Esto no provoca risa

Por Verónica Menin - Psicoanalista, miembro del grupo de psicoanálisis de Tucumán.

23 Marzo 2012
Es común que un niño llegue a mi consulta diciendo "yo soy el plomito" o "me dicen tragón". Esto da cuenta de que a través de la palabra se va ubicando a los niños en un lugar muy difícil de sortear. Sea en el ámbito escolar, familiar o grupo de amigos es muy difícil dejar de ser el "gordo", el "chueco", el "rengo", la "petisa".

Desde muy temprano, incluso antes de nacer, nos van nombrando y nos van otorgando forma con las palabras, que luego nos darán cuerpo y sostén, esas palabras con las cuales nos nombran van diciendo qué represento para otros. En ese movimiento hacen que el niño se coloque en un lugar: es un ángel o es el diablo en persona.

En este contexto es posible pensar el gran peso que cobra este particular tipo de apodo y sobrenombre en quienes deben soportarlos. Es necesario poder entender dónde reside la cuestión tan compleja respecto de un sobrenombre o apodo que suscita, la mayoría de las veces, risa en el entorno que lo escucha. Es decir, lejos del costado gracioso, tenemos la exacerbación de un rasgo o característica que destaca lo defectuoso de una persona.

El problema es que la persona que lo soporta queda parcializada en ese rasgo: "el rengo, el ciego o cuatro ojos, la vieja", quedando fijados a una imagen que pone en primer plano este rasgo que por lo general es vivido por quien lo porta con vergüenza.

Las consecuencias pueden ser muchas y en algunos casos de importancia, incluso pueden producir marcas muy difíciles de borrar que aún en la vida adulta seguirán pesando. Sería importante entender que la "cargada", palabra que se usa para designar este acto de nombrar con un apodo, da cuenta justamente de una "carga", que sólo destaca un rasgo, pero que no habla de este niño.

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