Lobos

Lobos

Por Juan Carlos Molina

17 Febrero 2012
Elige su equipo con sumo cuidado: el fusil, quizá el más pesado, pero con él acierta a una moneda desde los cien metros; un grueso abrigo de piel; un gorro de marta cibelina; una bolsa con alimentos y el parque de municiones. La nieve caída durante la noche dificulta el caminar con las raquetas a través del bosque de abedules. 
Duda si podrá llegar a tiempo al paso del trineo que lleva a la persona que debe matar. No advierte el francotirador que una manada de lobos lo persigue a corta distancia. Si el cansancio no fuera tanto, nunca podrían los animales sorprenderlo. Los lobos se miran entre sí y caminan sobre la nieve oteando al hombre. La jauría está hambrienta por el rigor del invierno. El cazador sale al linde del bosque y, buscando un lugar alto, toma posición. 
Se tapa con gruesas pieles que pronto se cubren de nieve. Tuvo suerte, el trineo viene a lo lejos y él ya está preparado. Frota la recámara del fusil para darle una temperatura de seguridad al mecanismo. Una nube blanca se forma, por el viento, al costado del trineo. Tiene suerte: irá al lado contrario de donde él se encuentra apostado. Prepara el fusil, apoya una almohadilla en el cañón para no fallar. Apunta.

- ¡Pedro! ¡Pedro! deja esa televisión. Sabes que tu madre te ha castigado y ni yo puedo contradecirla. ¡Salí al patio!

Pedro abandona la película y la cama mullida, sale al patio rezongando por los gritos de su abuela. La ve sentada en un sillón de mimbre con el ceño fruncido. Mete miedo. Pedro baja los ojos. 
Ella, triunfante, vuelca los suyos en el tejido crochet, que sólo deja ante la molestia de un mosquito. Pedro toma, del siempre verde del patio, un racimo de frutos y, con una cerbatana improvisada de un tronco de tártago, lanza proyectiles contra una concentrada anciana que los toma como si fueran audaces insectos. 
El cansancio vence a la abuela. Deja el tejido en el costurero y va al dormitorio a ver, ella sí, televisión. Los dardos buscan a Fifí, la gata de la vieja; al cuadro del abuelo fallecido: apunta al ojo izquierdo y acierta; al derecho y acierta; a los bigotes y acierta. Piensa si el francotirador tendrá la puntería de él. De pronto un grito de la anciana:
 
- ¡Pedro, vení, me siento mal! 
- ¡No! No puedo ver televisión
-¡Que no puedo moverme! Alcánzame las pastillas, pronto. Yo te autorizo a venir, aunque veas televisión.
-No, porque usted tampoco puede contra la orden de mamá.
-Vení Pedro. Vení, vení, ven?
Los llamados son cada vez más leves en un horrendo final.

Pedro juega con los soldados de plomo que tiene a mano. Su madre se acerca y lo abraza: 
- Pobrecito Pedro, no se dio cuenta de nada, ¡Es tan pequeño!
El niño piensa si los lobos habrán comido al francotirador o este habrá logrado su encargo de muerte. Se inclina por pensar que los lobos ganaron la batalla.

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