Mujeres que matan

Mujeres que matan

Los casos de las tucumanas que cometieron un homicidio arrojan una suerte de certeza común: cuando quitan la vida, lo hacen por un motivo específico. Lo que da lugar a un interrogante general: ¿qué pasa por la cabeza de una mujer que asesina?

LA GACETA / OSCAR FERRONATO LA GACETA / OSCAR FERRONATO
08 Mayo 2011
Gloria B., hija de una madre que fue abandonada por su esposo, estaba casada con un jardinero haragán. Lo dejó por un hombre al que sedujo en un bar. E hizo que abandonase a su esposa y a sus hijas. Cuando él se desencantó y volvió con su cónyuge, Gloria B. mató a la mujer y también a sus dos pequeñas.

Isabel L. era una enfermera felizmente casada que tuvo un affaire con un joven que trabajaba en el hospital. Y se enamoró de él. Su amante la convenció de que le comprara un departamento con el dinero que ella había ahorrado para la educación de su hijo. Luego, la abandonó. Y ella lo apuñaló hasta matarlo.

Rita L. y su hija estaban buscando trabajo. Conocieron a un hombre, que le dio empleo a la madre, con la que luego entabló una relación sentimental. Pero después quiso hacer lo mismo con la hija: ante el rechazo, la violó. Y Rita, que lo había presenciado todo, lo asesinó.

Escondida bajo una cama, Ramona Z. presenció el salvaje asesinato de su hermana y de su madre a manos del novio de esta última. Él fue a la cárcel. Ella terminó en la casa de su despreciable abuelo y cayó en la prostitución. Cuando el matador de su familia obtuvo la libertad, ella se vengó sin miramientos.

Cándida R., harta de trabajar como prostituta, decidió dejar la calle y conseguir marido. Un anciano ferretero que había quedado viudo pasará de ser su cliente a su esposo. Pero ella, al poco tiempo, volverá a las andadas. Y cuando él se entere y decida dejarla, ella le quitará la vida a fuerza de cuchilladas.

Emilia B. es una inmigrante libanesa casada con un español que montó un restaurante que no anda bien. Él le pide dinero a un italiano, del que ella se hizo amante buscando que condone la deuda. Pero el prestamista se enamoró y la amenazó con cobrarlo y contarlo todo. Así que Emilia lo ahorcó, lo trozó e hizo empanadas y salpicón con sus restos.

Cada uno de estos casos ocurridos en diferentes provincias forman parte de las 42 historias reales que, en total, compilan los tres tomos de Mujeres Asesinas, la trilogía literaria de Marisa Grinstein que fue llevada, con idéntico nombre, a una exitosa serie de televisión. Una saga a la cual, en materia de tragedias, furias, sañas y violencias, la realidad vernácula poco (y acaso nada) tiene que envidiarle. (Ver Casos Tucumanos)

Las crónicas de LA GACETA han dado cuenta de procesos judiciales y de casos policiales en los cuales aparecen madres quitándoles la vida a sus hijos, amantes ultimando a las esposas de sus parejas, esposas que en complicidad con sus amantes asesinaron a sus maridos, "viudas negras" que le hicieron honor al sobrenombre, cónyuges golpeadas que ultimaron a sus golpeadores, vecinas que mataron por deudas.

Resonancia local

Durante este todavía joven 2011, dos mujeres han pasado ya por el banquillo de los acusados, en sendas causas judiciales resonantes. Una terminó el 23 de marzo pasado, con la condena a prisión perpetua para Silvia Raquel Lai, a quien se declaró culpable por el asesinato de su marido, el agricultor tranqueño Eduardo José Salas. La fiscala de Cámara Marta Jerez de Rivadeneira defendió la hipótesis de que los responsables de la muerte eran la mujer y Luis Rafael Piccinetti, a quienes se presentó como amantes. Este último se encuentra prófugo desde hace meses y está coimputado de haber sido el autor material del hecho. Ella se declaró inocente y reclamó que se investigue quién ultimó a su marido. "Estoy acá porque creo en la Justicia y quiero justicia. Desde el 15 de julio de 2007 he sufrido, junto con mis hijos, la peor pérdida: la de mi marido, la persona a la que he amado desde los 13 años", manifestó.

El otro caso aún no ha concluido. Es el que investiga el asesinato del magistrado Héctor Agustín Aráoz y que tiene como una de las imputadas a la ex agente de policía Ema Hortensia Gómez, quien mantuvo una relación sentimental con el juez de Menores. En este proceso todavía no se ha dictado sentencia absolutoria o condenatoria.

Este año, por cierto, no representa ninguna excepción. Para el caso, el 25 de octubre de 2010, la Corte Suprema de Justicia de la Provincia ratificó la sentencia que habían emitido en diciembre de 2009 los vocales de la sala V de la Cámara Penal contra Susana Acosta y Nélida Fernández por el crimen contra Beatriz Argañaraz. Como consecuencia, salvo que el expediente llegue al máximo tribunal de la Nación, las ex religiosas deberán cumplir la pena de 20 años de prisión por el asesinato de la docente. Una de las hipótesis de los investigadores (no pudo ser confirmada porque el cuerpo de Argañaraz nunca apareció y las condenadas se mantienen en silencio) fue que "Betty" iba a asumir como directora del colegio Padre Roque Correa, y que como Acosta quería ese cargo, decidieron asesinarla.

Asuntos en común

Ambos listados, el de los crímenes nacionales y el de los provinciales que tienen protagonistas femeninas como victimarias, arrojan una suerte de certeza y una pregunta comunes.

Con respecto a lo que se presenta como un dato que atraviesa las diferentes situaciones, da la impresión de que, cuando matan, las mujeres lo hacen por un motivo específico. Es decir, salvo casos excepcionales, no asesinan porque se trenzaron en una pelea luego de un beberaje en el cual se alcoholizaron, ni porque una le hizo trampa a la otra en un juego de naipes.

En cuanto al interrogante, una cuestión se presenta quemante ante la variedad de realidades individuales de las perpetradoras: ¿qué pasa por la cabeza de una mujer que asesina?

Las respuestas mezclan nuevas terapias y escuelas tradicionales. Provienen desde el psicoanálisis, la psiquiatría, la criminología y hasta desde la Dirección del penal de mujeres de la provincia. Llega desde las teorías antropológicas y desde la realidad más violenta. Y surge, también, desde el testimonio que brota detrás de las rejas.

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