Sucesión política o sucesión de liderazgos. Como diría Alejandro Sanz no es lo mismo, pese a que tienen algo en común: enmarcan conclusiones de mandatos, fines de ciclos o términos de períodos políticos. Es de presuponer que ya haya dirigentes que estén pensando en sendas situaciones, cada cual de acuerdo a sus necesidades, intereses o potencialidades. Sucesión política institucional o sucesión de liderazgos personales. Es lo que se viene en 2015. El año próximo trae en sus alforjas los antecedentes de 1989, 1999 o 2003, cuando no sólo hubo recambios de autoridades políticas sino renovación de líderes. A estos hay que descubrirlos entre los aspirantes presidenciales o gubernamentales.

Algunos asoman, pero como herederos de un jefe político que no quiere perder ascendencia, tal el caso de los kirchneristas-cristinistas que, a toda costa, quieren que la mandataria nacional sea la que elija a su sucesor. El inconveniente a sus pretensiones, como sucedió en todos aquellos años anteriores, es que los postulantes a los cargos electivos para sucederlos van a surgir de elecciones internas -las PASO-, que determinarán nuevos competidores para los espacios políticos, y que les darán la posibilidad de convertirse en nuevos líderes sectoriales.

Por una cuestión de vida vegetativa política se acaban ciclos y se cierran relatos: se abren épocas para nuevos tiempos y escribas, aquellos que querrán dejar su impronta entre 2015 y 2023, si la suerte y las urnas los acompañan. Macri, Massa y Scioli quieren ser nuevos líderes, no quieren ser herederos de nadie; pero, de entre ellos, al gobernador bonaerense es al que le cuesta más desprenderse de la mochila “K”, aunque muchos lo observen como el “distinto” entre los oficialistas. No por nada, con un pequeño triunfo municipal en Córdoba, el jefe de Gobierno porteño se envalentonó lo suficiente como para salir a hacer promesas de plena campaña electoral, tratando de ganar metros en la carrera hacia la presidencia. Quiere convertirse en el líder de la oposición, en la única alternativa frente al peronismo fracturado y al radicalismo que porta más dudas que certezas en UNEN.

Por eso mismo, no por la sucesión política, sino por la sucesión del liderazgo es que desde los diferentes sectores del peronismo salieron a pegarle a mansalva a Macri. No pueden permitirle que crezca. A cortarle alas. Pero Macri y Massa tienen una ventaja, “ya son” los candidatos, y el PJ aún debe pasar por las PASO. Eso le pesa a Scioli, que no puede soltar amarras, ni promesas electorales que lo diferencien de los K, hasta ganar esos comicios.

En Tucumán la situación es clara por un lado y confusa por el otro. Alperovich es el jefe natural de un sector que seguramente irá a las PASO con candidatos bendecidos por él; su liderazgo no estará en juego hasta ese momento; sino hasta después de octubre de 2015. Porque, además, del hecho de que sus elegidos deben ganar, luego deben seguir obedeciéndole. ¿Será posible? Si el tiempo que se viene es el de renovación de liderazgos, más allá de las sucesiones políticas obvias, ¿el que asuma el Gobierno no se tentará a escribir su propio relato y desandar su propio camino al bronce? La historia reciente enseña que no hay jefes eternos y sí mandamases substituibles y desechables. No ceder a la tentación de no tener a nadie encima dando órdenes, siendo presidente o gobernador, debe ser tremendo.

¿Manzur, Jaldo y Rojkés le garantizan obediencia debida a Alperovich? o bien, ¿quiere Alperovich ser un conductor eterno, o dejará que los tiempos por venir lleven la marca de otro apellido? Una piedra es el intendente Amaya, que hoy está más fuera de las PASO que dentro del PJ, porque es difícil pensar que vaya a arriesgar sus ganas de ser gobernador en una interna complicada de ganar. La diferencia de aparatos es notable. Un arreglo es posible, pero alguien debería ceder espacios para garantizar una victoria por la gobernación. Pero en tiempos de recambios para instalar nuevos liderazgos, todo se hace más difícil.

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