Perdió la tonada, pero no olvida la milanga de Chacho

Perdió la tonada, pero no olvida la milanga de Chacho

Benjamín Ávila, director de "Infancia clandestina", recordó sus años en Tucumán. "Me gustaría ponerme más al día con lo que se hace aquí".

NOSTALGICO. Avila recordó cuando jugaba en barrio Sur. LA GACETA / FOTO DE INES QUINTEROS ORIO NOSTALGICO. Avila recordó cuando jugaba en barrio Sur. LA GACETA / FOTO DE INES QUINTEROS ORIO
Quizás como una forma de expiar el pasado, Benjamín Ávila solía preocuparse mucho por su futuro desde niño. La posibilidad de ser médico lo convenció durante unos meses hasta que, testigo involuntario de un accidente de tránsito, comprobó que era fácilmente impresionable ante cuadros sangrientos. Entonces desechó aquella idea y volvió a preocuparse. Pensaba y pensaba. La respuesta definitiva, lo recuerda todavía hoy, se le presentó como una revelación mientras jugaba en la plaza San Martín, en el barrio Sur de la capital tucumana. "Decidí que quería hacer cine y, en el mismo momento, decidí también que quería contar la historia de mi niñez", reveló durante una charla con LA GACETA.

"Infancia clandestina", se sabe ahora, es la materialización de aquellos planes que Ávila gestó signado por las pasiones de su padre actor, José, y la experiencia de su madre militante, Charo, ambos tucumanos. En todas las entrevistas que ha dado desde que se conoció que su película es la precandidata argentina al Oscar, el director ha recordado aquellas tardes infinitas en Canal 10, del que su papá fue directivo, y cómo comenzó a empacharse allí de cintas y proyectores. Justamente frente al portón de esa emisora debió pasar el último sábado cuando conducía hacia El Solar, donde presentó su ópera prima en el marco del Festival de Cine y, ahogado por las lágrimas, dedicó la función a sus mentores.

Aunque pasaron casi 30 años desde que Ávila se mudó de la provincia, hay costumbres y lugares que se le han sellado en la memoria. Los sánguches de milanesa de Chacho, por ejemplo, o las hamburguesas del bar Lisandro. Esas entre las vigentes, claro, porque quedará en off side cuando, sentado en un bar del shopping, pida "una Fanta manzana" y el mozo le explique que eso no existe hace años. Sonríe entonces el realizador y confiesa: "me encantaría ponerme más al día con Tucumán". Afirma que, desde que se trasladó a Buenos Aires, a los 13 años, ha regresado varias veces porque extrañaba mucho, sobre todo en los veranos. "La última vez que vine fue hace cuatro años, a traer los restos de mi papá; entonces retomé contacto con mis familiares por parte de ambos padres. Pero admito que mi relación con los de acá se fue perdiendo con el tiempo".

La vuelta fue a toda pompa. No solo porque la posibilidad de quedar postulado a la estatuilla estadounidense publicitó el nombre del cineasta, sino también porque este trajo a su familia completa -su esposa, que también es su productora; sus dos hijos; y sus hermanos- para que vivan junto a él la experiencia de ver la película en la provincia que lo cobijó tras el horror (al igual que Juan, el protagonista del filme, Benjamín fue capturado e interrogado por los militares). "Ninguno de mis parientes vio todavía la película, aunque sabían que la estaba filmando -contó-. Será un momento emocionante cuando lo hagan".

Un "manyín" a la distancia

Las huellas de los orígenes norteños de Ávila están presentes en "Infancia clandestina". Los personajes de César Troncoso y de Ernesto Alterio, que personifican al padre y al tío de Juan respectivamente, tratan todo el tiempo al niño de "chango", un modismo típicamente local. "Quise que los personajes masculinos hablaran como yo, porque aunque perdí la tonada, todavía la recuerdo. Hicimos un gran trabajo con los actores, porque Troncoso es uruguayo y Alterio vive hace mucho años en Madrid, y debieron despojarse de ese acento e incorporar el estilo provinciano".

Un buen memorando del tucumano básico ha sido para el cineasta el programa "Manyines", casi la única producción audiovisual local que ha seguido a la distancia. "Estoy bastante desactualizado de lo que se hace acá y, en general, en el interior. Y hay que reconocer que la posibilidad de trabajar en cine y televisión se ha federalizado bastante en los últimos años, fundamentalmente con la Ley de Medios, la televisión digital y los concursos del Incaa".

¿Lo desvelan a Ávila las chances reales de acariciar el Oscar? Para nada. "Los Ángeles está muy lejos", comenta. Más bien, está enfocado en su próximo proyecto, que tendrá cabida en pantalla chica. "Estamos adaptando el libro 'A veinte años, Luz', de Elsa Osorio, para transformarlo en una miniserie de 13 capítulos. La novela llega hasta 1998 y estamos en el proceso de escribir lo que sucedería hasta la actualidad".

Con estos planes por delante y su pasado petrificado en un filme prometedor y multipremiado, Ávila responde a la última pregunta. "¿Te sigue obsesionando la planificación del futuro, como cuando eras chico?". El realizador se acomoda en la silla y apura el especial de ternera que lo salva del ayuno: "no, ahora me dedico a disfrutar del presente".

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