbitrales. El profesionalismo obligó a una mayor disciplina. Pero si aquí hemos jugado a ser víctimas, a los británicos les gusta regodearse del “fair play” (juego limpio) de sus “gentleman” (caballeros).

El Mundial ha ofrecido y seguirá ofreciendo jugadas igual de sospechosas que las de Galarza. Ojalá sean todas medidas con la misma vara. Y no se sancione sólo por prejuicios.

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