Su fecha exacta de nacimiento se la llevó la madre que lo abandonó en las puertas de un orfanato. Era el 20 de marzo de 1890, y las responsables de la Casa de los Expósitos calcularon que tenía 20 días de vida. Sólo lo acompañó una nota breve: “este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”, al que luego intercaló el Quinquela derivado de su padre adoptivo, el carbonero Manuel Chinchella, casado con Justina Molina.
Por este motivo, el artista plástico por excelencia de La Boca y quien la retrató como ningún otro, hoy hubiese cumplido 125 años. La barriada lo festeja de una forma especial, y se abocó a cumplirle un sueño que dejó trunco sobre la vereda de la Escuela Pedro de Mendoza, donde también está el Museo Bellas Artes que lleva su nombre.
El adoquinado deja su color gris y ladrillo para llenarse de fuertes tonos amarillos, verdes, rojos y azules. Es una intervención colectiva de vecinos de todas las edades, voluntarios de fundaciones, artistas y turistas para asfaltar con esos colores las calles del barrio donde vivió siempre y el lugar donde se radicó su legado de luces, barcos amarrados y hombres trabajando en el puerto.
“Él pensaba que el color tenía una influencia beneficiosa sobre la vida de las personas y quería extender esa experiencia de Caminito hacia el resto del país. Hace un tiempo nos propusimos intervenir las calles y la idea fue que sea la comunidad la encargada de cumplirle el sueño a Quinquela, quien recordó como nadie que el arte es una expresión de la comunidad y que compartió los frutos de sus éxitos con su gente”, explicó Víctor Fernández, director del museo que lleva el nombre del artista.
Muchos de los ocasionales pintores eran niños. A sus 11 años, Eli evocó a Quinquela al afirmar que “era un hombre muy bueno, porque cada vez que ganaba dinero pintaba gratis”. La frase resume tanto la bondad del pintor autodidacta que prefería la espátula al pincel, como la marca que dejó en la sociedad.