Diario de una noche en Washington

Diario de una noche en Washington

07 Febrero 2010
"¿Cuándo comenzó a caerse la Argentina?" La pregunta fue formulada por Peter Hakim, presidente del Inter American Dialogue, al anochecer de un jueves de octubre, en Washigton D.C. Estábamos en el comedor de uno de los grandes bancos internacionales de la ciudad, al que habíamos sido invitados para la cena junto a dos editores de The Washigton Post, el director de una revista neoyorquina de ciencias políticas, dos asesores económicos de gobiernos latinoamericanos -ninguno de ellos argentino- y los jefes de algunas fundaciones académicas… El anfitrión, presidente del banco donde estábamos, conjeturó que la ruina podría haber empezado con José Martínez de Hoz, en 1976, cuando el país multiplicó su deuda y transformó radicalmente la economía de producción iniciada en las primeras décadas del siglo XX en una economía de especulación financiera. Uno de los periodistas de The Washington Post, famoso por su rigor, dijo que si el elemento básico para ubicar la decadencia era el desplazamiento económico, entonces había que retroceder quizás hasta Adalberto Krieger Vasena, que fue quien introdujo los primeros rudimentos de ese modelo durante el reinado -¿cómo, si no, podría llamárselo?- de Juan Carlos Onganía.
La conversación se extendió y, en algún momento, todos convinimos en que las causas eran ante todo políticas. Los factores externos no se podían dejar de lado -las ofertas de préstamos alegres a fines de los años 70 y a comienzos de los 90, por ejemplo, o las destructoras exigencias de acero del Fondo Monetario en estos últimos veinte meses- , pero los inventarios de las contribuciones hechas desde adentro de la Argentina resultaron aún más desoladores.
Por un lado están los crímenes que yacen durante años sin encontrar culpables: los atentados contra la embajada de Israel y contra la AMIA -en el último de los cuales The New York Times inculpó a Carlos Menem-, las dos denuncias de corrupción en el Senado nacional, que acabaron con un vicepresidente y tal vez acaben con un corresponsal extranjero, pero que no le han quitado el sueño a ningún senador…
Alguien insinuó que tal vez la Argentina era gobernada por una sociedad de cómplices, poblada por funcionarios con algún vicio que ocultar y por testigos de esos vicios que medran callándose o confían en corregir los daños cuando estén arriba. Eso es verdad, dije, pero también es cierto que durante casi toda la democracia el país ha tenido que elegir entre un candidato malo y otro peor. En calidad intelectual, en honestidad y en vocación de servicio, los dirigentes argentinos están muy por debajo del promedio de la comunidad…
Todos nos marchamos de allí con la certeza de que a la pregunta de Peter Hakim le correspondían varias respuestas, y que cada una de ellas era verdadera…

(17 de noviembre de 2002)

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