Sucesores para cuidar espaldas

Sucesores para cuidar espaldas

La economía puso en un segundo plano, por el momento, las especulaciones políticas para 2015, aunque a los que se les acaban los mandatos no pueden dejar de pensar en los que los sucederán

En estos primeros 40 días de 2014, la situación económica pateó el tablero de la política, aceleró especulaciones y disparó inquietantes interrogantes. En el caso de la Nación, por ejemplo, a la pregunta sobre a quién Cristina le colocará la banda presidencial al concluir su mandato se le sumó el “desestabilizante” cuándo. Desde el propio Gobierno, y potenciado interesadamente por la oposición, se habló de la posibilidad -por la negativa- de abandonar el barco antes el que expire el plazo legal, en diciembre de 2015. Los “golpistas” o “destituyentes”, según el léxico cristinista, no dejaron pasar la ocasión; se subieron al tren -en un claro e inevitable intento por debilitar la gestión- y comenzaron a usar el concepto “irse”. ¿Cuándo? La inflación, la suba de precios, el dólar y las paritarias vinieron a ponerle otra aceleración a la actividad política, y otros interrogantes como aquel. Si la realidad es caótica -provocada por actores sociales con distintos grados de responsabilidad-, la improvisación desde los gobiernos poco ayuda a la tranquilidad ciudadana.

¿Ejemplos? Es incoherente acusar desde el Estado de conspiradores a los que aumentan la nafta y a las pocas horas determinar una suba del combustible, o anunciar proyectos de leyes (atacar la venta de drogas al menudeo) sin antes haber escuchado las voces de los implicados en el proceso judicial (es hasta torpe), o lanzar una tarjeta magnética para el transporte urbano sin calcular cuánta gente la usará (una inocentada). Así, el malhumor ciudadano se acrecienta contra los oficialismos, nacional y provincial, ya golpeados por los resultados de los comicios del año pasado. El combo acicatea a las autoridades, que reaccionaron impulsivamente con cambios de nombres y gestos administrativos que están desnudando que hay más improvisación que ideas bien trabajadas. Es imposible recomponer la imagen a los porrazos, irreflexivamente, sin ideas claras la realidad es cruel.

Hay que sosegar los ímpetus por recuperar los espacios de poder y de credibilidad perdidas a partir del relato. Nadie gana con esa forma de superar las debilidades del momento. No sirve para imponer nombres de sucesores. Y sí, los que se van siempre quieren que el que venga les cubra bien las espaldas “para que no vaya preso”, como dice la popular para graficar que siempre se dejan flancos débiles para cualquier investigación judicial que se inicie bajo miradas y gestos cómplices. Nada mejor que quien los suceda sea del palo y de mucha confianza. Ni siquiera Scioli le ofrece garantías a Cristina en el peronismo. Los tiempos corren más rápido para la Presidenta que aún no ha bendecido a nadie; Capitanich se cae, Boudou va en picada y La Cámpora no seduce a la liga de gobernadores hasta ahora leales. En suma, lo económico vino a complicar esa parte de la política: la de los anticipados análisis referidos a los protagonistas del recambio en 2015.

Se sabe que la gran movida política para el año próximo es la “juntada”, tanto de oficialistas como de opositores. El obstáculo para estos últimos es la mala experiencia de la Alianza de 1999, ya que deben contrarrestar la imagen de la huida en helicóptero en 2001. Cómo aliarse sin parecerse -o mostrarse diferente- a esa coalición política es el gran reto opositor. Pero sucede que las futuras uniones no pasarán por el lado de las siglas partidarias, sino por el de los apellidos. En el país, y en especial en Tucumán desde que el acople tiene rango constitucional, cada dirigente político tiene una carpeta membretada con la sigla de un partido propio. No hace falta ser peronista del PJ o radical de la UCR para aspirar a puestos de vanguardia. Con ser reconocido basta. Los que tienen mayor exposición mediática desde sus cargos ejecutivos o legislativos sacan una luz de ventaja. Y si detrás hay un aparato estatal o municipal que lo acompañe, mejor.

El esquema personalista sólo tiene una contraindicación: los celos. ¿Celos? Para que sea claro, baste un ejemplo: Elisa Carrió habla bien de los militantes del PRO; pero no de Mauricio Macri. Al situarse por encima de las siglas partidarias, las personalidades son las que relucen, con todos sus pecados o virtudes a cuestas. Y, precisamente, de diálogo y de uniones hoy hablan aquellos que piensan escaparle a los cerrojos electorales partidarios (Sergio Massa ya lo hizo). Lo piensan. No lo dicen abiertamente porque no es tiempo de definiciones públicas, lo es sólo de intercambios epistolares privados. Ya hay indicios, aunque los gestos sean más que nada para ir marcando el terreno e identificar a los adversarios internos y externos.

Ahí está Scioli, conversando con cuanto “enemigo K” puede cada vez que la Presidenta profundiza el enfrentamiento con más sectores, propios y extraños. Una gesto de que no es lo mismo, o para mostrar que no será lo mismo, pese a que se cobija a la sombra del kirchnerismo desde 2003. Una pesada mochila que en algún momento tendrá que arrojar a un costado del camino. Massa también habla con todos y Carrió ahora no le cierra la puerta a nadie.

La dirigencia intuye que el “modelo” dialoguista, de apertura y de consensos es el está ganando espacios en la preferencia ciudadana -es cool-, y que quien mejor lo exprese -o lo represente- será quien gane la simpatía de la “popular” el año próximo. La realidad está favoreciendo ese esquema -por no decir que lo está exigiendo a los gritos-, porque la economía está pidiendo un plan a largo plazo en el que muchos coincidan para sacar el país a flote, o por lo menos evitar que se hunda, o que estalle en unos cuantos meses. Algo así como “uno no, todos sí” parece ser un buen slogan para identificar el tiempo político que se viene. Hay que mostrarse abiertos a otras ideas, contemplativos, dialoguistas, propensos al acuerdo, pragmáticos y frentistas. Aliancistas no, porque suena a mala palabra.

A nivel local, si se repasan las declaraciones de los últimos días, todos van por esa línea. “Yo hablo con todos”, dijo Alperovich, cuando se le consultó si conversaría con el radical José Cano. “Conversamos con todo el mundo”, dijo Amaya cuando se le preguntó sobre el mismo senador opositor. Todos son buenitos. Por afuera. Lo cierto es que en poco menos de 400 días, el candidato a gobernador del oficialismo tucumano ya debe estar instalado; y tiene que ser el que le garantice que le cuidará las espaldas a Alperovich, por más que este obtenga fueros del Senado. ¿Quién?: ¿Manzur?, ¿Amaya?, ¿Jaldo? ¿Y cómo lo elegirá? Ah, un detalle en el medio de este proceso: el “elegido” tiene que brindarle garantías de triunfo, sino la designación no servirá de nada. Hablar, hay que hablar con todos. Pero, ¿cómo lo elegirá Alperovich? ¿quién dará el peso justo? La historia oficial del peronismo tucumano dice que en 2003 el entonces gobernador Julio Miranda se volcó por Alperovich porque era el que mejor medía en las encuestas. Habrá que creerlo. Desde las oficinas de la Legislatura apuntan que los que mejor “miden” hoy son el vicegobernador licenciado y el intendente capitalino. Al gobernador le gustan las encuestas, por lo que se puede apostar que este detalle será el que incline la balanza. Sin embargo, entre Manzur y Amaya, el gobernador tiene más razones de peso para decidirse por el primero. El camino es más espinoso para el jefe capitalino si quiere convertirse en el candidato del PJ. Tendrá que ser muy convincente con sus argumentos políticos para doblegar al gobernador, caso contrario, tendrá que desempolvar la carpeta con la sigla de algún partido; porque como lo dijo su escudero Germán Alfaro: “hay hombres que trascienden los espacios políticos”. Sabido es que entre políticos no hay odios ni amores eternos, sólo hay conveniencias.

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