¡Qué Mundial!
El Mundial, es cierto, sorprende por su fútbol de ataque y veloz, excepto cuando juega Argentina. ¿Cómo calificar una actuación decepcionante que dio un boleto anticipado a octavos de final? ¿Cómo calificar al genio que jugaba para dos o tres puntos hasta que definió todo y la FIFA, negocio mediante, lo coronó como “el mejor del partido”. Todos sabemos que el mejor fue Sergio Romero, no sólo por lo que atajó, sino también porque, después de una atajada fenomenal en pleno e inesperado baile iraní, salió del arco para reclamarle al equipo que despertara. Eso también es fútbol. Ni 5-3-2 ni 4-3-3. Lo primero es el hambre. La actitud. Y Argentina fue tan apática que agrandó a un rival limitado como Irán, que bordeó la hazaña. Una hazaña frustrada no sólo por Messi, sino también porque a Irán, hay que decirlo, no le sancionaron un penal.

Hasta el momento, Argentina no ataca bien. Y tampoco defiende bien. Amontonó jugadores en defensa en el debut ante Bosnia y Herzegovina, pero defendió mal. Y amontonó jugadores en ataque contra Irán. Pero atacó mal. “El sistema -dijo un diario español apenas terminado el partido- se llama Messi”. Lo más curioso es que Messi tuvo un inicio mucho mejor en Sudáfrica, pero se despidió sin siquiera un gol. Está jugando mal en Brasil. Pero lleva dos goles. Ambos decisivos. Algo similar podría decirse del equipo. Argentina fue sensación en primera rueda en últimos Mundiales. No lo es aquí. Hay quienes dicen que parece la Argentina de Italia 90. O la de México 86. La primera jugó mal de principio a fin (excepto semifinal contra Italia). Y la segunda fue de menor a mayor. Y siempre (excepto aislados minutos ante Inglaterra y Alemania) dio la sensación de control absoluto del partido. Alejandro Sabella está acaso más seducido por aquellas selecciones que dirigía Carlos Bilardo que por las que siguieron. Pero por el momento es un híbrido.

Avanza favorecida por un sorteo que no fue igual respecto de otros campeones, como Italia o Inglaterra. Y, aunque cueste decirlo, el juego lento y estático de Argentina desentona en un Mundial de buena primera fase. Colegas ingleses y brasileños me piden mientras escribo la letra del hit de tribuna que aquí es todo un suceso (“Brasil, decime qué se siente, tener en tu casa a tu papá…”). Como nos sucede en nuestras canchas, el espectáculo, por ahora, está entonces en la gente. No en los jugadores, protagonistas centrales.

Messi, que este miércoles cumple 26 años, es claro líder. Fue muy debatida su conferencia sobre cómo creía él que debía formar el equipo, una polémica acaso necesaria entre jugadores que prefieren atacar y un técnico que prefiere defender. Pero que, cuando se produce, suele desarrollarse de puertas para adentro. Por eso pasaron años de México 86 para que pudiéramos enterarnos que fueron necesarias reuniones durísimas para apaciguar al plantel. O que en España 82 hasta pudo haber volado alguna trompada en un vestuario. Pero no en el momento, cuando el equipo estaba en plena competencia y precisaba enfocar el objetivo. La polémica de los planteos estalló apenas después del debut y, aunque lo haya manejado con notable caballerosidad, no dejó bien parada la autoridad de Sabella.

Messi logró mantener el liderazgo firme tras su gol agónico y genial. Ojalá sirva para ayudar a su progreso. Y también al del resto del equipo. Porque, hasta ahora, si el genio está apagado, todos se apagan. Ni siquiera “Kun” Agüero o “Pipita” Higuaín hacen honor a eso de los “Cuatro Fantásticos”. Y, si en cambio el genio se enciende, el resto podría comenzar a ponerse a tono. Como sucedió en México 86 (¿habrá recordado Julio Grondona ese título cuando ayer gritó desaforado tras el gol de Messi que “ganamos cuando se fue el mufa”, por Diego Maradona, quien abandonó su asiento apenas antes del gol de Messi?).

El que sí está a tono es el propio Mundial. Y es una sorpresa. Más de un especialista me había vaticinado un torneo acaso tedioso. Por el calor. Porque los jugadores llegan agotados. Por lo que fuere. Y la primera fase está resultando lo contrario. Partidos de buen ritmo, goles bonitos, pelota que circula rápido, equipos que atacan o que intentan jugar. “Avísale a tu hijo que no todos los Mundiales son así”, dice alguien por las redes sociales. Barcelona, de Pep Guardiola, lideró una revolución de fútbol-espectáculo. Y el estilo, exitoso, hizo escuela y logró cultores. Acaso no lo hacen por estética. Sino por pragmatismo. El buen juego mejora los negocios. Alemania fue la que primero inició la búsqueda de un fútbol menos físico y más técnico. Pero eso logró frutos antes que muchos otros europeos. Holanda siempre creyó en esa escuela. Hoy tiene mejores jugadores y la ejecución es mejor. Pero también Italia e Inglaterra dieron señales de que quieren jugar. Los resultados no los han favorecido. Pero el espectáculo agradece. Antes jugaban partidos que eran puro ajedrez, pero un ajedrez de táctica sin riesgos. Con vocación de cero-cero.

Se preveía un Mundial sudamericano. El territorio (Sudamérica había celebrado su último Mundial en 1978) impone obligaciones. Y Luis Suárez y Arturo Vidal, por citar dos ejemplos, se recuperaron en tiempo récord de lesiones que, en casos menos graves, marginaron del Mundial a algunos jugadores europeos. Y Sudamérica está cumpliendo. Pero la bandera la lleva Chile, con la única duda sobre si su despliegue físico será posible más adelante. Porque Brasil y Argentina, líderes, están por ahora en deuda con el juego. España e Inglaterra lideraron a su vez el sufrimiento de Europa. Pero, hay que decirlo, junto con Chile, fueron Holanda y Alemania las que, resultados al margen, más se animaron a jugar. Ghana, por fin, mostró ayer ante Alemania que también África vino al Mundial. Y la revelación, sabemos, no es de Europa ni de Sudamérica. Es la notable Costa Rica, que se defiende mucho sí, pero con audacia, lejos de su arco, lo que le permite estar más cerca del arco rival cuando hay chance de contragolpear. Se ve que hay equipo. Como se ve con Chile. Y como no se ve aún con Argentina.

La selección de Sabella sufrió ante Irán el mismo día en que Brasil celebraba el aniversario de la conquista histórica del tri de México 70, selección que fue bandera del juego bonito, diferente al propio Brasil que, luego, precisó 24 años para volver a ser campeón en Estados Unidos, con un juego mucho más utilitario. “Aquella selección (que tenía cinco números diez) era más defensiva que la del 94”, sorprende diciendo hoy Tostao, delantero del mítico Brasil ‘70. Lo dice porque defendían los once. La defensa colectiva ayudaba al juego colectivo. Y el orden ayudaba al caos creativo. Se organizaban para la aventura.

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