Lo subieron a turucuto para recorrer Atenas

Lo subieron a turucuto para recorrer Atenas

DISFRUTAR. José pudo compartir su sueño viajero con sus amigos. DISFRUTAR. José pudo compartir su sueño viajero con sus amigos.
19 Julio 2015
Si ese viaje a Europa fue o no una despedida, es algo que José se llevó a la eternidad de su descanso. De lo que pueden estar seguros sus amigos, esos que le pusieron el hombro, los brazos y la sonrisa en su gira por el Viejo Continente, es de que él, esté donde esté, les estará para siempre agradecido. Volvieron un domingo, con una pila de aventuras y recuerdos para compartir. El jueves siguiente, el cuerpo de José dijo basta.

Tenía 50 años y cara de 40 a pesar de la enfermedad crónica que fue poco a poco debilitándolo físicamente. Tenía profesiones diversas: era herrero, electricista y pastelero. Cuando se enteró del viaje que harían sus amigos, puso en standby sus proyectos de trabajo y les dijo: “yo voy, pero ustedes tienen que bancarme. Camino lento, me puedo enfermar, puede incluso que tenga que volverme”. Daniel, Víctor, Ricardo y Vicky aceptaron el desafío, sin imaginarse que ese apoyo incluiría cargarlo a turucuto para llegar al hotel en Atenas, Grecia. “Lo hicimos con toda la felicidad del mundo y jamás lo sentimos como una carga. Era lo que teníamos que hacer y para nosotros también fue un aprendizaje inolvidable. José era una persona muy generosa, estaba todo el tiempo pendiente de si necesitábamos algo”, cuenta Daniel.

La clave fue, desde el principio, desdramatizar la enfermedad y las dolencias, desde que partieron de Tucumán y también aún cuando el viaje de Barcelona a Roma lo dejó en cama durante dos días, con médicos que lo visitaban. “Le hacíamos bromas, le decíamos que si se moría en el viaje lo íbamos a dejar en una morgue, pero que nosotros seguiríamos camino. Él se divertía muchísimo con esas cosas, porque tomábamos con humor todo”, agrega Víctor.

La decisión de José de subirse al tren de sus amigos contó con el apoyo de su hermano, el único familiar directo que le quedaba vivo. “Él nos insinuó que tal vez sería la última oportunidad de José para conocer Europa. Nos agradeció antes y después del viaje, infinitamente. José también, no se cansaba de agradecer, pero para nosotros era algo que salía naturalmente, no era un esfuerzo ni mucho menos”, asegura Daniel. En esta charla, la tristeza de la partida nunca ocupa el lugar de la satisfacción por haber hecho lo mejor que podrían haber hecho.

José caminaba lento, rengueando con una pierna afectada por su enfermedad. Se cansaba, pero se esforzaba para seguirles el ritmo. Y cada cosa que veía, cada monumento y cada piedra que pisaba, era para él un éxtasis que contagiaba a sus compañeros. Quizás sabía que estaba haciendo el viaje de su vida. “Me acuerdo cuando estábamos en el Partenón —recuerda Víctor—; los chicos estaban casi llegando a la cima y yo, con José del brazo, a paso lentísimo. En un momento se para, levanta la mirada y me dice: ‘mirá donde estamos, ¿te das cuenta dónde estamos parados?’ Y entonces, cuando éramos supuestamente nosotros los que lo estábamos acompañando, fuimos los que recibimos una enseñanza, porque nos hacía valorar cosas que a nosotros se nos pasaban por alto”, concluye.

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