¿Recitar o dialogar? Esa es la cuestión

¿Recitar o dialogar? Esa es la cuestión

Grandote, con una calvicie en gestión, arrastrando los zapatos desvencijados, entraba sin mirarnos y gruñía: "Pase Baaclini". La secuencia se repitió todas las clases durante unos dos meses. "Zapatos rotos" hostigaba de ese modo al compañero que si se descuidaba se llevaba un aplazo a la casa en Físico-Química.

El dedo inquisidor de "Papá Corazón" hacía bailar los ojos de miedo. Recorría el aula y bruscamente se detenía en cinco víctimas: "¡Al frente, usted... y usted!" Hacía dos preguntas anatómicas por el precio de diez o tres. Había que recitar de memoria. De nada valía el argumento "¡profesor, pero si ya me hizo pasar el martes!" Y cuando era tres, el eco repicaba dolorosamente en aquel patio del colegio Nacional en la primera mitad de los 70.

Los ojos claros iluminaban el aula. Con tono tabacal y su bello rostro, ganaba rápidamente la adhesión del curso porque hablaba sin rodeos. Enseñaba los presocráticos y a la clase siguiente, nos hacía sentar en círculo a los 40 alumnos. "Quiero que todos se vean la cara porque es el modo de conversar". Luego del alboroto de pupitres, sobrevenía el vértigo del silencio. ¿Quién tiraba la primera palabra? Esa era la cuestión. Alguien exponía el tema sintéticamente haciendo alusión al famoso Empédocles, como para romper el hielo, y nos pedía que opináramos. Había que juntar coraje y vencer la timidez. Desde el humo de su cigarrillo nos incitaba y a los 10 o 15 minutos nos sorprendíamos coincidiendo o disintiendo con Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Parménides o Heráclito ("¿ese que decía que ningún roñoso se baña dos veces, profe?"). Luego, nos quedaba la sensación de que habíamos filosofado como Sócrates con sus discípulos y que habíamos aprendido algo. Gracias, profesora Clara Maguid.

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