Reforma política: si refuerza las mayorías, no habrá cambio verdadero

Reforma política: si refuerza las mayorías, no habrá cambio verdadero

02 Noviembre 2009
Se viene pregonando, de apuro, para que antes del 10 de diciembre ("Día internacional de los derechos humanos", ¡vaya paradoja!) se opere en el entramado de leyes, decretos y normas de procedimiento, un cambio político. Se supone que es para mejorar el sistema en beneficio del ciudadano y de su derecho a elegir y ser elegido en la gestión política.

Ya se avecinan "cambios" que no aparecen sino como una obra de una ingeniería preelectoral nacida entre bambalinas, lejos de la vista del público, aunque se delibere en el Congreso, donde la ley del número y en subsidio de ésta -para alcanzarlo- el recurso generoso de una caja dispendiosa capaz de hacer de la roca un blando terrón.

Estos cambios deberían tender a fortalecer una democracia en la que las mayorías circunstanciales sean suficientemente acotadas como para  no eternizar hegemonías perniciosas. Traigo a la memoria la perestroika y la glasnot (reorganización y transparencia, respectivamente) instauradas por el carismático Gorbachov. Era una formidable y original propuesta de cambio - nada menos que desde el verticalismo soviético heredado del stalinismo que lo tiñó todo- hasta una democracia moderna, en el otro extremo del sistema gobernante.

Si el cambio que se pretende refuerza aún más a las mayorías políticas que desde las cúspides del poder se aprovechan contra viento y marea de la ley del número, relegando así a las otras minorías al triste papel de ser sólo testigos del manejo discrecional del poder, no habrá cambio verdadero.

Habrá  una consolidación de la antidemocrática vigencia del número circunstancial que genera leyes y hasta constituciones, sólo producto de las presión numéricas avasalladora de ideas y justas observaciones y protestas. En nuestro país, el que alguna vez oyó ecos interminables (aunque finalmente terminaron) de los "que se vayan todos", esa visceral expresión del descontento que se apagó como nació, necesita de una "perestroika" a fondo, sin concesiones a la corrupción política.

Eso es casi imposible mientras la ley del número y la promoción de los silencios, omisiones y claudicaciones ético-políticas sean el centro de esta propuesta de "cambio" que se impulsa desde el poder central.

Mientras haya provincias sumisas, como la nuestra y casi todas las que integran la Confederación Argentina, que tienen a buen resguardo, escondido, su derecho a una justa y constitucional coparticipación federal, no podremos afirmar que el centralismo, el unitarismo, son sólo datos de la historia. Ni que todos los argentinos tenemos igualdad de oportunidades y gozamos de los mismos derechos.

Carlos Duguech
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